Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 30 de junio de 2014

NO TOCARTE (RADIO FUTURA)


Helmut Newton

No tocarte
y pasar todo el día junto a ti. 
No tocarte.
 Yo no sé lo que esperas de mí.
Ve despacio.
El bosque se llena de humo.
No voy a tocarte, es mejor así.

Atontado voy siguiendo tu rastro animal
y eso es algo que tú no deberías soportar.
Tan segura pareces y yo me pregunto por qué,
¿cuál es el precio que marca tu piel?

No tocarte, 
no tocarte,
 no tocarte o quizás
podría devorarte.

Súbete a un árbol,
 rompe tus medias,
llora en un rincón. 
No voy a tocarte
es mejor así.

Dame un poco de leche y de pastel de mamá. 
No comprendo tu cara de felicidad.
Sé que estás pensando en cuerdas y cuchillos.
No voy a tocarte, prefiero no mirarte.

No tocarte, no tocarte, no tocarte o quizás
podría devorarte.

Ese hombre que mide su tierra
con arma de fuego ¿quién es? 
Ese tipo que ve tu pecado
en el punto de mira ¿quién es?, ¿quién es?

No, no, no, no... No tocarte o quizás
podría devorarte.

Madrugada, volviendo hacia el pueblo. 
Se enciende la fábrica que mueve mi cuerpo.
Soy un gran obrero, soy un minero,
llevo un hermoso sombrero,
soy un viajero en la vía del tren.

No tocarte
no tocarte
no tocarte o quizás
podría devorarte.

HAN CAÍDO LOS DOS (RADIO FUTURA)




Han caído los dos.
 
Han caído los dos, cual soldados fulminados, al suelo
y ahora están atrapados los dos en la misma prisión,
vigilados por el ojo incansable del deseo voraz,
sometidos a una insoportable tensión de silencio.

Han caído los dos bajo el punto de vista exclusivo,
iniciando una guerra en que nadie pudo vencer jamás.
Ella sabe lo que el hombre espera sin haberlo aprendido
y él encuentra sentido al enigma que no le dejaba existir.

Antes eran dos barcos sin rumbo,
hoy son dos marionetas que van
persiguiendo una luz cegadora
por la línea del tiempo.

Han caído los dos en la boca de un dios tenebroso
que sonríe mostrando sus dientes de acero.

Han caído los dos, cual soldados fulminados, al suelo
y ahora están atrapados los dos en la misma prisión,
vigilados por el ojo incansable del deseo voraz,
sometidos a una insoportable tensión de silencio.

Antes eran dos barcos sin rumbo,
hoy son dos marionetas que van
persiguiendo una luz cegadora
por la línea del tiempo.

Han caído los dos en la boca de un dios tenebroso
que sonríe mostrando sus dientes de acero.

Ella sabe lo que el hombre espera sin haberlo aprendido
y él encuentra un sentido al enigma que no le dejaba existir.

GRAVE PROBLEMA DE GRAVEDAD CON ANOSMIA SENTIMENTAL


Imagen de Igor Zenin
Como gato sin olfato, algunos esperadores muestran un himalayesco mundo emocional, pero acompañado de anosmia sentimental. Tienden a colocarse, además, en un centro gravitatorio que no les corresponde. Algunos lo llaman ceguera del amor, pero va más allá: si además de falta de visión se adolece de carencia de olfato para lo sentimental, es obligado desarrollar extraordinariamente el tacto.

Sin embargo, un tacto hiperdesarrollado de nada sirve si se tiene el centro de gravedad distorsionado. El esperador muestra un tacto exquisito hacia el amado, pero cree situarse en el centro de su vida sólo porque él ocupa el centro de la propia.

Este curioso síndrome lleva al esperador a pasar por diferentes fases. La primera de ellas no comporta sinsabores ni se vive como problemática: el esperador no sabe de su anomalía. La anosmia emocional (como la fisiológica) es difícilmente detectable, sobre todo si la has padecido siempre. Y la falta de equilibrio cardíaco sólo se constata cuando las caídas se hacen preocupantemente frecuentes. Esas caídas, esas situaciones inesperadas y absurdas, esos zasentodalaboca cuando ha puesto morritos de besopasión, en los que, cada vez más a menudo, se ve envuelto el esperador anósmico, lo llevan de la mano a la segunda fase: el dolor.

La fase de sufrimiento sentimental tiene diferentes focos: por una parte, se sufre por la consciencia de estar en el lugar equivocado, por haber no sólo aterrizado en la persona en la que no debías, sino, además, haber acampado allí y hasta llegar a instalar tu hogar, tu nido. Es el lugar-persona el que, mediante múltiples señales (sobre todo la gelidez), se te revela como dolorosamente anecuménico. Otro de los focos importantes de padecimiento lo constituyen las propias características del entorno en el que estás cuando suponías estar en otro tipo: la frialdad ya citada, la rugosidad, el encontrar siempre arista, te muevas hacia donde te muevas... Un tercer foco surge de la consciencia, el eureka, el darse cuenta de dónde estás realmente. La última fuente de dolor también tiene que ver con la consciencia y el darse cuenta, pero en este caso a lo que abres los ojos es al hecho de que el problema es tuyo. Tienes un grave problema de gravedad, gravitatorio. Acompañado de anosmia emocional.

Después de múltiples situaciones grotescas, típicas de quien actúa en función de un contexto cuando en realidad está en otro (nadar en el asfalto, reír a carcajadas cuando te hablan -en serio- de demonios, besar una pared, inhalar profundamente perfume de amoníaco...), terminas, sin apenas darte cuenta, en la última fase: te ríes, te ríes con ganas y esta vez consciente, de sus demonios, de los tuyos, de todos los infiernos terrenales.

Alguien esperaría que, un paciente así, terminará desarrollando reflejos anticipatorios y de evitación. Pero si tenéis en cuenta que sufre de total ausencia de olfato, adivinaréis enseguida que no es posible. Sin embargo, sí que hay notables mejorías: cuando el esperador pasa experiencias en número y dolor suficientes, alcanza un estado de autoaceptación tal, que salta cada vez más rápidamente a la tercera fase, la de huída y sorna, y las fases anteriores son tan cortas que termina viviendo un breve pellizquito de dolor (si bien inolvidable) y una gran y duradera carcajada.

