Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 28 de abril de 2014

EL GITANILLO DE LA UNIVERSIDAD (R. Creek)


Cuando, siendo adolescente, volví a Salamanca, ya para quedarme a vivir, inicié, con los amigos que venían a verme, la buena costumbre de recorrer infinidad de rincones que, de otra forma, a lo mejor no habría llegado a conocer.

Una de las primeras cosas que visitábamos era "la rana de la Uni", y nos gustaba contar la leyenda de que no aprobaría los exámenes quien no la viese (no sé si alguien habrá sido capaz alguna vez sin ayuda, porque es una fachada plateresca totalmente labrada). Pero teníamos que hacerlo antes de llegar al Patio de Escuelas, porque, una vez allí, en cuanto te detenías frente al edificio, venía el gitanillo y te decía: ¿Te laxplico? Y, sin esperar respuesta, empezaba su relato, aprendido de memoria, sobre los tres cuerpos, el medallón de los Reyes Católicos, los tres escudos... y, por supuesto, la leyenda de la rana.

Apenas tomaba aliento (no fuese a ser que, interrumpido, no recuperase el hilo), y evitaba señalar muy directamente, para que no se notase que no sabía muy bien a qué parte de la fachada se estaba refiriendo (no sé si se habría fijado en ella alguna vez, más allá de localizar la rana sobre la calavera). Cuando el turista o el paseante le planteaba alguna pregunta a mitad del discurso, haciéndole parar o despistarse, en lugar de responder, hacía un gesto de no con la cabeza y volvía a recomenzar desde el punto-indicador en que empezase el párrafo que se hubiese aprendido en un momento dado, igual que con los primeros DVDs, cuando, si te perdías una frase, tenías que volver a visionar un buen fragmento anterior (y lo mismo que nos hicieron ¡en el cine! en la película Intocable, cuando, al bloquearse, tuvimos que re-verla casi desde el principio, deshaciéndonos el ritmo de la historia). 

El gitanillo recitaba sin tregua. Tenía toda la gracia. Por eso sacaba suculentas propinas. Y, por eso también, cada vez fueron más los gitanillos que se aprendieron de memoria "la fachada de la Universidad", dando covertura a mayor número de visitantes. Tal negocio no podía dejarse en manos de niños, así que empezó a haber reproductores de "la fachada de la Universidad" bastante más talluditos y con bastante menos gracia. Evidentemente, los beneficios propineros que obtenían no eran los de los niños, así que empezó la estrategia del chuleo del pequeño, e incluso prácticas de descuideo

Conclusión: Intervino el ayuntamiento a través de la policía y se acabó el gitanillo que contaba la "fachada de la Universidad" de corrido y sin aliento, y sin olvidar, si no ni una coma (porque se las comía casi todas), ni una palabra.

Una penita que se quedase siempre en la fachada; si hubiese tenido oportunidad de traspasar la puerta, hoy, estoy segura, estaría sentando otro tipo de cátedra.

EL LUNES DE AGUAS (a mi manera) (R. Creek)


Prácticamente en todas las ciudades españolas que conozco hay un día de primavera en que la gente sale a merendar al campo. En Soria (y otras -de Cataluña, Andalucía,...-) se llama Jueves lardero ("chorizo y huevo"), tocinero o grasiento, vamos; en otras, Jueves merendero; en otras, día de la tortilla, de las merendicas, etc., etc.

Aunque en todas partes se le atribuye el origen cristiano de hartarse para hacer frente a la Cuaresma, estoy casi segura de que, si rastreásemos aún más atrás, descubriríamos que el primer origen fue pagano, como el de todas las fiestas (al menos de las divertidas, como es el caso de ésta), y posiblemente relacionado con la comida. Quizá es que, cuando sólo se comía lo que la temporada ofrecía, estos productos grasos de la matanza se habrían conservado en salazón y estarían listos al llegar la primavera. Posiblemente la madre Natura no habría aún dado sus frutos, y el aprovisionamiento dependería de lo que había podido almacenarse y aún no había sido consumido en el largo invierno meseteño. Para celebrar que los tocinos ya estaban listos para el consumo, se reunirían familiares y amigos para la primera catadura y, aprovechando el incipiente buen tiempo, saldrían a comer a alguna pradera cercana.

Luego vino el cristianismo, enemigo de toda fiesta si no era en nombre de la religión; intentaron combatir la costumbre pagana y, al no poder con ella (como casi con ninguna), la asimilaron y le dieron sentido religioso: los cristianos se llenaban la panza durante una tarde para luego aguantar los 40 días de ayuno... ¿Alguien cree que nuestros sabios antepasados fuesen tan necios? Yo no, por eso me convence más una explicación pragmática y lógica.

Bueno, al grano, o al hornazo en este caso. En algunos lugares de Salamanca se celebra el jueves merendero; pero en otros la fiesta tocinera se ha convertido en Lunes de Aguas (en otros se celebran los dos, y pueblos de provincias limítrofes a la salmantina también se unen al Lunes de Aguas). El Lunes de Aguas consiguió zamparse al jueves merendero pagano gracias a la motivación más vieja del mundo: el ayuntamiento carnal. 

Resulta que el "santurrón" de Felipe II celebró aquí su boda y, claro, en los festejos que vinieron después, hubo bacanales varias de las que él, con 16 añitos y las hormonas locas locas, no podría disfrutar al ser recién casado (y muy católico). Se mostró, entonces, escandalizadísimo con tanto pico pardo (abundantes en Salamanca, al ser ciudad estudiantil). Uso ese término porque me contaron una vez que, al pertenecer las prostitutas a una clase desfavorecida, vestían telas de saco (de pardo color) sin apenas costura, lo que dejaba picos en los remates sin rematar, y que "picos pardos" se convirtió en un referente eufemístico para ellas (de ahí lo de irse de picos pardos).


Sigo con Pipe 2: estaba tan, pero tan nervioso con el espectáculo, que (seguro que para no tener posibilidad de dar rienda a sus propias pasiones) prohibió por ley que durante la Cuaresma se probase no sólo la carne literal, sino también la metafórica, y añadió a la orden que las picos pardos fuesen expulsadas de la ciudad. Así que las pobres, llegada la Cuaresma, se iban extramuros (entonces Salamanca estaba amurallada) y atravesaban el río, porque Pipe también estableció la distancia mínima que tenían que guardar con la villa: 2 leguas (dice Wikipedia que una legua es la distancia que una persona, a pie, o en cabalgadura, pueden andar durante una hora). Las picos debían caminar muy despacio, porque se quedaban justo en la otra orilla, acampando; o al menos era allí donde, pasada la Cuaresma, las iban a recoger.

