
Pero ella no sabe. O quizá sabe y también calla, convencida de que él sería capaz de adivinar, en sus palabras, cómo se encogen los dedos de sus pies cuando lo escucha llegar, cómo inicia sus primeros viajes astrales cuando él la saluda en un gesto apenas si de cumplido, cómo se muerde los labios retorcidos para impedirles el curso natural hacia los de él cuando se cruzan sus miradas. Ella no sabe. O quizá sabe y sella con su enmudecimiento todo lo que sabe y lo que teme que se sepa, tal y como él mismo hace.
Si él supiera que ella sabe y calla, si él supiese leer sus silencios, y saber que se descifran con el mismo código que los suyos propios, quizá un día empezase a deletrearlos, quizá llegaría un día a su lado y le hablase tácitamente, acariciando su pelo corto, ése que ahora se priva de revolver con ambas manos mientras le habla a los ojos diciendo que hace un día de perros cuando lo que quiere decirle es que ya no puede respirar.
Si ella supiese que lo que él calla es lo mismo que ella dice en sus silencios, no seguiría cocinando esa absurda receta tan rica y con tanto fundamento, no tras haberse ahogado un segundo en esos ojos castaños como los bosques de los cuentos.
Pero ni ella ni él saben. O saben y callan por si el otro adivina lo que saben; o por si el otro no sabe lo que callan. Y se sientan a comer con el sonido de la radio desencriptando lo que ninguno, bajo sus temores, se atreve a temer.
«Nos daremos cuenta
ResponderEliminarde la sublevada verdad
cuando, callados,
seamos también
poema irreparable...»
(E.L.Kasher, 'Restos de nube',1959)
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ResponderEliminarTerrible.
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