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Imagen de Igor Zenin |
Como gato sin olfato, algunos esperadores muestran un himalayesco mundo emocional, pero acompañado de anosmia sentimental. Tienden a colocarse, además, en un centro gravitatorio que no les corresponde. Algunos lo llaman ceguera del amor, pero va más allá: si además de falta de visión se adolece de carencia de olfato para lo sentimental, es obligado desarrollar extraordinariamente el tacto.
Sin embargo, un tacto hiperdesarrollado de nada sirve si se tiene el centro de gravedad distorsionado. El esperador muestra un tacto exquisito hacia el amado, pero cree situarse en el centro de su vida sólo porque él ocupa el centro de la propia.
Este curioso síndrome lleva al esperador a pasar por diferentes fases. La primera de ellas no comporta sinsabores ni se vive como problemática: el esperador no sabe de su anomalía. La anosmia emocional (como la fisiológica) es difícilmente detectable, sobre todo si la has padecido siempre. Y la falta de equilibrio cardíaco sólo se constata cuando las caídas se hacen preocupantemente frecuentes. Esas caídas, esas situaciones inesperadas y absurdas, esos zasentodalaboca cuando ha puesto morritos de besopasión, en los que, cada vez más a menudo, se ve envuelto el esperador anósmico, lo llevan de la mano a la segunda fase: el dolor.
La fase de sufrimiento sentimental tiene diferentes focos: por una parte, se sufre por la consciencia de estar en el lugar equivocado, por haber no sólo aterrizado en la persona en la que no debías, sino, además, haber acampado allí y hasta llegar a instalar tu hogar, tu nido. Es el lugar-persona el que, mediante múltiples señales (sobre todo la gelidez), se te revela como dolorosamente anecuménico. Otro de los focos importantes de padecimiento lo constituyen las propias características del entorno en el que estás cuando suponías estar en otro tipo: la frialdad ya citada, la rugosidad, el encontrar siempre arista, te muevas hacia donde te muevas... Un tercer foco surge de la consciencia, el eureka, el darse cuenta de dónde estás realmente. La última fuente de dolor también tiene que ver con la consciencia y el darse cuenta, pero en este caso a lo que abres los ojos es al hecho de que el problema es tuyo. Tienes un grave problema de gravedad, gravitatorio. Acompañado de anosmia emocional.
Después de múltiples situaciones grotescas, típicas de quien actúa en función de un contexto cuando en realidad está en otro (nadar en el asfalto, reír a carcajadas cuando te hablan -en serio- de demonios, besar una pared, inhalar profundamente perfume de amoníaco...), terminas, sin apenas darte cuenta, en la última fase: te ríes, te ríes con ganas y esta vez consciente, de sus demonios, de los tuyos, de todos los infiernos terrenales.
Alguien esperaría que, un paciente así, terminará desarrollando reflejos anticipatorios y de evitación. Pero si tenéis en cuenta que sufre de total ausencia de olfato, adivinaréis enseguida que no es posible. Sin embargo, sí que hay notables mejorías: cuando el esperador pasa experiencias en número y dolor suficientes, alcanza un estado de autoaceptación tal, que salta cada vez más rápidamente a la tercera fase, la de huída y sorna, y las fases anteriores son tan cortas que termina viviendo un breve pellizquito de dolor (si bien inolvidable) y una gran y duradera carcajada.
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