Su recogida era capitaneada por el Padre Lucas (familiarmente Padre P... Picos, pero de los que riman con Lucas), que acudiría, posiblemente, para supervisar la buena conducta de los estudiantes (y algún otro que ya no estudiase o que no lo había hecho en la vida iría también, ¡voto a bríos!, quizá disfrazado) que atravesaban en barca para traer de vuelta a las picos. Y a la vista de que se convirtió en una fiesta, y además imperecedera, es de suponer que el Padre Picos no tuvo mucho éxito en su tarea de carabina.

Hoy se sigue celebrando a las orillas del Tormes, pero también en cualquier pradera y, como ya os he contado, no sólo en la capital charrita. El producto estrella de la merendola es el hornazo, una empanada delicccciooooossssa de huevo, lomo, chorizo... que está de puro vicio carnal, sobre todo si es casera.

Y buscando una fotito con la que despertar vuestras glándulas salivales, he dado con otra curiosidad: la razón de que se incluyese huevo en las tradiciones de jueves larderos, días de la tortilla... es ésta, copiada tal cual de la Wiki: "en ciertas épocas, los huevos fueron considerados carne, por lo que no se podían comer durante la Cuaresma, aunque las gallinas, como es natural, seguían poniendo. Los huevos se conservaban cocidos y se consumían después de la Pascua. De ahí los hornazos y otras muchas costumbres, en torno a esta fecha, en las que se incluye el huevo duro (huevos de pascua o pintados, cocas de las comunidades valenciana y catalana Monas de Pascua...)". Curioso ¿verdad? Y confirma mi idea de que las tradiciones casi siempre están asociadas a necesidades de tipo alimenticio, en su más amplio sentido ;).


viernes, 25 de abril de 2014

DICEN QUE NO HABLAN LAS PLANTAS... (ROSALÍA DE CASTRO)



Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
                                                            —Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

Rosalía de Castro, 1808

GRÂNDOLA, VILA MORENA (Jose Zeca Afonso)







Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade

Dentro de ti, ó cidade
O povo é quem mais ordena
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena

Em cada esquina um amigo
Em cada rosto igualdade
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade

Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada rosto igualdade
O povo é quem mais ordena

À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Jurei ter por companheira
Grândola a tua vontade

Grândola a tua vontade
Jurei ter por companheira
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Grândola, villa morena
Tierra de la fraternidad
El pueblo es quien más ordena
Dentro de ti, oh ciudad

Dentro de ti, oh ciudad
El pueblo es quien más ordena
Tierra de la fraternidad
Grândola, villa morena

En cada esquina, un amigo
En cada rostro, igualdad
Grândola, villa morena
Tierra de la fraternidad

Tierra de la fraternidad
Grândola villa morena
En cada rostro, igualdad
El pueblo es quien más ordena

A la sombra de una encina
De la que ya no sabía su edad
Juré tener por compañera
Grândola, tu voluntad



Grândola, tu voluntad
Juré tener por compañera
A la sombra de una encina
De la que ya no sabía su edad.

miércoles, 23 de abril de 2014

EL GINKGO (EDUARDO GALEANO)




EL GINKGO, el más antiguo de los árboles, está en el mundo desde la época de los dinosaurios.

Dicen que sus hojas de abanico alivian el asma, el dolor de cabeza y los achaques de la vejez.

Y está probado que esas hojas son, también, el mejor remedio contra la mala memoria. Cuando la bomba atómica convirtió a la ciudad de Hiroshima en un desierto de negrura, un viejo ginkgo cayó fulminado cerca del centro de la explosión. El árbol quedó tan calcinado como el templo budista que el árbol protegía. Tres años después, alguien descubrió que una lucecita verde asomaba en el carbón. El ginkgo muerto había dado un brote. El árbol renació, abrió sus brazos, floreció.

Ese sobreviviente de la matanza sigue estando ahí.

viernes, 18 de abril de 2014

EN OTROS TIEMPOS, YO FUI LA MUERTE RADIACTIVA







Minuto 5.24 al 5.27 y 11.14 a 11.21 más o menos.

VERDERÍAS (E. GALEANO)



VERDERÍAS
 
Cuando la mar ya era mar, la tierra no era más que roca desnuda.
 
Los líquenes, venidos de la mar, hicieron las praderas.
 
Ellos invadieron, conquistaron y verdearon el reino de la piedra.
 
Eso ocurrió en el ayer de los ayeres, y sigue ocurriendo todavía.
Donde nada vive, los líquenes viven:
en las estepas heladas, en los desiertos ardientes, en lo más alto de las altas montañas.
 
Los líquenes viven mientras dura el matrimonio entre las algas y sus hijos, los hongos.
Si el matrimonio se deshace, se deshacen los líquenes.
 
A veces, las algas y los hongos se divorcian, por riñas y disputas.
Según ellas, ellos las tienen encerradas y no las dejan ver la luz.
Según ellos, ellas los empalagan de tanto darles azúcar noche y día.

jueves, 17 de abril de 2014

GARCÍA MÁRQUEZ CASI PIERDE LA LUNA ROJA DE LAS 6 Y MEDIA (R. Creek) / LA DESPEDIDA (Shakira)




Se me ha ido García Márquez. A todos, pero a mí también. En mi mente nunca lo llamé Gabo, como sus cercanos, y no porque no lo sintiese, siempre que leía algo suyo, como algo tan próximo como mío. Es porque fue el primer nombre que le di, cuando el de Gabriel me era tan desconocido que amenazaba con infligirle un rotacismo a la primera de cambio.

Siempre estaba él cuando imaginaba la injusticia de que gente que no valora el hecho, tenga el privilegio de aproximarse a un genio, ya sea de las matemáticas ya sea de las emociones. Cada vez que alguien me planteaba si sería capaz de enamorarme de alguien mayor que yo, pensaba en mi profesor de Evolutiva para responder, arrobada, que sin duda; cuando me ponían el "más difícil todavía" aumentando la brecha de edad, pensaba en él, en García Márquez, y no me movía ni un ápice de mi posición anterior.

