Desde la infancia había deseado probar la mantequilla de cacahuete; también el jarabe de arce, pero sobre todo la mantequilla de cacahuete, desayuno de los niños de tantas y tantas series; y no sólo desayuno: también les preparaban un sandwich para el recreo con la deliciosísima mantequilla de cacahuete.
Hace unos
añitos llegué a Italia y ¡no me lo podía creer! mi family tenía acceso a
todas esas golosadas norteamericanas ¡y las podríamos probar y hasta
devorar! No sólo mantequilla de cacahuete (mmmmmmmmm, tenía tan buena
pinta como en las series) y jarabe de arce ¡¡¡también tortitas!!! Xdiox,
xdiox, xdiox, estaba salivando como perro de Pavlov y ni siquiera había
sonado la campanita...
Llegó el momento de probarlo
todo, en el desayuno, claro, para cumplir la tradición. ¡¡¡¡¡¡¡¡Menudo
timo!!!!!!!!!!! La mantequilla era llamada así por llamarla de algún
modo, porque era grasaza de cacahuete solidificada. Te esperas algo
dulce, cremoso, delicioso... ¡nanay! es lo mismo que si te da por chupar
una sartén que has dejado sin fregar el día anterior.
El
jarabe de arce tenía un pase, pero vamos, es como los botecitos ésos de
líquido de colores que los niños compran en los kioskos, más o menos.
Nada que considerase yo imprescindible en mis desayunos. Incluso me
gustan más los flases, sobre todo los de lima.
Las
tortitas... bueno, increíbles. Se hacen con un preparado que se puede
comprar ya mezclado. Tú te esperas un crêpe, pero un crêpe
norteamericano, que por fuerza tienen que estar buenísimos, porque todos
los niños de las películas se llevan una decepción tremenda cuando las
madres americanas no están y, por tanto, no hay tortitas. ¡Nanay de
nuevo! Es totalmente panosa, como los panes de hamburguesa cuando se
secan.
Cuando viajamos a Portugal, Judith vio la
mantequilla de cacahuete. ¡Se volvió loca! ¡Tenía que comprarla! Al
principio quise impedírselo, pero luego le dije: Sí, cómprala, es un
rito de transición, una decepción que todos debemos experimentar. Ella
estaba convencida (como yo, ilusa) de que a ella le iba a encantar,
además que yo sabía que el probarla era una necesidad básica. Esperó a
que estuviésemos de vuelta para catarla (pero porque nos fuimos a la
mañana siguiente, si no, estoy segura de que le habría metido una
cucharita esa misma noche). Y cuando me contaba lo que le había
parecido, su cara era todo un poema: inexplicable que eso pudiese ser el
producto estrella de los desayunos estadounidenses. ¡Donde esté la
manteca colorá que se quite cualquier otra grasa, vamos!
No
han sido las únicas decepciones. Pero para no ser pesadita añadiré sólo
la del fondant: ¡Maldito Rey de las Tartas (how are you?) y sus
secuelas! Convirtieron el fondant en el elemento a conseguir a toda
costa para decorar cualquier tarta. A partir de su programa, ninguna
tarta aprobaría nuestra crítica en cuanto al aspecto, a no ser que
diésemos con el maldito fondant. Tuvimos suerte: estaba a la venta en
nuestra ciudad ¡increíble! ¡qué suertudos! Al más puro estilo repostero
norteamericano, prepararon la tarta de cumpleaños de Judith modelando un
pug monísimo (su perro favorito). La tarta tenía una pinta
espectacular. Seguro que el fondant estaba de muerte... ¡Y un carajo!:
es puro azúcar, sin ningún sabor, azúcar molido más fino, tipo glass, y
amasado con agua para que se apelmace. ¡Y todo el bollo estaba
recubierto con él! Un cuarto de oreja ya te empalagaba, así que no os
quiero decir una pata. Terminamos quitándole la cubierta para poder
comerla.
En fin, que los yankees tienen el paladar con
más aguante de todo el planeta (y el estómago también). Y, sobre todo,
sobre todo: se saben vender de frutísima madre.
Tan mono como empalagoso.
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