Un montón de gente desconocida. No sé por qué estoy aquí. Sí, sí sabes. Sí, sí sé. Estoy aquí por él, que, milagrosamente, se ha sentado a mi lado y ahora mismo está hablando de… ¿de qué estará hablando? Llevo un buen rato esforzándome en concentrarme en lo que dice para saberlo todo de él pero, sobre todo, para ver si se le escapa mi nombre sin querer. No consigo saber qué dice. Me concentro de nuevo, hago el esfuerzo, no voy a dejar que nada me distraiga. Dice que no arregla sus ventanas para que el viento pueda seguir silbando entre los goznes y que… se me están reblandeciendo los huesos. Al subir la mano en un gesto de cerrar la ventana ha rozado sin querer mi antebrazo y he comenzado a sentir mis huesos como gelatina, y un dolor como medio placentero hacia el final de mi columna vertebral. Se me deshace la cadera. Si estuviésemos en pie, me habría caído ya hace rato. Siento en las rodillas esa sensación de semicosquilleo, como cuando el tiempo va a cambiar. Pero no cambia nada, salvo el color de mis mejillas. Estoy segura de que he enrojecido, porque ardo. Aunque lo cierto es que nunca enrojezco. Por mucha temperatura que alcance la piel de mi cara, nadie se da cuenta nunca. Ahora tampoco. Y a mí se me ha olvidado concentrarme en sus palabras, y no sé qué habrá sido del viento ni de las ventanas. Él está hablando de que los murciélagos fecundan a las hembras en otoño y ellas conservan el semen congelado mientras hibernan, y que en primavera paren sus crías sin que los machos estén por allí, como si reprodujesen el milagro virginal católico. Me río ante semejante ocurrencia, pero, sobre todo, ante la expresión escandalizada de la pelirroja de enfrente. Ni siquiera me ve. La mira a ella. Soy una presencia congelada de pronto, como el semen de los murciélagos en el vientre de la hembra. Pero en mi película particular él está fingiendo no verme para disimular la pasión que lo invade cada vez que me mira.
De hecho, él no gesticula tanto habitualmente (¿por qué sé yo que no gesticula tanto habitualmente? no lo sé, pero lo sé, qué más da, es mi guión), lo está haciendo ahora para buscar mi contacto. En mi película tampoco está esa pelirroja de enfrente hablándole de El amor en los tiempos del cólera. ¡Anda! De eso sí que puedo hablar. ¡Me encantó! ¿Y qué digo? Puedo decir no sé qué de la jaula, o de las notas que se mandaban. ¿Qué decían las notas? No puedo acordarme. Me ha rozado de nuevo al ir a sacar un cigarrillo. Para él no estoy allí, ni siquiera sabe que para alcanzar el mechero ha tenido que tocarme la mano y retirarlo de entre mis dedos. Pero en mi película ha sido un gesto totalmente estudiado, y él está fingiendo para que nadie vea la pasión que lo invade cada vez que me roza.
La pelirroja sigue sin estar en mi película, simplemente no tiene papel, ni siquiera el de excusa para que él tenga con quién hablar y que yo me entere de lo que me dice sin decírmelo abiertamente. Porque todo lo que dice me lo está diciendo a mí, aunque me mire a través de esos iris verdes de la pelirroja. La mira intensamente, pero sólo para percibirme en el reflejo de sus ojos. No sé por qué sale eso en mi película si la pelirroja no tiene papel en ella. De pronto me veo en una secuencia, armada con una katana, cortando los hilos viscosos en los que te ha atrapado una araña ¡pelirroja! ¡No quiero que salga en mi película! ¡Corten! ¡Desinfecten el plató! Pero es inevitable, chilla tanto que se ha metido en mis ensoñaciones. Quiero salir de la película, quiero escuchar qué es lo que cuentas, por qué se ríe tanto ella. Voy a concentrarme, ya no me voy a dispersar más... ¿Cómo chillarán, en realidad, las arañas? Mi araña pelirroja chilla como las gaviotas en aquella azotea de Vigo al amanecer. ¡He dicho corten! ¡Se acabó el plano secuencia! ¡No más película por hoy! Ahora ell
a te pregunta dónde vives. ¡Zas! ¡zas! ¡zas! ¡Toma espadazos samurais en toda tu trama! ¡Corten he dicho! Le estás describiendo tu casa, pieza por pieza. Voy a estar muy atenta para cuando llegues al dormitorio.