Creo que, más allá de la adolescencia, es el único amor platónico que he tenido (¿y quién no, de entre sus lectores?). Apenas si sé o he sabido de él, de su biografía, de su devenir diario, sus amores, sus desamores, sus sinsabores,... No sé si le gustaba el cine o si tenía mal genio, si era de humor añorálgico o tomaba café (solo y/o sólo) por las mañanas, si soñaba con un amor de juventud o si fumaba mirando atardecer... Nada. Pero si sé, por lo que escribía para mí (para millones de "paramís"), cuántas veces me ha dejado con una sonrisa boquiabierta, cuál es el límite de absorción lacrimal de un kleenex, cuál es el Guiness de aceleración de mi pulso, cuántos centenares de años puede esperar un coronel incluso en tiempos del cólera, cuánta soledad y cuánta compañía es capaz de soportar un ser humano que sólo anhela unos labios definidos y concretos, qué volumen puede llegar a ocupar un estómago encogido por la angustia y cuántos litros admitirá un pecho elevado a su máxima expansión...

De todos esos y otros muchos cálculos experimentales sólo él tiene la culpa. Y ahora, además, debo añadir otro: el de cuántos voltios de tristeza puede llegar a desencadenar la partida de un desconocido tan familiar.

Me has dado tanto, García Márquez, sin saberlo y, a la vez, tan consciente de ello, que sólo se me ocurre una forma de devolvértelo un poco: la memoria que siempre, más allá de la neurología o la longevidad, guardaré de ti.

Te mando, a esa luna roja con la que te vas (pero no te vas), tantos besos como los que tantas veces tuvieron los amantes salidos de tu pluma que lanzar a la silueta incorpórea del amado.

(Y la promesa de que, como vuelva a ver que te endosan La marioneta, cometeré cualquier locura pasajera, te lo juro).

 

 No hay más vida, no hay
No hay más vida, no hay
No hay más lluvia, no hay
No hay más brisa, no hay
No hay más risa, no hay
No hay más llanto, no hay
No hay más miedo, no hay
No hay más canto, no hay

Llévame donde estés, llévame
Llévame donde estés, llévame
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más

No hay más cielo, no hay
No hay más viento, no hay
No hay más hielo, no hay
No hay más fuego, no hay
No hay más vida, no hay
No hay más vida, no hay
No hay más rabia, no hay
No hay más sueño, no hay

Llévame donde estés, llévame
Llévame donde estés, llévame
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
Sufre más

domingo, 13 de abril de 2014

EL MABA ERA INFANCIA (R. Creek)

9 de julio de 2012
            Bony, Bucanero, Tigretón, Pantera Rosa saben a recuerdos. Al Maba, al señor Miguel, a la señora Elena y a su diabólico niño adoptado. ¡Cuánto pirateamos ese pequeño comercio de barrio! ¡Y de qué modo resistió nuestros saqueos! Con el tiempo terminaron poniendo espejos por toda la tienda y escondiendo la estantería de Bimbo en el fondo del pasillo… pero ahí nuestros intereses ya eran otros: nos habíamos pasado todos a los Bollycaos de dos piernas. De eso se libró el Maba, porque si nuestra infancia se hubiese prolongado, al pobre señor Miguel no le habría servido de nada ni el mejor servicio domotizado de vigilancia contra nuestras bocas hechas agua.

            El Maba era la instigación al pecado hecha tienda. Por el Maba sisábamos monederos y huchas con forma de robot que seleccionaban las monedas en función del tamaño. Por el Maba mentíamos a nuestras madres y a la policía si hubiese hecho falta. El Maba fue el fruto prohibido de nuestra infancia.

            Pero el Maba también era el carrefour definitivo, si no frenabas ahí con los patines, el guarrazo era inevitable, incluidos frenazos de los pocos coches que entonces transitaban la calle Ángel de la Guarda. ¡Qué bien le pusieron el nombre! De cuánto nos libró ese nombre en tantísimas ocasiones.

     Al Maba le hicimos también la competencia en alguna ocasión, montando una tómbola de rosarios de garbanzos, vasos de Nocilla y otros enseres resultado de la limpieza de nuestras casas y, en casos como el de Tini, producto del vaciado literal de la cocina y salón de la casa de sus padres, vía lanzamiento por la ventana (mi hermano Jose y yo, sin tómbolas de por medio, también practicamos el lanzamiento de alubias desde un 4º en cierta ocasión, y no pocos conductores creyeron que llovía café en el campo al ver la muesca de alguna en sus vehículos).

       Encima del Maba se columpiaba Juan Pedro en las cuerdas de tender la ropa, alzando el vuelo sobre la barandilla del balcón al compás de los gritos desesperados de mi madre llamando a Leli.

     El Maba era el “debajodelrelojdelaplaza” de nuestra infancia. Quedábamos allí cuando cerraban, allí cocinamos y vestimos a nuestras muñecas, intercambiamos nuestras primeras confidencias…

   ¡Qué pocos Mabas les van quedando a los niños piratas! :(

Calamaro: Lo que nunca se olvida.

Qué difícil es rescatar la voz de un recuerdo,
pero hay veces que allí está como si fuera el día
Yo sé que siempre hay algo que no podemos olvidar,
son esas cosas que ni siquiera el tiempo borrará
La felicidad es casi imposible recuperarla,
todo lo que fue dolor siempre acude a la memoria
Yo sé que siempre hay algo que no podemos olvidar,
son esas cosas que ni siquiera el tiempo borrará
Un día tal vez pueda pensar de otra manera,
pero hoy no puedo evitar lo que me apena
De algo que me pertenece
y que no quiero ocultarlo,
para qué, si es todo mío
Yo sé que siempre hay algo que no podemos olvidar,
son esas cosas que ni siquiera el tiempo borrará
Yo sé que siempre hay algo que no podemos olvidar,
son esas cosas que en el corazón siempre estarán

RATONERA (AMARAL)





No sé ni cómo duermes
por las noches,
estúpido farsante,
si mientes más que hablas.

Allí por donde pasan
los de tu calaña
ya no crece nada.

Golpes, amenazas y promesas vanas.
Rey de los ladrones, príncipe de espadas,
has tenido suerte hasta ahora,
has tenido mucha suerte hasta ahora.

Puedes intentar que te perdone Dios,
no lo haré yo.
Puedes intentar que te perdone Dios,
no lo haré yo, no lo haré yo.

Tú, que representas el pasado,
haces del presente una ratonera.
No tendrás futuro ni descanso,
ésa es tu condena.

Ojalá sintieras
el miedo que generas,
ojalá que lo sintieras.

Puedes intentar que te perdone Dios,
no lo haré yo.
Puedes intentar que te perdone Dios,
no lo haré yo, no lo haré yo.