YA ESTOY AQUÍ


sábado, 28 de junio de 2014

SINITAIVAS (OLAVI VIRTA)







Taivaan milloin nään sinisen, 
kaipaan sinisillalle sen
Korkeuteen huumaavaan
päästä kahleista maan

Taivaan milloin nään sinisen
kaipaan sinisillalle sen
korkeuteen huumaavaan
päästä kahleista maan

kaiken kätkee taivas tuo, auringon
pilvet, tähdet se myös suo, kuutamon
Taivas kätkee maailman, suurimman
se myös kätkee unelmat, kauneimmat
suuri taivaan on sininen äärettömyys
tumma kuin ikävyys

Ma pieni ihminen nyt sulta pyydän
oi taivas sininen, sen täytäthän
jos jossain huomannet, mun rakkaimpani
sä hälle kertonet mun kaipuuni
Taivas oi, mun ota unelmat ja kätke ne niin
ettei voi niitä löytää, kenkään sellainen
ken usko ei ihmeisiin

Oon lapsi kylmän maan,
vaan valoon mä uskon
kun taivaan nähdä saan
ja auringon

Taivaan milloin nään sinisen,
kaipaan sinisillalle sen
korkeuteen huumaavaan
päästä kahleista maan
pois ikävöin, kahleista maan


 Cuando mire el cielo azul,  
lo echaré de menos,
  echaré de menos esas cadenas
  resplandecientes que nos unían.
 

Todo se oculta en el cielo.
  El sol, las nubes y las estrellas lo permiten.  

El cielo esconde la Tierra.  
 También oculta los sueños,  
 Todos ellos,
hasta los más maravillosos.

  Tan grande es el cielo como interminable,
  al igual que fría es la oscuridad.
  Si desde ahí ves en alguna parte mi amor,
  espero que me lo digas.


  Cielo, coge mis sueños y escóndelos en tu inmensidad,
  allí donde quien no crea en los milagros no pueda encontrarlos.
  Ahora ya he crecido y vuelvo a preguntarle al cielo por ti.
 

 Soy un niño que viene de tierras frías,
  pero cuando miro al sol en su cielo azul,  

 vuelvo a sentir el calor de la felicidad.

KILLING ME SOFTLY (ROBERTA FLACK)


Rodin






Arañando mi dolor con sus dedos,
Cantando mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente con su canción,
Matándome suavemente con su canción,
Contando toda mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente, con su canción.

Escuché que cantaba una buena canción.
Escuché que tenía un estilo.
Y entonces vine a verlo,
Para escucharle un rato.
Y allí estaba él, este joven,
Un extraño para mis ojos.

Arañando mi dolor con sus dedos,
Cantando mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente con su canción,
Matándome suavemente con su canción,
Contando toda mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente, con su canción.

Me sentí febril,
sonrojada en público,
como si él hubiese encontrado mis cartas
y leyese cada una de ellas en voz alta.
Rogué para que acabase,
Pero seguía.

Arañando mi dolor con sus dedos,
Cantando mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente con su canción,
Matándome suavemente con su canción,
Contando toda mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente, con su canción.

Cantaba como si me conociera
En todas mis penurias.
Y luego miró a través de mí
Como si yo no estuviera allí.
Y simplemente siguió cantando,
Cantando claro y fuerte.

Arañando mi dolor con sus dedos,
Cantando mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente con su canción,
Matándome suavemente con su canción,
Contando toda mi vida con sus palabras,
Matándome suavemente, con su canción.

ME VA LA VIDA EN ELLO (SILVIO)





Cierto que huí de los fastos y los oropeles
y que jamás puse en venta ninguna quimera.
Siempre evité ser un súbdito de los laureles
porque vivir era un vértigo y no una carrera,
pero quiero que me digas, amor,
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello,
Dímelo, me va la vida en ello.

Quiero que me digas, amor,
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello.
Dímelo, me va la vida en ello.

Cierto que no prescindí de ningún laberinto
que amenazara con un callejón sin salida
ante otro más de lo mismo, creyendo distinto,
porque vivir era búsqueda y no una guarida,
pero quiero que me digas, amor,
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello,
dímelo, me va la vida en ello. 

Quiero que me digas, amor,
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello,
dímelo, me va la vida en ello.

Cierto que cuando aprendí que la vida iba en serio
quise quemarla deprisa jugando con fuego
y me abrasé defendiendo mi propio criterio
porque vivir era más que unas reglas en juego,
pero quiero que me digas, amor,
que no todo fue naufragar
por haber creído que amar
era el verbo más bello.
Dímelo, me va la vida en ello. 

¿QUÉ HAGO AHORA? (SILVIO)







¿Dónde pongo lo hallado?
En las calles, los libros,
la noche, los rostros
en que te he buscado.

¿Dónde pongo lo hallado?
En la tierra, en tu nombre,
en la Biblia, en el día
que al fin te he encontrado.

¿Qué le digo a la muerte tantas veces llamada a mi lado
que al cabo se ha vuelto mi hermana?

¿Qué le digo a la gloria vacía de estar solo
haciéndome el triste, haciéndome el lobo?

¿Qué le digo a los perros que se iban conmigo
en noches pérdidas de estar sin amigos?

¿Qué le digo a la luna que creí compañera
de noches y noches sin ser verdadera?

¿Qué hago ahora contigo?
Las palomas que van
a dormir a los parques
ya no hablan conmigo.

¿Qué hago ahora contigo?
Ahora que eres la luna, los perros,
las noches, todos los amigos...


ATUNES EN EL PARAÍSO (RUIBAL)

 


El paraíso es un sueño,
p'a qué te voy a engañar.
Aquí todo tiene dueño,
como en la vida real.

Ya tiene dueño el paisaje,
el aire, el agua y el mar,
y el dinero es de un malaje
que no sabe ni sumar.

Y en el reino de los mansos,
el masoquista es el rey.
Por quererte sin descanso,
soy un fuera de ley.
Y aunque yo no te merezca,
torpe, lacio e indeciso,
yo soy el guapo que pesca
atunes en el paraíso.

El paraíso no tiene
ni pecado ni serpiente
que me muerda ni me tiente,
ni principio ni final,
ni gracia si no es contigo
dormir la siesta al abrigo
del árbol del bien y del mal.

En la costa del edén
hay un nido de tunantes,
y, por chulos, que les den
por donde salta el levante.

Que me llamen infeliz
y que me encierren por loco,
si no es bonito vivir
siempre nadando con chocos.

Dame un beso de tornillo
antes de ir a la alcoba,
que lo mejor del morrillo
será mi tarta de bodas.

