Cuando, siendo adolescente, volví a Salamanca, ya para quedarme a vivir, inicié, con los amigos que venían a verme, la buena costumbre de recorrer infinidad de rincones que, de otra forma, a lo mejor no habría llegado a conocer.
Una
de las primeras cosas que visitábamos era "la rana de la Uni", y nos
gustaba contar la leyenda de que no aprobaría los exámenes quien no la
viese (no sé si alguien habrá sido capaz alguna vez sin ayuda, porque es
una fachada plateresca totalmente labrada). Pero teníamos que hacerlo
antes de llegar al Patio de Escuelas, porque, una vez allí, en cuanto te
detenías frente al edificio, venía el gitanillo y te decía: ¿Te laxplico? Y,
sin esperar respuesta, empezaba su relato, aprendido de memoria, sobre
los tres cuerpos, el medallón de los Reyes Católicos, los tres
escudos... y, por supuesto, la leyenda de la rana.
Apenas
tomaba aliento (no fuese a ser que, interrumpido, no recuperase el
hilo), y evitaba señalar muy directamente, para que no se notase que no
sabía muy bien a qué parte de la fachada se estaba refiriendo (no sé si
se habría fijado en ella alguna vez, más allá de localizar la rana sobre la
calavera). Cuando el turista o el paseante le planteaba alguna pregunta a
mitad del discurso, haciéndole parar o despistarse, en lugar de
responder, hacía un gesto de no con la cabeza y volvía a recomenzar
desde el punto-indicador en que empezase el párrafo que se hubiese
aprendido en un momento dado, igual que con los primeros DVDs, cuando, si te
perdías una frase, tenías que volver a visionar un buen fragmento
anterior (y lo mismo que nos hicieron ¡en el cine! en la película Intocable,
cuando, al bloquearse, tuvimos que re-verla casi desde el principio, deshaciéndonos el ritmo de la historia).
El gitanillo recitaba sin tregua. Tenía toda la gracia. Por eso sacaba suculentas propinas. Y, por eso también, cada vez fueron más los gitanillos que se aprendieron de memoria "la fachada de la Universidad", dando covertura a mayor número de visitantes. Tal negocio no podía dejarse en manos de niños, así que empezó a haber reproductores de "la fachada de la Universidad" bastante más talluditos y con bastante menos gracia. Evidentemente, los beneficios propineros que obtenían no eran los de los niños, así que empezó la estrategia del chuleo del pequeño, e incluso prácticas de descuideo.
El gitanillo recitaba sin tregua. Tenía toda la gracia. Por eso sacaba suculentas propinas. Y, por eso también, cada vez fueron más los gitanillos que se aprendieron de memoria "la fachada de la Universidad", dando covertura a mayor número de visitantes. Tal negocio no podía dejarse en manos de niños, así que empezó a haber reproductores de "la fachada de la Universidad" bastante más talluditos y con bastante menos gracia. Evidentemente, los beneficios propineros que obtenían no eran los de los niños, así que empezó la estrategia del chuleo del pequeño, e incluso prácticas de descuideo.
Conclusión:
Intervino el ayuntamiento a través de la policía y se acabó el
gitanillo que contaba la "fachada de la Universidad" de corrido y sin
aliento, y sin olvidar, si no ni una coma (porque se las comía casi
todas), ni una palabra.
Una penita que se quedase siempre en la fachada; si hubiese tenido oportunidad de traspasar la puerta, hoy, estoy segura, estaría sentando otro tipo de cátedra.
Una penita que se quedase siempre en la fachada; si hubiese tenido oportunidad de traspasar la puerta, hoy, estoy segura, estaría sentando otro tipo de cátedra.
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