Tiembla, tiembla,
que tu final se acerca.
Tiembla, tiembla,
el péndulo cortó la cuerda
y se rompió la rueca.

Puedes intentar que te perdone Dios
Puedes intentar que te perdone Dios

Puedes intentar que te perdone Dios,
no lo haré yo.
Puedes intentar que te perdone Dios,
no lo haré yo, no lo haré yo.



sábado, 12 de abril de 2014

O FIO DA VIDA (Rodrigo Leão feat. Thiago Pethit; letra de Ana Carolina)




Insoportablemente conmovedor.



Já madruguei nos teus braços
Ya madrugué en tus brazos
Toquei-te a boca num beijo sem fim
Toqué tu boca en un beso sin fin
Já foste minha nesse sonho que acabou
Ya fuiste mía en ese sueño que acabó
Já foste a luz que agora o tempo apagou
Ya fuiste la luz que ahora el tiempo apagó
E se essa luz me afagava
Y si esa luz me acariciaba
De cada vez que passavas por mim
cada vez que pasabas por mí
Agora quem nasceu pavio desse amor
Ahora que nació pavesa de ese amor
Fecha-se a porta pra tentar fugir à dor
Se cierra la puerta para intentar huír del dolor
É só poeira
Es sólo polvo
Da caminhada que eu já fiz
de la caminata que ya hice
Vou-me afastando
Me voy alejando
Num sonho onde eu fui feliz
de un sueño donde fui feliz
Ando perdido
Ando perdido
Como andante sem lugar
Como el caminante sin lugar
A vida acaba
La vida se acaba
Mesmo sem antes começar
Incluso antes de comenzar
Aqui…
Aquí...
Eram os teus lépidos olhos
Eran tus ojos felinos
Que davam corda no meu coração
Los que daban cuerda a mi corazón
Agora encosto-me à saudade de nós dois
Ahora me impulsó la nostalgia de nosotros dos
Abro a janela para a luz que vem depois
Abro la ventana para ver la luz que viene después
É só poeira
Es sólo polvo
Da caminhada que eu já fiz
de la caminata que ya hice
Vou-me afastando
Me voy alejando
Num sonho onde eu fui feliz
de un sueño donde fui feliz
Ando perdido
Ando perdido
Como andante sem lugar
Como el caminante sin lugar
A vida acaba
La vida se acaba
Mesmo sem antes começar
Incluso antes de comenzar
Aqui…
Aquí...

Da caminhada que eu já fiz

Aqui…

Num sonho onde eu fui feliz

Aqui…

LOS GLOBOS DE ANULFO... ¡COMO LOS DE ESPARTERO PERO EN FLÁCIDO! (R. Creek)



Diciembre de 2007. Madrugamos un sábado de puente, y lo hicimos con una ilusión tremenda: ¡íbamos a disfrutar (aún no pensábamos en el verbo padecer) nuestro primer viaje en globo! El lugar de encuentro señalado por el piloto no distaba mucho de nuestro alojamiento; sin embargo, encontramos niebla en la carretera, lo que hizo que tuviésemos que conducir aún más prudentemente de lo habitual.



Al llegar nos sorprendió un poco que la cita fuese precisamente en un salto de agua (el de Villalcampo), con la consecuente mayor densidad de nieblas, pero puesto que no somos expertos en el tema, nos dejamos guiar. Ninguna de las dos personas tenía decidido el lugar desde el que despegar. Más: No sabían dónde podrían encontrar un llano de la extensión necesaria para el inflado y posterior despegue. Uno de los pasajeros, conocedor de la zona, les sugirió un helipuerto cercano. Hacia allá nos dirigíamos cuando, de pronto, vemos que hay un repentino cambio de planes: el vehículo de la compañía gira y se adentra en una propiedad privada porque, al parecer, el sembrado que han divisado desde la carretera se revela como emplazamiento idóneo para nuestros propósitos.



Entre todos, pasajeros, piloto y auxiliar en tierra, bajamos la barquilla y la volcamos sobre el terreno. Siguiendo las instrucciones, desplegamos y extendimos el globo.   Antonio (el auxiliar en tierra, hombre cabal en todo momento y el único de ellos que, de hecho, se comportó en todo momento como exigieron las circunstancias) y los pasajeros sudan la gota gorda mientras el piloto, indignado, aunque tranquilamente instalado, protesta: ¡¿Es que tengo yo que hacerme cargo de todo?! "Alunizamos" un poco con su comentario y nos preguntamos si pretende que seamos nosotros quienes dirijamos la operación; empezamos a temer si no pretenderá también que luego pilotemos por él.



Un trabajador, quizá dueño del sembrado, observa, asombrado, nuestros tejemanejes. El globo ha de ser inflado tres-veces-tres porque se han enredado las cuerdas y la loneta superior no se desplaza a su sitio; el piloto, envía a uno de los pasajeros a desenredarla por dentro del globo. De pronto decide contarnos que ha volado muchísimo por todo el mundo, nos menciona a su padre y que realizó su primer viaje en solitario a los ocho años de edad,…; en fin, que nos cita su currículo, y eso también nos inspira un poquito de temor, por aquello del Explicatio non petita accusatio manifesta. Por fin lo conseguimos: el globo está hinchado. No nos da tiempo ni a ovacionarnos: hay que subir corriendo, con lo cual el peso queda distribuido como "cae".



El ascenso es una maravilla, tan sólo empañada por la tempranísima (dos minutos llevábamos en el aire) advertencia velada del piloto acerca de que en estos viajes no importa tanto el tiempo de vuelo cuanto su calidad (¿estará pensando en bajar ya, como si se tratase de uno de esos globos cautivos de las ferias? -nos preguntamos con las miradas). Nos informa de la posición que deberemos adoptar cuando aterricemos. Vamos disfrutando del paisaje intentando hacer de tripas corazón cuando lo escuchamos hablar de la zona en términos de que no piensa llegar a Miranda de Ebro, Aranda de Duero… en fin, que aterrizaríamos antes de llegar a Miranda do Douro; y otras frases que nos hacen sospechar que su desconocimiento de la zona es pasmoso, quizá incluso temerario si tenemos en cuenta que no lejos de nosotros existen tres torres de alta tensión y un desfiladero de aúpa (el que íbamos a ver desde el aire y del que nos libramos gracias a la bendita niebla que nos hizo evitar la zona), amén de áreas arboladas, roquedales, etc.