No será lo que pedías
pero soy quien más te quiso:
no se pescan to' los días
atunes en el paraíso. 
 
 El paraíso no tiene
ni pecado ni serpiente
que me muerda ni me tiente,
ni principio ni final,
ni gracia si no es contigo
dormir la siesta al abrigo
del árbol del bien y del mal.
 
 Mira si estamos casa'os,
si pasamos de la gente,
que nos quiten lo baila'o,
y reviente el que reviente.

Ya no hay nada que me importe,
yo cumplí mi compromiso:
no se pescan por deporte
atunes en el paraíso.
 

 

DE HIPNAGOGIAS Y SUEÑOS (R. Creek)

Hace algún tiempo, en este lugar...

11 de febrero de 2014 a la(s) 0:17

     ¿Donde hoy los bosques se visten de espino? No precisamente. Era una forma de empezar a contar esta aterradora historia ;)

     Hace ya un montón de años tuve una época de mayor conversación con una prima mía unos 15 años mayor que yo. En una de esas conversaciones me contó una experiencia que me dejó alucinada: Estando en la cama, completamente consciente, de pronto sintió una presencia, alguien invisible se tumbaba encima de ella y la inmovilizaba. Aterrorizada, cerró los ojos, muy apretados, y se puso a rezar hasta que la presencia desapareció.

     Aunque, exageradamente racional como soy, siempre pensé que habría alguna causa explicable, incluida la imaginación/sueño vívido de mi prima, debió impactarme bastante, porque nunca lo olvidé.

     Bien, en 4º Milenio, una noche oí cómo un psicólogo que interviene de vez en cuando le daba el nombre de hipnagogias, respondiendo a una carta en la que le contaban una experiencia muy similar a la de mi prima. Y, lo que me sorprendió más: era bastante frecuente. Sucedía abandonando la vigilia, de ahí que se tuviese la sensación de que no estabas soñando.

     Tal y como me sucedió cuando me hablaron del fenómeno de "subirse la bola" (que inmediatamente después de oír hablar de ello por primera vez en mi vida, "decidí" experimentarlo a lo bestia, con todo el dolor de mi corazón y mi músculo pernil), hace unos meses me sucedió: de pronto, estando aún boca arriba (duermo boca abajo, así que quiero decir que me acababa de acostar), y totalmente consciente, note un peso encima, como cuando se te tumba alguien (no de esa forma, warris, no penséis mal). A diferencia de mi prima, en mi caso no podría haberme subido la sábana por encima de la cabeza, tampoco comunicarme, porque absolutamente todo mi cuerpo estaba paralizado, salvo mis ojos. Pero, a diferencia de mi prima también, aunque me conmocionó (no sabes cuánto va a durar y es una sensación rarísima en sí), no me asustó, ni me llevó a creer en presencias, extraterrestres, fantasmas... porque ya tenía información alternativa. Lo que sí me chocó es que, fuera de estar en un estado de semivigilia, mi sensación era totalmente consciente.

    Bueno, resulta que la explicación era incompleta, y hoy he descubierto, indagando sobre los trastornos del sueño para completar un tema de oposiciones, toda una explicación que me ha sorprendido y que, además, ha dado explicación a otros dos episodios que me sucedieron: en uno escuché perfectamente que había alguien en mi casa y me levanté y flipé al ver que no había ni un alma. Aquí sí que pensé que había sido un sueño vívido (en la otra ocasión lo que oí fue abrir la puerta, también me levanté; al no ver a nadie, abrí pensando que les costaba abrir porque la puerta se atasca y me quedé "cuajá" al ver que no había nadie).

    Bien, a lo que voy, la explicación, mucho más detallada, de este fenómeno, está en la parálisis del sueño y, según las fuentes de Wikipedia, prácticamente a todo el mundo le ocurre al menos una vez en la vida. Aquí lo tenéis, para que, cuando os toque, os impacte bastante menos de lo que me "enshockó" a mí: http://es.wikipedia.org/wiki/Par%C3%A1lisis_del_sue%C3%B1o

   La parte de "Tipos de experiencia" es muy ilustrativa. A juzgar por mis alucinaciones auditivas, al parecer estoy más estresada de lo que creía; serán los nervios de la preboda. :p

A VECES BASTA UN EMPUJÓN (I) (R. Creek)


Adam Pretty


Esta tarde me he tirado por el balcón. 

Esto nunca habría sido posible en mi casa del pueblo, donde apenas si hay altura. Pero llevo 3 meses estudiando aquí, y viviendo en un 3º. Parece que el 3 no es, al fin y al cabo, un número de buena suerte como muchos creen.

Hay gente que piensa, incluidos los estudiosos del tema, que los suicidas tenemos ese pensamiento rumiándonos desde hace tiempo. Puede que para otros sea así. No en mi caso. En mi caso ha sido cuestión de un empujón. Metafórico, obviamente, esto no es un relato de misterio. Ni siquiera he dejado una nota. Como digo, no lo tenía pensado.

Ahora mismo no sabría contaros qué me ha sucedido. Estoy un poco aturdido aún por mi caída mortal y sólo veo a una señora a punto de llorar, la misma que hace un momento, al ver un bulto que llovía del cielo, gritó, indignada, mientras se encogía: "¡Tengan más cuidado, por Dios!". Al oír el golpe aún se ha encogido más, pero sólo por el ruido (no distinguía si lo que habían tirado era un piano, un armario...). A punto ha estado de decir al transeúnte de enfrente: "Joder con los estudiantes", pero ver la mirada de éste dirigida al centro de la calzada y observar su parálisis han sido suficientes como para contener la protesta y dirigir su atención a la calzada también, donde ahora se exhibe mi cuerpo casi informe. 

El transeúnte paralizado sí que me ha visto lanzarme, por el rabillo del ojo al principio, y después de frente, aunque sin tiempo ni voz para gritarme un No desgarrador. Por eso no ha protestado como la peatona de la acera contraria. Y por eso ahora, totalmente angustiado -como lo estará en breves momentos la señora-, desencajado, no encaja -permitidme el jeu de mots- el suceso y está ahí, en modo estatua, congelado en el tiempo, como se congelará en unas horas mi envoltorio. 

Más gente se va acercando, pero manteniendo una distancia prudencial, y eso sin que haya salido el policía tópico y típico de las películas dispersando a la gente a la voz de "aquí no hay nada que ver". Quizá un temor al contagio. 