¡Cuánto fumas! Otra vez tus dedos deslizándose entre los míos, sin mirarme, otra vez disimulando la pasión que te invade cada vez que me tocas. Pero ahora no me sueltas, te levantas, tiras de mi mano, me coges haciendo de mi cuerpo una barca, me llevas hacia la mesa de billar. Me tiendes y te tiendes en ella y comienzas a besarme el cuello. ¡¿Qué?! ¡¿Qué me has preguntado?! ¡No me he enterado! ¡Y encima me he perdido el dormitorio! No sé qué tengo que responder. La pelirroja también me mira inquisitiva. Muevo la cabeza en un sí y en un no, como si mi barbilla estuviese jugando a las cuatro esquinas. Debo parecer idiota. O búlgara, mejor búlgara pronunciando un ajá afirmativo en el preciso instante en que mi cabeza estaba moviéndose en horizontal, negando. ¿O era al revés? Aprovechando que mi estúpida respuesta parece haberos satisfecho (o me habéis dejado por imposible, que también puede ser) comienza la secuencia de la camarera búlgara que se acerca a nosotros para explicarnos si cuando dicen con la cabeza sí es no, o si cuando dicen con su gesto nuestro "no" es para decir nuestro "sí", o las dos cosas, o ninguna: ha sido un invento de un literato al que todo el mundo ha tomado por científico. Sea cual sea la respuesta de la búlgara, va a ser dándome la razón y quitándosela a la pelirroja. Aunque, ahora que lo pienso, la pelirroja ni siquiera ha mencionado Bulgaria…
Estáis de nuevo girados hacia mí. Me pones nerviosa. No quiero que me preguntes nada, porque no sé responderte. Miro atentamente el servilletero, como intentando haceros creer que llevo hora y media descifrando el sentido de esa frase "Gracias por su visita", tan complicada y tan poliédrica. Qué expresión más intelectual, poliédrica, me gustaría soltaros eso: "lo siento pero estoy absorta en una frase poliédrica", pero no sé qué me habéis preguntado y tampoco estáis ya esperando mi respuesta. De verdad que esta vez me voy a concentrar. He perdido el hilo, pero prometo que… el hilo otra vez atrapándote ¡millones de hilos! ¡zas! ¡zas! ¡zas! Pero mi espada de rayo láser no se activa ¿No era una katana lo que yo llevaba? Es igual, un error de racord para que luego los cinéfilos lo cuelguen en sus páginas web, como lo de las botas modernas de Gladiator en su cuádriga. Son más bonitas las botas de la pelirroja, tengo que reconocerlo. ¿Por qué estoy viendo sus botas donde hasta hace nada estaba viendo sus rodillas desnudas? Se van. Se han incorporado y se van. Pero ella no está en mi película y tú no vas a tenderla en esa cama que me he perdido por estar luchando contra un arácnido peligrosísimo, sólo para protegerte. Ni va a escuchar el silbido del viento nocturno entre los goznes de tus ventanas rotas, porque las arañas no tienen oído. ¿Tendrán oído las arañas? Sé que me han dicho algo. Pero no sé si adiós o si me han preguntado si los acompañaba. Para no hacer más el ridículo no he querido levantarme, y he respondido, de nuevo, a la búlgara. Ellos no se van juntos. Ni yo sigo aquí sentada terminándome mi copa y desentrañando frases poliédricas. Yo estoy en la mesa de billar pasando la noche más apasionada de mi vida. Se ha ido con ella, pero sólo para disimular la pasión que lo invade cada vez que me ama.