La visión es magnífica. Nos sentimos unos privilegiados. De pronto, el piloto decide "darle un besito" a una encina y pasamos con la barquilla haciendo surf sobre ella. Ya vemos que muy ecologista no parece. Llegamos a Moralina y él, amablemente, nos indica que ahí tenemos el pueblo de Aranda de Ebro. Lo sacamos del error. Antonio, desde tierra, nos informa de que vamos muy deprisa. El piloto le da la indicación de que viajamos, en esos momentos, a 20 km/h. Al poco tiempo, cuando llevábamos unos 20 minutos en el aire, la pasajera que tengo delante se agacha. Pienso: ¡Qué maja, para que vea algo que hay ahí! Pues sí: para que vea el árbol que nos vamos a tragar. Tira de mí hacia abajo. Pienso que se trata de otro "besito a la encina", otra gracia, vamos, y veo cómo el piloto sigue maniobrando para ganar altura. Voy a incorporarme para seguir viendo el paisaje y mi compañera de compartimento me lo impide tirando de nuevo de mí hacia abajo y diciéndome que no con la cabeza ¡bendita sea! porque, a partir de ese momento, empezamos a sufrir bandazos y más bandazos, sólo queremos que todo pare ya, y cuando parece que eso sucede, vuelven a comenzar los bandazos. Por fin nos detenemos. El tercer compañero de cubículo nos dice que ya podemos subir. Le pregunto insistentemente si estamos en el suelo o encima de un árbol. Me asegura que sobre el suelo.

 Salimos del globo todos excepto Julián, quien, con la cara desencajada de dolor, afirma que no puede moverse. Mientras, el piloto está pidiendo besitos a… ¿otra encina? No, a una pasajera que se ha visto "acariciada" por todas las ramas de todas las especies arborícolas de la zona. Sacamos entre todos a Julián. Antonio acude alarmado y traslada a Julián. Dos pasajeras que han visto el estado de la pierna, convencidas de que se la ha roto (y así era, en efecto), nos aconsejan que lo lleven directamente a Zamora. Dos amigos de dos pasajeros, informados por teléfono, llaman al Centro de Salud de Bermillo de Sayago, y son los que nos socorren en un primer momento y, después, cuando llegan a la zona, nos trasladan hasta los coches. El piloto nos comenta, como de pasada, que ha decidido aterrizar y no le ha dado tiempo a informarnos; no nos dijo, siquiera "¡agachaos!" mientras maniobraba para recuperar altura, y nosotros tenemos la impresión de que ha sido un leñazo (y nunca mejor dicho) en toda regla. Pero él insiste en que vio el paraje apropiado para el aterrizaje y, en previsión de que se levantase más viento, lo decidió precipitadamente. Miro a mi alrededor y veo: un bosque de ¿fresnos? a nuestra espalda (el que amortiguó/precipitó nuestra caída), un cercado de piedras que se ha cargado la barquilla, un árbol tronchado que se ha quedado besando (quizá en venganza por nuestros besos a sus hermanos) la barquilla, un roquedal, la carretera… Veo todo esto y le comento, con toda la sinceridad de que soy capaz: Hombre, reconoce al menos que esto muy planificado no ha sido. Él insiste en que sí, en que este aterrizaje precipitándose en picado contra el arbolado de la zona, ha sido el que él ha considerado oportuno. Pienso que, tratándose de un vuelo subvencionado por la Fundación Patrimonio Natural de Castilla y León, el procedimiento no parece ser el más coherente con el espíritu de conservación, pero como cada maestrillo tiene su librillo, respondemos con una mirada de escepticismo absoluto, y él nos propone brindar con cava. Nuestra cara es un poema. Él no parece enterarse del alcance de lo que ha sucedido o pretende vendernos una imagen de normalidad absoluta y se pone a realizar una entrevista narrando sus viajes por El Cairo, Nigeria, etc. 

La verdad es que para ser, como afirmó él mismo varias veces, la primera vez que le sucede (no se entiende esto tampoco ¿la primera vez que aterriza así de normal ?) actuaba con tal flema que parecía que le pasase a diario. Cuando finaliza, vuelve a proponernos brindar con cava; le respondemos que lo deje para mejor ocasión. Pide, entonces, besitos a diestro y siniestro. Repite la historia de la decisión de aterrizar, casi para convencerse más a sí mismo que a nosotros. Habla por teléfono y, a continuación, nos pide que le abonemos el segundo plazo del vuelo. No nos lo creemos. Le decimos que sólo si nos entrega la factura; indica, sonriente, que no lleva nada para hacernos siquiera un justificante de pago. Le reprochamos su falta de diplomacia y su pérdida absoluta del sentido no sólo de la oportunidad, sino incluso de la realidad. Afirma estar preocupado por la responsabilidad y sentirse culpable. Pensamos que, después de todo, también él ha sufrido el accidente con nosotros y probablemente esté asustado. Intentamos tranquilizarlo y, para nuestra sorpresa, empieza a interesarse por si una de las pasajeras tiene o no novio. En fin, todo un cúmulo de despropósitos sólo salvado por la actuación de Antonio.



A Julián lo atiende el equipo médico de Bermillo y es trasladado en ambulancia hasta Zamora con una fractura de tibia y peroné. Antonio llama enseguida para interesarse por él (lo hará en varias ocasiones y siempre interesándose exclusivamente por el estado del herido y dando ánimos); el piloto no lo hace hasta muchas horas después. El responsable de la empresa (Anulfo González) sólo reclama el pago del segundo plazo y sus palabras nos transmiten una inseguridad tremenda respecto a la posibilidad de que no viajásemos asegurados. Nos dice que para extendernos la factura deberíamos desplazarnos hasta Madrid. En ningún momento se persona allí ni informa sobre la titularidad de la empresa aseguradora o el tipo de cobertura de la misma. No ofrece apoyo siquiera humano, no asiste ni al herido ni a sus familiares,… Eso sí, ofrece unas declaraciones en las que informa de que el segundo vuelo fue perfecto. No me extraña ¡el día anterior le habíamos dejado calva la comarca de Sayago!

martes, 8 de abril de 2014

VOLVER A LOS 17 (VIOLETA PARRA, por Mercedes Sosa y Milton Nascimiento)





Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente.
Volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.


Se va enredando, enredando,
como en el muro la hiedra,
y va brotando, brotando
como el musguito en la piedra,

 como el musguito en la piedra,
ay, sí sí sí.

Mi paso retrocedido,
cuando el de ustedes avanza;
el arco de las alianzas
ha penetrado en mi nido
con todo su colorido,
se ha paseado por mis venas
y hasta la dura cadena
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.