Es curiosa la proximidad calurosa que brinda la gente en los casos de accidente, y la lejanía temerosa y gélida que inspiramos los suicidas. Nunca lo había pensado hasta ahora que lo veo. Y no me refiero sólo a las diferentes distancias que se mantienen respecto al cuerpo sin vida en cada caso; también sucede con la actitud hacia los familiares: la cercanía y el calor que se transmite a los seres queridos de un fallecido en accidente contrasta de un modo brutal con la actitud huidiza que se muestra ante los de un suicida.

Los coches siguen circulando por la transversal y una mujer que conduce un utilitario de color pistacho abre la boca de asombro, sólo intuyendo que algo sucede, y casi enfila contra el muro en lugar de tomar la curva. Ha estado a un tris de venirse al más acá (ya sabréis por Coco lo relativo del aquí o allá) y convertirse conmigo en comentarista del más allá. Aún volverá a pasar en breve, una segunda vez, confirmando su sospecha y yéndose a casa tan hundida como si hubiese sido mi mejor amiga.

Desde los balcones y ventanas también me observan y murmuran unos. Otros salen sin poder reprimirse, pero vuelven a entrar aterrorizados y arrepentidos de no haber bloqueado su curiosidad morbosa, porque mi imagen, aunque irá diluyéndose de sus retinas con el tiempo, jamás desaparecerá del todo. Bastará una frase relativa a sucesos impactantes, a muertes, a... lo que sea, para que yo vuelva a sus mentes como un presente, como todos los pasados insuperados.

Alguien baja unas mantas y me cubren tras haber certificado -la más decidida, o tal vez la más experimentada, o quizá la más inconsciente- que no lato. Se intercambian fragmentos de información y entre todos llegan a la verdad inalterable de que he saltado desde el balcón del tercero sin que nadie pudiese evitarlo. La mujer repite a cada nuevo mirón que ella había pensado que eran los estudiantes tirando algo. Lo repite como si sintiera cien mil dedos acusadores diciéndole que ella se había quejado en lugar de compadecerse; lo explica, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... como un tamtra redentor de esa culpa que, sin tenerla, se arrogan todos los católicos. Es cultural. Como entre los judíos. Es como un afán morboso de protagonismo, incluso en lo azarosamente nefasto, como si no fuesen capaces de asumir que el mundo se mueve ajeno e indiferente a sus existencias particulares, como una forma de huir de la propia futilidad.

Lamentablemente, yo sólo soy, perdón, fui (es tan reciente que tardaré en acostumbrarme al uso del pasado, disculpadme si lo hago de nuevo) católico por bautismo. Por tanto, he sido siempre bastante consciente de mi pequeñez y de mi escaso poder para cambiar las cosas, o para hacerlo de modo permanente.

La necesidad de hablar, de comunicarse, de no sentirse solos en la tragedia, lleva también a chácharas hilarantes. Una mujer llega haciéndose notar. A pesar de que reina un silencio casi sepulcral (admítanme la broma), ella pregunta a gritos qué ha sucedido. Nadie quiere contestar, nadie quiere explicar nada a esta vocinglera, intuyendo que no se dará por satisfecha con una única respuesta. Cuando ha reiterado su pregunta tres veces ya, y cada vez con mayor volumen incluso cuando alguien pensase que no era posible, un alma cándida o hasta las narices le responde explicándole el suceso resumido en una lacónica frase. Todo el mundo le agradece telepáticamente el gesto, esperando que así la gritona se sumirá en una actitud de silencioso respeto. Evidentemente, no es así: pregunta, a voces, si el suceso ha ocurrido allí. El que le contestó esperando callarla, frustrado por su escaso éxito, le responde que no, que ha sucedido en la Plaza Mayor, pero que he rebotado hasta aquí. Me tengo que reír, no me queda otra. La mujer sigue hablando a voces sobre sus teorías sobre los jóvenes y las drogas, el balconing, etc. Pero nadie ve la piscina que menciona, y la ignoran con mayor decisión aún. 

Llega la policía. Los testigos narran sus percepciones. La mujer que esquivó el bulto repite su tamtra de exculpación. La gritona vocifera que acaba de llegar. La que me cubrió con sus mantas informa. La policía toma los datos de algunos, pero no los utilizará jamás. No he dejado nota. Pero tampoco sospechosos. Estaba solo en el piso y, en un acto absurdo, como para detener cualquier posible intento de detenerme, valga de nuevo la redundancia, cerré la puerta con llave y cadena.

Todos los que lo han presenciado, se irán a casa con diez mil preguntas, incluida la de si podrían haberlo evitado. Si hubiera pasado dos minutos antes... pensará uno. Si me hubiese dado cuenta de que no era una gamberrada de estudiantes... Si hubiese mirado hacia arriba antes y me hubiese dado tiempo a gritarle... Y eso los que no me conocían. Para mis conocidos y cercanos será aún más duro. Todos y cada uno de ellos buscará su pedacito de culpa mortificante y todos y cada uno de ellos buscará también su futurible: Si aquel día en que... Quizá cuando me dijo lo de que... Alguno incluso afirmará que él o ella se lo había temido. Otro pensará que tuvo un anuncio del suceso en forma de señal: ¿A qué hora dices que sucedió? ¡Justo! Pues a esa hora se movió la cortina y me asusté porque fuera no hacía nada de aire... Todo el mundo buscará su pedacito de protagonismo aunque sea a costa de hacerse responsables, adivinos o incluso agoreros, puesto que yo mismo no habría sabido nunca que lo haría hasta que lo hice. Algunos afirmarán, también tiempo después, que me he aparecido en formas estereotípicas: escalofrío en el cuello, frases en sueños,... Y no necesariamente imaginarias: muchos, sobre todo los que más me recuerdan, me verán en otros rostros, en acciones que eran mías, en mis objetos, en mi mundanidad, en mis películas,...

Si me preguntas por qué lo hice, ni siquiera yo podría argumentarlo en una causalidad concreta o lógica. Por eso es que el que los demás tengan una respuesta me parece tan humano como irracional. 

