Se me ha ido García Márquez. A todos, pero a mí también. En mi mente nunca lo llamé Gabo, como sus cercanos, y no porque no lo sintiese, siempre que leía algo suyo, como algo tan próximo como mío. Es porque fue el primer nombre que le di, cuando el de Gabriel me era tan desconocido que amenazaba con infligirle un rotacismo a la primera de cambio.
Siempre estaba él cuando imaginaba la injusticia de que gente que no valora el hecho, tenga el privilegio de aproximarse a un genio, ya sea de las matemáticas ya sea de las emociones. Cada vez que alguien me planteaba si sería capaz de enamorarme de alguien mayor que yo, pensaba en mi profesor de Evolutiva para responder, arrobada, que sin duda; cuando me ponían el "más difícil todavía" aumentando la brecha de edad, pensaba en él, en García Márquez, y no me movía ni un ápice de mi posición anterior.
Creo que, más allá de la adolescencia, es el único amor platónico que he tenido (¿y quién no, de entre sus lectores?). Apenas si sé o he sabido de él, de su biografía, de su devenir diario, sus amores, sus desamores, sus sinsabores,... No sé si le gustaba el cine o si tenía mal genio, si era de humor añorálgico o tomaba café (solo y/o sólo) por las mañanas, si soñaba con un amor de juventud o si fumaba mirando atardecer... Nada. Pero si sé, por lo que escribía para mí (para millones de "paramís"), cuántas veces me ha dejado con una sonrisa boquiabierta, cuál es el límite de absorción lacrimal de un kleenex, cuál es el Guiness de aceleración de mi pulso, cuántos centenares de años puede esperar un coronel incluso en tiempos del cólera, cuánta soledad y cuánta compañía es capaz de soportar un ser humano que sólo anhela unos labios definidos y concretos, qué volumen puede llegar a ocupar un estómago encogido por la angustia y cuántos litros admitirá un pecho elevado a su máxima expansión...
De todos esos y otros muchos cálculos experimentales sólo él tiene la culpa. Y ahora, además, debo añadir otro: el de cuántos voltios de tristeza puede llegar a desencadenar la partida de un desconocido tan familiar.
Me has dado tanto, García Márquez, sin saberlo y, a la vez, tan consciente de ello, que sólo se me ocurre una forma de devolvértelo un poco: la memoria que siempre, más allá de la neurología o la longevidad, guardaré de ti.
Te mando, a esa luna roja con la que te vas (pero no te vas), tantos besos como los que tantas veces tuvieron los amantes salidos de tu pluma que lanzar a la silueta incorpórea del amado.
(Y la promesa de que, como vuelva a ver que te endosan La marioneta, cometeré cualquier locura pasajera, te lo juro).
No hay más vida, no hay
No hay más vida, no hay
No hay más lluvia, no hay
No hay más brisa, no hay
No hay más risa, no hay
No hay más llanto, no hay
No hay más miedo, no hay
No hay más canto, no hay
Llévame donde estés, llévame
Llévame donde estés, llévame
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
No hay más cielo, no hay
No hay más viento, no hay
No hay más hielo, no hay
No hay más fuego, no hay
No hay más vida, no hay
No hay más vida, no hay
No hay más rabia, no hay
No hay más sueño, no hay
Llévame donde estés, llévame
Llévame donde estés, llévame
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
Cuando alguien se va, el que se queda
Sufre más
Sufre más
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