 

Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder
ni el más ancho pensamiento.
Todo lo cambia el momento
cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente
de rencores y violencia:
sólo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.


El amor es torbellino
de pureza original;
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros;
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño
y al malo sólo el cariño
lo vuelve puro y sincero.


De par en par la ventana
se abrió, como por encanto,
entró el amor con su manto
como una tibia mañana;
al son de su bella diana
hizo brotar el jazmín,
volando cual serafín
al cielo le puso aretes
y mis años en diecisiete
los convirtió el querubín.

PECES DE CIUDAD (JOAQUÍN SABINA Y PANCHO VARONA)





Óleo de Tatiana Cañas

Se peinaba a lo garçon
la viajera
que quiso enseñarme a besar
en la gare d'Austerlitz.
Primavera de un amor
amarillo y frugal como el sol
del veranillo de san Martín.

Hay quien dice que fui yo
el primero en olvidar,
cuando en un si bemol de Jacques Brel
conocí a mademoiselle Amsterdam.

En la fatua Nueva York,
da más sombra que los limoneros
la estatua de la Libertad,

pero en Desolation Row
las sirenas de los petroleros
no dejan reír ni volar

y, en el coro de Babel,
desafina un español.
No hay más ley que la ley del tesoro
en las minas del rey Salomón.

Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.

Y cómo huir,
cuando no quedan
islas para naufragar,
al país donde los sabios
se retiran del agravio
de buscar labios

que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad


que mordieron el anzuelo,
que bucean a ras del suelo,
que no merecen nadar.

El Dorado era un champú,
La Virtud, unos brazos en cruz,
El Pecado, una página web.

En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.

Cuando, en vuelo regular,
pisé el cielo de Madrid,
me esperaba una recién casada
que no se acordaba de mí.

Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis venas va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un liguero de mujer.

Y cómo huir,
cuando no quedan
islas para naufragar,
al país donde los sabios
se retiran del agravio
de buscar labios

que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad

que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
en una playa sin mar.

ESPERADORES - ¿VOLVER A LOS 17? (R. Creek)


El otro día hablé con Tamar, mi amiga querida, de quien la vida también me está alejando con su insistencia de pasar (la vida) por todo el mundo menos a través de mí... Le contaba la resolución, varios años después, de una historia que vivió conmigo de forma muy intensa a través de mis pesadísimas charlas en busca de sentido. Nunca lo encontré ¡y mira que hablé y hablé y hablé y...! Hasta hoy, cuando ya hace tiempo que dejé de hablar e incluso de buscar sentido (y hasta sensibilidad).

Ella remató diciendo: ¿Te das cuenta de que siempre te pasan cosas de película? No dudé ni un instante en responderle: Pero sólo las malas o las raras, las rocambolescas, las que no deberían suceder en la vida real; nunca las de felicidad tonta.

Quizá es que no existe la felicidad tonta de las películas. No sabemos retratar la felicidad en cine: no se parece en nada a la felicidad que vivimos fuera. En cambio parece ser que los humanos retratamos muy bien el absurdo, la infelicidad, la angustia... como demuestra el hecho de que todos seamos capaces de identificarnos con alguna escena de este último tipo.

Lo introduzco así porque hoy, al ver una foto actual de un amor del pasado (aunque sea incorrecto decirlo así, del pasado, porque absolutamente todos los amores lo son para siempre de algún modo), he abierto un baúl de memoria y lo que he visto ha sido una película, como la llamaría Tamar. Otra de mis películas del absurdo.

Tenía 16 años. Él 18. Lo que vienen a ser diez años de diferencia de los de entonces, con todo el atractivo y los temores que eso acarrea. Lo conocía, sin conocerlo, desde siempre. Yo tenía (y aún conservo, porque de lo malo uno nunca consigue desprenderse del todo) un defecto que podría abocar a la desgracia y el infortunio hasta al mismísimo Winnie de Poo: Cuando quiero a alguien, también cuando me enamoro, tengo la pésima costumbre de hablar de mi objeto de cariño, y lo hago de tal modo que convierto a un anónimo actor de figuración en el protagonista absoluto de la película. Sobre todo si me enamoro. Después de escucharme ya nadie quiere ver otra cosa que a ese personaje recién iluminado por el foco. Nadie escucha en mi frase "Es un encanto" que el personaje sea majo sin más, no, todo el mundo es capaz de percibir el deseo desencadenado que enmarca la frase, lujuria pura. Es mi maldición, claro, porque, a partir de ese momento, el número de fans es legión, y alguien que nunca ha estado en tu lista de T-E-M-P-R-A-N-O-S pasa a ser el único ocupante posible y en los 9 puestos. Tenía 16, pero aún no había empezado a hablar de él tanto como hablaría con el tiempo.

Luego tuve 17. Él cumplió los 19. Yo nunca había sentido así. Había tenido historietas divertidas de las que no asustan porque es imposible que hagan otra cosa que acabarse. Él era harina de otro costal. Fue mi amigo, mi reflejo en el espejo Carrolliano, mucho antes de atravesar todos y cada uno de los poros de mi piel de un modo inexperimentado/impensado/inexplorado para mí. Mis amigos estaban siempre por encima de mis amores: tenía 17 años. Mis amigos me protegían de mis amores y hasta de mí misma. Pero es que él (llamémosle Infinity) era mi mejor amigo: ¿quién iba a protegerme de él, o de mí -enamorada de él-?

Éramos confidentes. De vez en cuando me contaba sus aventurillas de una o varias noches. Y las debatíamos, a veces entre risas, como si se tratase de algo ajeno a nuestro mundo de dos. Nuestro mundo de dos estaba siempre rodeado de gente, casi siempre amigos comunes, pero también desconocidos. Todos contribuían a enloquecer lo que ya era un período loco de nuestras vidas. Como cuando íbamos a buscar a Itoy (que había sufrido un accidente que la había dejado con un montón de dificultades, sobre todo de movilidad) al centro de recuperación en el que vivía, y se le unían cuatro o cinco que decidían venirse con nosotros. Éramos totalmente inconscientes de sus necesidades (la mejor normalización posible) hasta el día en que, medio alcoholizados todos de sinfonías (y no es metafórico: es que los chupitos se llamaban así), salimos del Beethoven y Rosa, a cuya silla de ruedas no habíamos puesto los frenos antes de sentarla, se deslizó "colina" abajo y se estrelló felizmente contra un coche aparcado. Felizmente porque la alternativa habría sido que la parase cualquiera de los coches en marcha que circulaban por la transversal. Se quedó unos minutos inconsciente por el susto. Y a nosotros se nos evaporaron todas las sinfonías de golpe y da capo. Cuando somos jóvenes rozamos la tragedia diez millones de veces más que cuando somos niños. Es en ese período cuando nuestro ángel de la guarda decide que es demasiado trabajo para tan poco sueldo y, en cuanto acabamos la adolescencia, nos abandona y se ingresa en la clínica de reposo más cercana.