Martín Gaite tiene un título revelador: "Lo raro es vivir". Vivir requiere un triple acto de fe; para vivir hace falta creer que tu vida tiene sentido, que el sentido que le das a tu vida es el verdadero y creer que ese sentido te satisface. Y eso no es tan fácil. Las personas lo saben, de un modo u otro saben de su insignificancia, y huyen de esa sapiencia de mil formas distintas, entregándose a actividades absurdas sin meta final: reformas y más reformas de sus casas o de sus cuerpos, redecoraciones de sus casas o de sus cuerpos, compras, inversiones sin límite y sin utilidad -sabiendo que no comprarán una inmortalidad que les permita disfrutar siquiera una décima parte-, adicciones varias, aficiones múltiples, musculación hasta la extenuación, delgadez hasta la desnudez... Todos inventan su sentido artificial para escapar del sinsentido más real. Precisemos: casi todos. También estamos una pequeña porción de escépticos, o quizá de iluminados, que sabemos que lo raro es vivir, y a los que sólo nos falta un empujón para bajarnos del mundo en marcha (a diferencia de Groucho, que esperaba, ladino amante de la vida, a que alguien lo parase).

Para algunos de nosotros, los suicidas, el salto es un imprevisto. De pensarlo con anterioridad, jamás lo haríamos. Yo no lo habría hecho de haber previsualizado algunas de las consecuencias: mi familia, antes vital y alegre, incapaz de volver a reír con ganas y sin remordimientos; mi novia guardando un luto demasiado largo, sintiendo miradas acusadoras, creyéndoselas incluso; mi perro buscándome en lugares comunes, repitiendo acciones cotidianas, poniendo sus patas delanteras sobre la ventanilla de mi coche, ahora abandonado en el jardín trasero porque nadie quiere conducirlo pero aún no se atreven a venderlo; mi madre descontando día a día un cubierto porque no es capaz de interiorizar que ya sólo son tres; mi padre engrasando periódicamente la cadena de mi bici; mi hermano sometido al infundado temor mudo y permanente de todos a que imite mi trágico salto...

Me bastó un empujón. Estaba estudiando para el examen de mañana. Ni siquiera estaba agotado o sin dormir. Sólo estaba repasando lo que ya me sabía de memoria. De pronto, un pájaro chocó contra la ventana del balcón. Salí a ver si seguía ahí, herido. Ni rastro. Me quedé fuera para sentir el frescor unos segundos. Miré hacia abajo. Me pregunté ¿y si salto? Fui hacia la puerta, cerré bien cerrado, acerqué una silla y me lancé. Tan absurdo y tan lúcido como eso. Tan absurdo y tan lúcido como seguir viviendo.


martes, 24 de junio de 2014

MI NIÑEZ (SERRAT)







Tenía diez años y un gato
peludo, funámbulo y necio,
que me esperaba en los alambres del patio
a la vuelta del colegio.

Tenía un balcón con albahaca
y un ejército de botones
y un tren con vagones de lata
roto entre dos estaciones.

Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines
y una historia a quemar temblándome en la piel.
Era un bello jinete
sobre mi patinete,
burlando cada esquina
como una golondrina,
sin nada que olvidar
porque ayer aprendí a volar,
perdiendo el tiempo de cara al mar.

Tenía una casa sombría,
que madre vistió de ternura,
y una almohada que hablaba y sabía
de mi ambición de ser cura.

Tenía un canario amarillo
que sólo trinaba su pena
oyendo algún viejo organillo
o mi radio de galena.

Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,
una acequia, un establo y unas ruinas al sol.
Al viento los ombligos,
volaban cuatro amigos,
picados de viruela
y huérfanos de escuela,
robando uva y maíz,
chupando caña y regaliz.
Creo que entonces yo era feliz.

Tenía cuatro sacramentos
y un ángel de la guarda amigo
y un "Paris-Hollywood" prestado y mugriento
escondido entre mis libros.

Tenía una novia morena,
que abrió a la luna mis sentidos
jugando los juegos prohibidos
a la sombra de una higuera.

Crucé por la niñez imitando a mi hermano.
Descerrajando el viento y apedreando al sol.
Mi madre crió canas
pespunteando pijamas,
mi padre se hizo viejo
sin mirarse al espejo,
y mi hermano se fue
de casa, por primera vez.

Y ¿dónde, dónde fue mi niñez?

DESMONTANDO MITOS YANKEES (R. Creek)


Desde la infancia había deseado probar la mantequilla de cacahuete; también el jarabe de arce, pero sobre todo la mantequilla de cacahuete, desayuno de los niños de tantas y tantas series; y no sólo desayuno: también les preparaban un sandwich para el recreo con la deliciosísima mantequilla de cacahuete.

Hace unos añitos llegué a Italia y ¡no me lo podía creer! mi family tenía acceso a todas esas golosadas norteamericanas ¡y las podríamos probar y hasta devorar! No sólo mantequilla de cacahuete (mmmmmmmmm, tenía tan buena pinta como en las series) y jarabe de arce ¡¡¡también tortitas!!! Xdiox, xdiox, xdiox, estaba salivando como perro de Pavlov y ni siquiera había sonado la campanita...

Llegó el momento de probarlo todo, en el desayuno, claro, para cumplir la tradición. ¡¡¡¡¡¡¡¡Menudo timo!!!!!!!!!!! La mantequilla era llamada así por llamarla de algún modo, porque era grasaza de cacahuete solidificada. Te esperas algo dulce, cremoso, delicioso... ¡nanay! es lo mismo que si te da por chupar una sartén que has dejado sin fregar el día anterior.

El jarabe de arce tenía un pase, pero vamos, es como los botecitos ésos de líquido de colores que los niños compran en los kioskos, más o menos. Nada que considerase yo imprescindible en mis desayunos. Incluso me gustan más los flases, sobre todo los de lima.

Las tortitas... bueno, increíbles. Se hacen con un preparado que se puede comprar ya mezclado. Tú te esperas un crêpe, pero un crêpe norteamericano, que por fuerza tienen que estar buenísimos, porque todos los niños de las películas se llevan una decepción tremenda cuando las madres americanas no están y, por tanto, no hay tortitas. ¡Nanay de nuevo! Es totalmente panosa, como los panes de hamburguesa cuando se secan.

Cuando viajamos a Portugal, Judith vio la mantequilla de cacahuete. ¡Se volvió loca! ¡Tenía que comprarla! Al principio quise impedírselo, pero luego le dije: Sí, cómprala, es un rito de transición, una decepción que todos debemos experimentar. Ella estaba convencida (como yo, ilusa) de que a ella le iba a encantar, además que yo sabía que el probarla era una necesidad básica. Esperó a que estuviésemos de vuelta para catarla (pero porque nos fuimos a la mañana siguiente, si no, estoy segura de que le habría metido una cucharita esa misma noche). Y cuando me contaba lo que le había parecido, su cara era todo un poema: inexplicable que eso pudiese ser el producto estrella de los desayunos estadounidenses. ¡Donde esté la manteca colorá que se quite cualquier otra grasa, vamos!

