Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

domingo, 20 de mayo de 2007

NO DIGAS NADA (R. Creek)



Los silencios dicen mucho más que las palabras. Siempre. Pero es imposible leerlos si son ajenos. A sabiendas, no quiere remediarlo, y se sume en el mutismo de quien hubiese padecido un trauma (sin ser cierto) cada vez que cree que el sonido puede dejarlo al descubierto. Uno siempre atribuye al otro poderes adivinatorios que no posee. Cree, por ejemplo, que si dice estar enamorado, ella va a saber inmediatamente de quién, y va a saber cómo, y por qué, y desde cuándo y hasta qué extremo, e incluso se convence de que ella, desde ese momento, empezará a escuchar en cuántas pulsaciones acelera cuando se la encuentra, como si fuese el suyo el corazón delator de Poe. Y entonces toma sus precauciones afásicas. Es consciente de que es algo tan infantil como cerrar los ojos para que los demás no te vean. Si ella fuese tan intuitiva, lo sabría todo sin necesidad de palabras, lo sabría, cuando él le esconde sus ojos, y también cuando él finge no verla para que ella no lo vea a su vez, lo sabría cuando sufre al lograr su objetivo de invisibilidad, lo sabría cuando encubre ese dolor sordo en guiños de risas banales, como si todo fuese una estúpida broma y no un grito silencioso, el más desgarrado.

Pero ella no sabe. O quizá sabe y también calla, convencida de que él sería capaz de adivinar, en sus palabras, cómo se encogen los dedos de sus pies cuando lo escucha llegar, cómo inicia sus primeros viajes astrales cuando él la saluda en un gesto apenas si de cumplido, cómo se muerde los labios retorcidos para impedirles el curso natural hacia los de él cuando se cruzan sus miradas. Ella no sabe. O quizá sabe y sella con su enmudecimiento todo lo que sabe y lo que teme que se sepa, tal y como él mismo hace.

Si él supiera que ella sabe y calla, si él supiese leer sus silencios, y saber que se descifran con el mismo código que los suyos propios, quizá un día empezase a deletrearlos, quizá llegaría un día a su lado y le hablase tácitamente, acariciando su pelo corto, ése que ahora se priva de revolver con ambas manos mientras le habla a los ojos diciendo que hace un día de perros cuando lo que quiere decirle es que ya no puede respirar.

Si ella supiese que lo que él calla es lo mismo que ella dice en sus silencios, no seguiría cocinando esa absurda receta tan rica y con tanto fundamento, no tras haberse ahogado un segundo en esos ojos castaños como los bosques de los cuentos.

Pero ni ella ni él saben. O saben y callan por si el otro adivina lo que saben; o por si el otro no sabe lo que callan. Y se sientan a comer con el sonido de la radio desencriptando lo que ninguno, bajo sus temores, se atreve a temer.

3 comentarios :

  1. «Nos daremos cuenta
    de la sublevada verdad
    cuando, callados,
    seamos también
    poema irreparable...»

    (E.L.Kasher, 'Restos de nube',1959)

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