Teníamos mundos, salidas y amigos paralelos a nuestro universo de dos, a veces juntos y a veces separados. A veces los mezclábamos. A veces no. Es curioso que mi amor por él no se convirtiese nunca en obsesión tortuosa o torturante. Yo podía saber que él estaba en un sitio y no ir, sin tener que hacer un esfuerzo, simplemente porque no me apetecía salir. Ambos salíamos tranquilamente con otros, y no nos buscábamos nunca. Era un amor, el mío, de cuando estaba con él. De presencia, más que de ausencia. No era un amor que lo fuese por su imposibilidad de materializarse. No era un amor fantasma, sufrido cuando no estaba. Era un sentimiento que experimentaba y disfrutaba cuando lo tenía cerca.

Debí haberme acostado con Infinity un millar de veces en lugar de haber seguido enamorada de él durante tantos años. No sé si él supo algo nunca. Lo que sí sé es que, un año después, nuestro grupo se convirtió en Friends cuando la serie no estaba ni pensada. Siempre que veo la serie pienso en esa época. En mis 18. A pesar de que los amigos allí ya han pasado con creces la edad del pavo, somos nosotros con 18. No asocio ningún otro grupo que tuviese después; sólo el de los 18.

Infinity tenía entonces una novia que se teñía en su casa (en la de Infinity) con henna. Nosotras no sabíamos lo que era la henna hasta que Infinity tuvo esa novia. Y sólo el hecho de huir de lo químico (entonces ella y, por imitación, nosotras, usábamos químico por industrial o artificial, pasando por alto que todo, hasta lo natural, es químico), el hecho de utilizar henna para teñirse el pelo, ya nos parecía razón suficiente para haber enamorado a Infinity; y pensábamos también que con teñirse con henna ya nos ponía el listón muy alto a las demás, que jamás nos habíamos teñido antes y que, de haberlo hecho, no habríamos tenido la incomparable idea de hacerlo con henna. Ni en la casa de Infinity, dicho sea de paso. No recuerdo su nombre. Sólo que se teñía con henna en casa de Infinity mientras jugábamos al mus con amarracos variados. Eso... y que se acostaba con él. Y que nos lo hacía ver claramente. No sé si marcando territorio o porque ella era tan natural como la henna. Tampoco recuerdo qué edad tenía ella, pero nos sacaba a todos (excepto a Infinity, con el que se igualaba) varios lustros. Todas queríamos teñirnos con henna en casa de nuestros novios. Y yo, además, quería meterme en la cama de Infinity con tanta naturalidad. Como no paraba de hablar de él, obedeciendo a mi maldición (de la que ya os he hablado), todas las de Friends terminaron deseando acostarse con Infinity con naturalidad; y olvidaron definitivamente la henna, que también era natural, todo por culpa de mi defecto maldito.

En esa época averigüé muchas cosas de mí misma. Averigüé que me encantaba Sabina. Incluso llegué a interiorizar que ese hombre, que jamás había oído hablar de mí y que ignoraba que yo vivía en su mismo planeta y escuchaba sus canciones, había escrito mis letras, había compuesto muchas de las canciones de Malas compañías, Ruleta rusa y Juez y parte (de Inventario no sabíamos nada) basándose en mis pensamientos, o en mis vivencias, o en mis anhelos... Averigüé que en los cumpleaños, sin fumar, me cogía los peores cuelgues de la historia, sólo con el humo. Y averigüé que no quería cogerme cuelgues porque al día siguiente me sentía todo lo idiota que no me había sentido la noche anterior teniendo más motivos, y me llamaba payasa e infeliz con demasiada vehemencia y desproporción. 

 Averigüé que las que abortaban no merecían la esterilidad como yo pensaba, y lo supe de una vez para siempre cuando una amiga nuestra, con una vida más dura que los adoquines de Calatayud, una amiga que apenas si podía batallar para mantenerse a sí misma, se quedó embarazada y tenía que decidir; de verdad, no en una película; y pronto, no dentro de unos años cuando la vida se portara mejor con ella y tuviese más margen o madurez, no, ¡ya mismo! mañana, pasado, en una semana...; y supe que el café para todos no servía, y que la demagogia de sojuzgar cuando calzamos otros zapatos era la peor crueldad que uno puede ejercer sobre el semejante y, sobre todo, el peor acto de ignorancia que se puede ejercitar. 

Todo eso lo vivía con Infinity, intercambiando opiniones y estrujando las ideas como si fueran el último limón para un par de mojitos; hablábamos de lo injusto de que la decisión, al final, tuviese que ser de la mujer, porque la consecuencia iba a sufrirla sólo ella: si decidían tenerlo, él siempre iba a tener la posibilidad de vivir como si no fuese padre si mañana se enamoraba de otra (nada improbable, teniendo la edad que tenían) pero ella ya nunca iba a poder vivir como si no fuese madre. Si decidían darlo en adopción, no existía la posibilidad de que fuese él quien lo gestase durante 9 meses y asumiese luego la separación; si abortaban, sería el cuerpo de ella el que sufriría la intervención; si... Se mirase por donde se mirase, la decisión que él tomase siempre iba a tener menos implicaciones y de menor permanencia en el tiempo respecto a sus consecuencias personales. Entonces no sabíamos de la prueba de ADN; pero (es triste) tampoco parecen haber cambiado tanto las cosas después.

Averigüé también que, aunque hablaba de todo con Infinity y maduraba con él, jamás iba a atreverme a hablarle (aunque fuese sin palabras) de lo que de verdad importaba. Y que era capaz de convertir en trascendente cualquier banalidad con tal de que siempre estuviésemos lejos, en nuestras conversaciones, de mi necesidad vital de quererle y de que me quisiera. Ya que no podía evitar que mis ojos, mi respiración dérmica, mi transpiración cardíaca, las miradas de mis latidos... hablasen por su cuenta, y quizá hasta me traicionasen, la parte que sí controlaba, la del discurso y las acciones, se afanaría siempre en demostrar lo contrario de lo que exhibía mi paraverbalidad.

