Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 28 de abril de 2014

EL GITANILLO DE LA UNIVERSIDAD (R. Creek)


Cuando, siendo adolescente, volví a Salamanca, ya para quedarme a vivir, inicié, con los amigos que venían a verme, la buena costumbre de recorrer infinidad de rincones que, de otra forma, a lo mejor no habría llegado a conocer.

Una de las primeras cosas que visitábamos era "la rana de la Uni", y nos gustaba contar la leyenda de que no aprobaría los exámenes quien no la viese (no sé si alguien habrá sido capaz alguna vez sin ayuda, porque es una fachada plateresca totalmente labrada). Pero teníamos que hacerlo antes de llegar al Patio de Escuelas, porque, una vez allí, en cuanto te detenías frente al edificio, venía el gitanillo y te decía: ¿Te laxplico? Y, sin esperar respuesta, empezaba su relato, aprendido de memoria, sobre los tres cuerpos, el medallón de los Reyes Católicos, los tres escudos... y, por supuesto, la leyenda de la rana.

Apenas tomaba aliento (no fuese a ser que, interrumpido, no recuperase el hilo), y evitaba señalar muy directamente, para que no se notase que no sabía muy bien a qué parte de la fachada se estaba refiriendo (no sé si se habría fijado en ella alguna vez, más allá de localizar la rana sobre la calavera). Cuando el turista o el paseante le planteaba alguna pregunta a mitad del discurso, haciéndole parar o despistarse, en lugar de responder, hacía un gesto de no con la cabeza y volvía a recomenzar desde el punto-indicador en que empezase el párrafo que se hubiese aprendido en un momento dado, igual que con los primeros DVDs, cuando, si te perdías una frase, tenías que volver a visionar un buen fragmento anterior (y lo mismo que nos hicieron ¡en el cine! en la película Intocable, cuando, al bloquearse, tuvimos que re-verla casi desde el principio, deshaciéndonos el ritmo de la historia). 

El gitanillo recitaba sin tregua. Tenía toda la gracia. Por eso sacaba suculentas propinas. Y, por eso también, cada vez fueron más los gitanillos que se aprendieron de memoria "la fachada de la Universidad", dando covertura a mayor número de visitantes. Tal negocio no podía dejarse en manos de niños, así que empezó a haber reproductores de "la fachada de la Universidad" bastante más talluditos y con bastante menos gracia. Evidentemente, los beneficios propineros que obtenían no eran los de los niños, así que empezó la estrategia del chuleo del pequeño, e incluso prácticas de descuideo

Conclusión: Intervino el ayuntamiento a través de la policía y se acabó el gitanillo que contaba la "fachada de la Universidad" de corrido y sin aliento, y sin olvidar, si no ni una coma (porque se las comía casi todas), ni una palabra.

Una penita que se quedase siempre en la fachada; si hubiese tenido oportunidad de traspasar la puerta, hoy, estoy segura, estaría sentando otro tipo de cátedra.

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