Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

miércoles, 16 de mayo de 2007

DENTRO (R. Creek)


Soy, a mi pesar, un poco señora Luciana, la de Corrales (*); me salva la distancia mi falta de pregones. Y no es que extienda la parabólica para captar el paso de una mosca. Más bien es el mundo el que viene a enredarse en mis lecturas, entre mis conversaciones, en mis desvaríos. No soy consciente de que llevo captando mucho tiempo la situación hasta que sucede lo anómalo. Entonces lo comento, lo anómalo, y me sorprendo y horrorizo a mí misma describiendo toda la situación anterior.

 ¿Cuándo me he dado cuenta de todo eso? ¿Desde cuándo estoy escuchándolos? ¡Si yo estaba hablando contigo, te lo prometo! Te puedo repetir, palabra por palabra, todo lo que me has dicho y todo lo que he ido pensando y respondiendo a lo que me has dicho. Te doy mi palabra de que no he querido escuchar a esa pareja recién construida hablando de qué cama pondría ella en la casa de él. Ni la respuesta de él diciendo que a él le gustan las camas de forja. Te juro que si he pensado que el comentario sobre la cama de forja era la traducción de una marca territorial de lobo solitario no ha sido descuidando lo que me dices sobre que un cura fornicador es más hipócrita que un marido adúltero, y que sigo manteniendo que no estoy de acuerdo. 

Mira, si no estuviese contigo, habría dejado mi libro para anotar lo de la cama de forja, y, a continuación, mi boli me habría llevado a relatar a saltos el contexto, para, después, sin más, continuar el libro justo donde lo dejé o, por el contrario, sumirme en cualquier fantasía sobre mí misma en una cama de forja con Han. ¿Por qué sé que son "reciémpareja"? Ya te lo he dicho: llevo escuchándolos sin saber que los escuchaba hace… ¡más de 200 km. ya! Recuerdo que hasta he escuchado la conversación de ella con su sobrina cuando pasábamos por Miranda. ¡Sé incluso en qué hotel se van a alojar! ¡Es horrible, lo sé! Pero es algo que no puedo evitar. Si no hubiese salido en la conversación el debate de la cama de forja versus cabecero colgante, jamás me habría percatado de todo lo que sé sobre esta pareja. 

¿Que por qué me pasa? No lo sé. Pero sí sé por qué me hago consciente de ello en un determinado momento. La respuesta a eso me la dio mi querido profesor, hablándome de Heidegger y su "ser en el mundo" y de la silla que no es silla hasta que no deja de ser silla porque desaparece de su sitio habitual, de su forma habitual, de su funcionamiento habitual…

Mi querido profe… Tenía tanta hambre de sus sabias palabras que terminé teniendo hambre física de él mismo. Por supuesto, lo imaginé mayor y abuelito. Era la única forma de poder enamorarme realmente de él. Eso mismo imaginé del camionero, del cervecero y de algún otro -ero. Uno puede enamorarse de una persona si la reviste de canas y lejanía, lejanía cronológica, lejanía topográfica, lejanía amorológica, ¿lejanía ideológica? No, creo que en este último caso no funcionaría, pero sí en las otras tres. Es fácil dejarse llevar cuando lo imaginas enamorado de otra desde hace tantos años que cuesta decir cuántos; cuando lo imaginas viviendo en la China; o cuando lo imaginas tan mayor que sería incapaz de devolverte la pasión arrebatada que le profesas. Es fácil enamorarte de un imposible. Pero el día en que lo ves frente a ti, y se reduce esa distancia, sabes que el enamoramiento se ha acabado: es una persona real, con vida real. ¿Cómo te vas a enamorar de un tío inteligente y divertido si está buenísimo e infelizmente casado ¡o incluso soltero!? Contravendría todas tus normas defensivas. Además, una persona real te muestra su realidad, y anula parcial o completamente la realidad que tú le habías creado y que te había llevado a amarlo más que a nada.

Por eso es mejor conocer a la gente sólo por dentro. Sí, siempre lo he dicho: a mí dadme fachadas de edificios e interiores de personas, y nunca al revés. Tú ves la Aljafería mientras estás tumbada en la explanada de hierba que tiene fuera y te enamoras. Te tienes que enamorar a la fuerza. Sabes que allí sucedieron mil historias, se susurraron mil secretos, por allí pasó un hombre que estaba enamorado de una mujer que, a su vez estaba enamorada de… (como decía un personaje de Coixet); sabes que mientras guisaba un hermoso cordero con tomillo, a la cocinera la avisaron de que su hijo se moría; sabes que el guardián del primer turno por las noches cantaba en las calles cercanas a la casa de su primer amor, sabes… ¡lo sabes todo! Pero entras y se desvanece la realidad: Suelos con los más modernos materiales resistentes a los cambios de temperatura, radiadores como los que tienes en tu casa y mejores, dos guardiajurados con walkie-talkies de tecnología punta que nos siguen y se susurran cosas, picarones, cada uno aparece en una sala, y se repiten los susurros, y al instante, y en cada sala, se acercan para explicarnos la maqueta del edificio y sus fases de restauración ¡¿qué coño hace ahí una maqueta bajo una urna de vidrio blindado?! ¡Y esos pósters anunciando el próximo congreso de ingenieros audiovisuales! ¿Cómo vas a transportarte a ningún sitio si te anclan de esa forma tan brutal al presente? Esa calva lustrosa le sienta fenomenal al guardiajurado; tiene unos ojos muy bonitos y está flirteando descaradamente, ¡pero no es mi trovador beodo!

Las casas habría que vivirlas por fuera, abriendo las ventanas hacia dentro. Y a las personas al revés, habría que invadirlas mucho antes de salir por sus puertas. Lo real es lo de dentro, lo de fuera es circunstancial, orteguianamente circunstancial, que diría mi profe. ¡Ay, mi profe, a quien tanto vampiricé sin dejarlo, por ello, desvitalizado!

(*) Luciana, la de Corrales: Personaje del ilustre Joseba Molina.

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