Cumplí 19 y empecé a pasar bastante menos tiempo con él. Y no sólo porque me abrumara tanta competencia, tanta enamorada de él desde siempre (que no lo había contado nunca). También porque un día, no sé si con premeditación, alevosía, o por dejadez (y tampoco sé qué causa habría sido peor)... pasaron de incluirme en sus planes. De mis dos amigas podía esperarlo: eran también rivales. De mis amigos nodelalma, también. Pero de él no pude soportarlo. No veía motivos para su traición. Fue la primera, de muchas veces después, en que un amigo de verdad no se comportaba en absoluto como tal. Con la pasión vital que tenía entonces, y la visión dicotómica absoluta que sostenía sobre lo que era justo o injusto, traición o lealtad, cariño o desinterés, amistad o conveniencia,... amor o indiferencia, en definitiva, tomé la decisión que tocaba: crecer. Y ello pasaba por cerrar etapa y seguir otro camino.

Aún nos vimos de vez en cuando en algunas ocasiones. Cuando tocaba vernos, yo no podía desprenderme de ese magnetismo que me empujaba hacia él desde todas las direcciones. Aunque creyese estar profundamente enamorada de otro, era verle, pasar un rato pequeño con él, y descubrir que el otro sentimiento era confetti comparado con esta explosión radiactiva. Pero me daba igual redescubrir una y mil veces lo mismo. No hacía nada al respecto salvo seguir con mi vida.

Un día sucedió algo extraño. Era verano. Él venía a veces a casa porque mi tía trabajaba para su familia. A veces preguntaba por mí y a veces no. A veces nos veíamos y a veces no. No recuerdo muy bien cómo sucedió ese día, si fui yo la que abrió o si me llamó mi tía. El caso es que, cuando salí a verle, me dio un regalo. Yo vivía entonces una época bastante tranquila respecto a él, sobre todo a base de aceptar lo que se había convertido en un hecho evidente para mí: posiblemente todo lo que yo creía que él podía sentir hacia mí era más fruto de mi deseo que de la realidad objetiva. Habíamos vivido ocasiones más que suficientes como para que hubiese sucedido algo, como para que él se hubiese lanzado al vacío; incluso sin sentir nada. Después de todo, poramordediox, él tenía 18 años cuando nos hicimos amigos-amigos ¡era pura hormona sexual ambulante! Sin embargo, jamás se había producido un acercamiento, a pesar de que yo, o mi imaginación, o ambas, tan indisolubles en ocasiones, sintiese a veces una tensión sexual tan poderosa que incluso habría podido describirla físicamente en forma, olor, sabor...

Tampoco recuerdo si él esperó a que abriese el regalo. Sí recuerdo lo que sentí: un calor volcánico brutal que me ascendía desde el pecho incendiándome la cara, y mi pregunta: ¿Y esto? Y mi sonrisa. Y su sonrisa unida a su respuesta, sencilla y obvia: Un regalo. Era un brazalete de bronce precioso, de diseño, que tardé mucho tiempo en quitarme y que conservaré siempre como uno de mis mejores tesoros. También recuerdo lo que sucedió cuando, enseguida, se marchó: llamé a mi mejor amiga para contárselo y, en una frase suya, recibí tal cubo de hielo en la cara que me congeló la explosión de lava en microsegundos. Me dijo algo tan simple como: No te engañes; ha sido para darte las gracias. Y yo, que hasta ese momento no había pensado siquiera en esa opción, porque el favor al que supuestamente respondía el brazalete había sucedido muchos meses antes, no vi ya ninguna otra posibilidad. Y las gracias deshicieron el encanto.

De no haber sido por eso, de no haber llamado para contagiar mi desbordamiento, habría hecho una locura, me saliese como me saliese; porque yo sólo estaba esperando una señal por su parte, la señal que yo tampoco daba nunca (aunque supongo que toda yo era una jungla de asfalto repleta de semáforos en verde, lo viera él y callara, o no lo viera) y había llegado. Un regalo tan especial, tan bonito como ése no podía significar otra cosa. Gracias. Una palabra increíble y, sin embargo, la más terrible cuando la pronuncia alguien de quien estás esperando un te quiero.

Camino de los 21, y renovada mi maldición por el brazalete, sucedió lo que tenía que suceder: una de mis amigas lo vio a través de mis ojos e hizo suyos mis deseos. Se lo tiró sin más contemplaciones. Y hasta hoy.

Lo miro en una foto estática, actual, y desempolvo todo esto de hace tantísimo tiempo, de una era en la que las pelis de dinosaurios no eran ciencia-ficción sino neorrealismo.


Yo no quise volver a su pueblo (no por eso, claro, aunque simbólicamente represente o resuma mis múltiples razones) y él (no de un modo literal) ya nunca volvió a salir de él, por lo que no volví a verlo mucho. En alguna ocasión esporádica sí, pero ya nunca se repitió el mundo de dos en paralelo (ni siquiera en mi imaginación) hasta una vez, pasados muchos años. Yo estaba tan alcoholizada (o me alcoholicé tanto en la huida), que le conté dioxabequé. Algunas cosas se libraron de convertirse en laguna de memoria y sé que lo que hablé fue espantoso, de modo que intuyo que lo que mi memoria bloqueó debió ser aún más terrible. Al día siguiente, él, con su generosidad habitual, fingió no recordar nada, lo cual aumentó aún más si cabe mi vergüenza y mi sentimiento de culpa; por lo que recordaba haberle dicho y, sobre todo, por lo que no recuperé ni espero hacerlo nunca.

Lo vi aún una vez más, después de eso. Fue un encuentro breve, en un entierro de un familiar. Me punzó tanto verle que canté mentalmente el fragmento de Peces de ciudad en que Sabina (ese hombre que seguía sin haber oído hablar de mí y que continuaba ignorabando que yo vivía en su mismo planeta y escuchaba sus canciones), de nuevo y sin pretenderlo, describía mi angustia: En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. No volver a mi pasado, al lugar físico y metafórico al que nunca he querido volver, pero incapaz, a la vez, de avanzar hacia otro lado, congelada en un lugar y en un tiempo imprecisos...

Sin embargo, ahora mismo, escribiendo, estoy haciéndolo: Volver a los 17. Con Violeta. Y sólo para demostrarme lo que ya sé: que no puedo/debo/quiero/espero/soy capaz de/sirve... volver allí. Ni siquiera mentalmente.