No han sido las únicas decepciones. Pero para no ser pesadita añadiré sólo la del fondant: ¡Maldito Rey de las Tartas (how are you?) y sus secuelas! Convirtieron el fondant en el elemento a conseguir a toda costa para decorar cualquier tarta. A partir de su programa, ninguna tarta aprobaría nuestra crítica en cuanto al aspecto, a no ser que diésemos con el maldito fondant. Tuvimos suerte: estaba a la venta en nuestra ciudad ¡increíble! ¡qué suertudos! Al más puro estilo repostero norteamericano, prepararon la tarta de cumpleaños de Judith modelando un pug monísimo (su perro favorito). La tarta tenía una pinta espectacular. Seguro que el fondant estaba de muerte... ¡Y un carajo!: es puro azúcar, sin ningún sabor, azúcar molido más fino, tipo glass, y amasado con agua para que se apelmace. ¡Y todo el bollo estaba recubierto con él! Un cuarto de oreja ya te empalagaba, así que no os quiero decir una pata. Terminamos quitándole la cubierta para poder comerla.

En fin, que los yankees tienen el paladar con más aguante de todo el planeta (y el estómago también). Y, sobre todo, sobre todo: se saben vender de frutísima madre.

 Tan mono como empalagoso.

ME ACORDÉ DE TI (Fito & Fitipaldis)





Puede que sea ésta la canción,
la que nunca te escribí.
Tal vez te alegre el corazón.
No hay más motivo ni razón
que me acordé de ti

Rebuscando en lo que fuimos, 
(y qué será de ti),
yo me fui no sé hacia dónde,
sólo sé que me perdí.
Yo me fui no sé hacia dónde, 
y yo solo me perdí.
 
Hay un niño que se esconde
siempre detrás de mí.

Todo cambia y sigue igual,
y aunque siempre es diferente
siempre es el mismo mar.

Todo cambia y sigue igual
y la vida te dará los besos
 que tú puedas dar.


Todo y nada que explicar,
¿quién conoce de este cuento 
más de la mitad?

Soy mentira y soy verdad.
Mi reflejo vive preso
 dentro de un cristal.

Todas las cosas que soñé, 
todas las noches sin dormir,
todos los versos que enseñé
y cada frase que escondí.
 
Y yo jamás te olvidaré.
Tú acuérdate también de mí.
Nunca se para de crecer.
Nunca se deja de morir.


ZAMBRANO (R. Creek)


Benito Zambrano me ha hecho llorar larga, amarga y desconsoladamente en dos ocasiones. La primera, con Solas, y ahora con La voz dormida. Antes de "conocerle" no sabía que las lágrimas podían arder.



LEER DA SUEÑOS (Acción Poética)



SI NO FUERA (Acción poética)







Si no fuera por la gravedad, me arrojaría al cielo (Acción poética).

CAMELLA, MON AMOUR (R. Creek)


Al abrir este cráter descubrí en cuán pocas palabras se te pueden desgarrar las entrañas. Crudísima, pero preciosa. Una realidad cotidiana que siempre se nos presenta lejana hasta el punto de (querer) creer que es espejismo.

Visceral y radicalmente pragmático.  CAMELLA, de Marc DURIN-VALOIS.



SOBRE PECES DESHOLLINADORES (R. Creek)



De este volcán deshollinado salió una ruptura, una ruptura con ideas preconcebidas, intuiciones basadas en errores, y límites precisos, cerrados y finitos. Y al quebrarse esos límites dibujados por los medios, se me abrió y desgarró el corazón, por lo que sabía, pero también por lo que ni imaginaba. 

Todo un descubrimiento, LOS PECES DE LA AMARGURA, de Fernando Aramburu.

EL LECTOR (II) (R. Creek)


Fura es una perrita del color de la canela recién enlluviada. No digo era porque todos sabemos que lo que no se olvida jamás se marcha en casi ningún modo. Sólo, como dijo Unamuno, cuando se muere alguien que nos sueña se muere parte de nosotros. No era un caballo y, ahora que he visto su carita en foto, me alegro. Además, descabalgar a Esteva y sustituir montura por compañera me gusta bastante más.

Creo que ya antes de empezar el libro estaba predispuesta a soñar, o a volar, si es que hay diferencia. Como no conozco aún las palabras mágicas para invocar al Anja, es Esteva quien las va pronunciando y empiezo a viajar.

Tengo una mente tan dispersa que a veces no me explico cómo he sido capaz de leer tantos libros. Sólo un capítulo y ya estoy fascinada, ensocotrada, y mi mente va y viene.

Esteva me habla de incienso y mirra, y creo descubrir el origen de los Reyes Magos. ¿Y el oro socotrí? Decidirían mandarlo al fondo del mar para evitar saqueos. Pero me habla también de momificación egipcia, y yo me voy a la clase de 8º, al tema de civilizaciones antiguas, justo a un pequeño apartado que no entra para examen (y paradójicamente -o quizá lógicamente, porque lo de obligado estudio rara vez coincide con lo digno de estudio- es lo único que recuerdo, no sólo del tema, sino de todo aquel libro) y que habla de trepanación, de vasos canopos, de sacar cerebro y cerebelo por la nariz con un gancho para no deformar cráneo y cabeza. No sé para qué se usaban incienso y mirra porque tampoco estoy segura de si la mirra era una resina con función adhesiva; me doy una respuesta provisional para no interrumpir la lectura buscando información sobre el papel que jugaban en los embalsamamientos: la mirra sella y el incienso neutraliza las evanescencias de la evisceración, el Vick Vaporub de la antigüedad. Pero me surge otra cuestión aún más inquietante: ¿por qué llevarían al niño los Reyes Magos material para embalsamar? Mentalmente les pongo a los tres cara de Coyote y a las mercancías logo de la marca Acme. 

Imagino a Alejandro Magno recién quemado, una vez más y por descuido, con las resistencias eléctricas del horno y entiendo que pasase horas estrableciendo una estrategia para invadir la isla y hacerse con el mágico áloe de una era sin su tocayo Fleming.

Pero ahora ya sí que tengo que detenerme: ¿la savia del drago es roja? Es roja. ¿Y por qué se embadurnaban con ella los gladiadores? ¿Para parecer fieros supervivientes salpicados por la sangre de sus enemigos, o para sanar por anticipado las llagas de la contienda? Para esto no encuentro respuesta cerrada: en la actualidad se usa como antiséptico. De paso, aparece en la búsqueda otro itinerario absurdamente destacado: Lady Gaga se baña con savia de drago. Y ya tengo la imagen mental de un remedo moderno, políticamente correcto, de Elizabeth Bathory. Si yo quisiese fabricarme una leyenda ¿qué arquetipo elegiría?

Aprovecho este parón tras tan sólo un capítulo para buscar también la respuesta sobre la mirra, por la que no quise interrumpir mi lectura hace dos segundos, y la encuentro en Wikipedia citando a Herodoto: 

 (Ilustración de Santiago Caruso)

 

El embalsamamiento egipcio según Heródoto


Heródoto, el historiador griego del siglo V a. C., en su Historia, Libro II, Euterpe, expone el modo de embalsamamiento egipcio:4


LXXXVI. Allí tienen oficiales especialmente destinados a ejercer el arte de embalsamar, los cuales, apenas es llevado a su casa algún cadáver, presentan desde luego a los conductores unas figuras de madera, modelos de su arte, las cuales con sus colores remedan al vivo un cadáver embalsamado. La más primorosa de estas figuras, dicen ellos mismos, es la de un sujeto cuyo nombre no me atrevo ni juzgo lícito publicar. Enseñan después otra figura inferior en mérito y menos costosa, y por fin otra tercera más barata y ordinaria, preguntando de qué modo y conforme a qué modelo desean se les adobe el muerto; y después de entrar en ajuste y cerrado el contrato, se retiran los conductores. Entonces, quedando a solas los artesanos en su oficina, ejecutan en esta forma el adobo de primera clase. Empiezan metiendo por las narices del difunto unos hierros encorvados, y después de sacarle con ellos los sesos, introducen allá sus drogas e ingredientes. Abiertos después los ijares con piedra de Etiopía aguda y cortante, sacan por ellos los intestinos, y purgado el vientre, lo lavan con vino de palma y después con aromas molidos, llenándolo luego de finísima mirra, de casia, y de variedad de aromas, de los cuales exceptúan el incienso, y cosen últimamente la abertura. Después de estos preparativos adoban secretamente el cadáver con nitro durante setenta días, único plazo que se concede para guardarle oculto, luego se le faja, bien lavado, con ciertas vendas cortadas de una pieza de finísimo lino, untándole al mismo tiempo con aquella goma de que se sirven comúnmente los egipcios en vez de cola. Vuelven entonces los parientes por el muerto, toman su momia, y la encierran en un nicho o caja de madera, cuya parte exterior tiene la forma y apariencia de un cuerpo humano, y así guardada la depositan en un aposentillo, colocándola en pie y arrimada a la pared. He aquí el modo más exquisito de embalsamar los muertos.



LXXXVII. Otra es la forma con que preparan el cadáver los que, contentos con la medianía, no gustan de tanto lujo y primor en este punto. Sin abrirle las entrañas ni extraerle los intestinos, por medio de unos clísteres llenos de aceite de cedro, se lo introducen por el orificio, hasta llenar el vientre con este licor, cuidando que no se derrame después y que no vuelva a salir. Adóbanle durante los días acostumbrados, y en el último sacan del vientre el aceite antes introducido, cuya fuerza es tanta, que arrastra consigo en su salida tripas, intestinos y entrañas ya líquidas y derretidas. Consumida al mismo tiempo la carne por el nitro de afuera, sólo resta del cadáver la piel y los huesos; y sin cuidarse de más, se restituye la momia a los parientes.



LXXXVIII. El tercer método de adobo, de que suelen echar mano los que tienen menos recursos, se reduce a limpiar las tripas del muerto a fuerza de lavativas, y adobar el cadáver durante los setenta días prefijados, restituyéndole después al que lo trajo para que lo vuelva a su casa.


LXXXIX. En cuanto a las matronas de los nobles del país y a las mujeres bien parecidas, se toma la precaución de no entregarlas luego de muertas para embalsamar, sino que se difiere hasta el tercero o cuarto día después de su fallecimiento. El motivo de esta dilación no es otro que el de impedir que los embalsamadores abusen criminalmente de la belleza de las difuntas, como se experimentó, a lo que dicen, en uno de esos inhumanos, que se llegó a una de las recién muertas, según se supo por la delación de un compañero de oficio.

domingo, 22 de junio de 2014

EL LECTOR (I) (R. Creek)

Como en el título de Millás, "Los objetos nos llaman", los libros a veces también nos llaman, y de las formas más peregrinas. Los textos a escribir también. He decidido hacer algo experimental porque tengo la intuición de que esto va a ser algo especial: escribir, poco a poco, el proceso de cómo llegué a este libro y qué es lo que me va pasando.

Hace tiempo conocí a un pirata navegante (navegante de mares y de redes) árabe, Ali. Tuve dos o tres breves e inspiradores encuentros nocturnos con él. Me envió una foto de un anuncio Azur de Puig para que le pusiera cara, y desapareció. A veces he pensado que es la misma persona que luego se presentó en otras formas impostadas, pero mi romanticismo me obliga a desoír la lógica (que me conduce a convertirlo en un personaje ruin e incapaz de empatía) y quedarme con la parte mágica que lo convierte en un valenciano apátrida enamorado de Vicent y con un verbo generador de orgasmos acuáticos y relatos orientales a partes iguales. Lo mejor que he escrito nació por y para él.

Pasados lustros, cuando mi pirata árabe estaba quasi enterrado entre los surcos frontales de mi cerebro, aparece en mi pantalla su rastro llamándome cual sirena odiseíca: "Los árabes del mar", un anuncio de novela. Inmediatamente rastreo y descubro que pincela etnografía. Tengo que leer su obra aunque sea la primera vez que escucho su nombre. Me hago seguidora del autor para no olvidarme. Normalmente, lo que habría sucedido es que en 1-3 años se re-visibilizaría, por azar, su nombre entre mis contactos y me preguntaría quién era, vería el contenido y, perdido o sustituido mi interés, lo borraría. Pero aparece, al día siguiente, otra foto distinta, de una época remota, que invita aún más a descubrir qué ha sido de él en el trayecto entre ambas, manteniendo mi objetivo inicial de leerle.

En este momento tengo los dos libros: Los árabes del mar y Socotra, la isla de los genios. Y a pesar de que fue la primera la que actuó de imán por razones tan divagantes como las que he relatado, he decidido empezar por la última, que nada me dice, a priori, e iniciar, por si a algún escritor un día pudiesen interesarle las huellas de un lector cualquiera, la escritura de mis pasos por su obra.

En la portada aparece un personaje desdibujado, tocado con algo que parece un turbante liado de tal modo que también puede parecer un gorro de almirante o de capitán pirata. No está contemplando el mar desde lo alto de su puesto de mando: está contemplando un abismo montañoso y escarpado, pero no como quien estuviese decidiendo si lanzarse o no, ni siquiera como alguien que estuviese fascinado. Tampoco es alguien que estuviese escudriñando el valle en busca de algo o alguien. Más bien tiene la pose de alguien que ha contemplado esta visión y otras mejores diez millones de veces. Alguien que no está viendo lo que está mirando, alguien a quien la memoria le está devolviendo un recuerdo que hace que lo que tiene ante él se convierta en algo borroso o anodino, ininteresante en cualquier caso.

No sé qué hace con las manos, pero yo le atribuyo el gesto de dar cuerda a su reloj, algo que estaría en consonancia con esa pose que le he adjudicado: un hombre tan lleno de pasado que el presente se le ha vuelto invisible y necesita darse cuerda de forma artificial para mantener coordenadas objetivas que nada (o muy poco) significan ya para él, meramente por exigencia externa y convencional, o quizá un automatismo irrenunciable.

Se me antoja que la ilustración que lleva en la guarda anterior es el punto al otro extremo, el punto sobre el que paseaba la mirada (sin ver) el personaje de la portada; el punto evocador que hace que el hombre asomado al precipicio se desdibuje de su propio entorno. Al fondo se perfilan las montañas. Sobre una de ellas está el personaje de la portada; no se le ve pero yo sé que está ahí. Aparecen cuatro personajes. No sé quiénes son ni qué hacen, pero para mí tres de ellos están emparentados: el abuelo, que va en primer lugar, el nieto le sigue, tras éste un ajeno occidental que se deja guiar y que identifico con Jordi Esteva (a quien sólo he visto en dos fotos) y el padre cerrando la fila. En realidad los tres parientes ni se parecen y hasta serían de procedencias distintas, pero yo los he unido con un lazo familiar e ignoro por qué. Un impulso, una intuición irracional, quizá para desmarcar a Esteva, que es el único que parece extraño. Los cuatro parecen atentos a pisar sobre un pequeño sendero, como si fuese importante no salirse de él. Los cuatro, a pesar de estar sobre la llanura, parecen, por su pose, más sobre el abismo que el personaje anterior.

Tras las páginas en las que aparecen los datos técnicos, la dedicatoria. Primero, y separado, un tocayo del autor. Alguien especial, sin duda. No me interesa preguntarme quién es porque estoy dispuesta a enamorarme del autor y no quiero nada que entorpezca el proceso. Saber demasiado a veces es un obstáculo inútil; después de todo no quiero nada real aquí. Seguido, sus cuatro gatos, con protagonismo de Miko; y Fura, que en un primer momento identifiqué con un velero para, a continuación, asimilarlo con un medio de transporte, pero animado, con ánima: un caballo, un jamelguito,... quizá ni siquiera, quizá un perro. Pero para mí un caballo.

A continuación una foto extraña: un escocés extraviado, desorientado en el tiempo y en el espacio. Pienso que es incultura por mi parte, por no conocer los atuendos africanos y árabes. Pero soy el lector, y ésa es mi lectura. Un escocés del pasado que se quedó dormido en su tierra y por algún fenómeno extraño ha despertado en un entorno ajeno y en un tiempo ignoto y futuro. Su mirada extrañada al fotógrafo es de pregunta angustiada: ¿Has sido tú quien me ha teletransportado? pero, fundamentalmente: ¿Me devolverás a mi entorno seguro y familiar?

Después dos citas, la primera en inglés, pero que traduzco como "Había una piedra y empezó a llamarme", sorprendiéndome porque también este libro empezó a llamarme, como a Ahmed Sheikh Nabhany (persona-personaje del libro anterior de Esteva, Los árabes del mar) esa piedra.

La segunda reza "Detrás de los volcanes, Hugh podía ver cómo se acumulaban nubes de tempestad: ¡Socotra!, mi isla misteriosa del mar Arábigo, de donde procedían el incienso y la mirra y adonde nadie ha llegado jamás", de Malcom Lowry, Bajo el volcán, que no me dice nada porque asocio el título a una película mala de Tom Hanks.

A continuación un dibujo de un mapa donde se localiza Socotra. Pero yo sólo puedo ver Yibuti, Etiopía, Somalia, Kenya, Yemen, Omán, Arabia Saudí, Emiratos, Irán, porque me domina la idea de que yo, mujer, jamás habría podido marchar por allí como Pedro por su casa. La mente me deriva a cuántos sitios, aún en el s. XXI, tendría vedados (quizá por prejuicio nacido de desconocimiento, espero desvelarlo en el libro) si decidiese explorar sin compañía masculina. Cuántas cadenas, siquiera (o sobre todo) psicológicas, nos esclavizan aún. Cuántos muros, quizá insalvables. La mente me conduce, "algo" más al este de este mapa, fuera de él, a las violaciones y ahorcamientos recientes de preadolescentes, sin duda preexistentes quién sabe desde cuándo, pero que los medios han decidido visibilizar ahora, y cobran existencia como algo nuevo, convirtiéndose en hecho inmediato e invisibilizando otros similares y peores que ocurrieron en el pasado, y otros similares y peores que ocurren en otra parte. Y en cuanto la cámara mediática se deslice hacia otro punto, las violaciones y los ahorcamientos habrán desaparecido, como si nunca hubiesen existido, como desaparecen y reaparecen todas las salvajadas al arbitrio de los medios con trípode político, sin que por ello desaparezcan, de una forma real, ni el dolor, ni el sufrimiento, ni la muerte, ni la injusticia... El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve, sentenció Machado.

martes, 10 de junio de 2014

SE BUSCA MUJER (Luis Ramiro)




SE BUSCA MUJER

Se busca candidata a un buen desastre,
risueña, despistada y algo loca,
no quiero ni que planche ni sea sastre,
que tenga mil incendios en la boca.

No importa ni la edad ni la estatura,
ni el peso, ni el color o la belleza,
el caso es que le guste la aventura
y vuele cuando arrecie la pereza.

No pido demasiado, pido todo,
y "todo" nunca es mucho cuando hay ganas,
resumo requisitos necesarios:

Dos almas que se miren codo a codo,
tocar la luna todas las mañanas,
vivir la vida sólo en escenarios.