Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".
Ya sabemos dónde están las cosas muertas, esos rostros de asesinos que regresan a explicarnos que jamás hicieron nada, no sé bien dónde poner tanta tristeza. Hoy tratemos de olvidar tanta mentira, no quisiera darte un beso con tal pena que presientas otra vez esas heridas, destilando su dolor de cosas viejas.
Mara, Mara, Mara, Mara, Mara, Mara, déjame sentarme aquí a pensar tan sólo en vos a mirar en tus ojos estrellas más grandes que el sol.
Mara, Mara, Mara, Mara, Mara, Mara, déjame sentarme aquí a pensar tan sólo en vos a mirar en tus ojos estrellas más grandes que el sol.
Al final la vida tiene esa costumbre de mezclar su cubilete de tal forma, que no hay quien pueda llegar hasta la cumbre sin sufrir estrictamente algunas normas. Hoy sé bien adónde están las cosas muertas, no me vengan con oscuras bendiciones, sólo quiero un tibio beso de la vida sin recuerdo de torturas y dictadores.
Creo que circula un virus. Ni informático ni biológico. Es sentimático o sentimenta-l-ógico. Una especie común, pero que, a veces, como este año, se expande en epidemia. Es el famoso agnoralghicus polimorfi, tan frecuente en estaciones otoñalmente penelopeanas y odiséicamente primaverales. Se manifiesta por una fatiga de vivir, acompañada de explosiones piréticas que provocan espasmos aquellosmaravillososaños, convulsiones sescapómitren y episodios deliroatróficos provocados por una hiperdesesperanza aguda, que inducen, en el paciente, deseos encontrados de inercia y de escapada.
No hace falta ser Marlowe para ver que a nuestro alrededor van cayendo todos como moscas, contagiados transitiva y, quizá, transitoriamente. Pero incluso (o más) en aislamiento se contrae. La desvitalización se apodera del grupo de amigos quienes, una vez atacados por el aquínohaynadaquehacer, se dispersan, como autómatas a los que hubiese cantado con tristeza un teniente de Hill Street. El recién zombi toca, a su vez, de desesperanza al vecino con el que coincide en la panadería, al traspasarle un hayquevercómoestálavida. Éste, minutos después, melancoliza a su pareja en un breve contacto oral de beso desapasionado; ella se asoma a la ventana a contemplar esa lluvia gris sin agua de día despejado y, en un cruce de miradas, contamina al saxofonista del edificio C, quien, sin dilación, abandona el Hoypuedeserungrandía para derramarse en Lavidanovalenada. Un do bajo baja más de la cuenta y transmite el germen patógeno al empleado del ayuntamiento que estaba desratizando el alcantarillado; desbordando todo en lágrimas, extiende, sin querer, el virus por todo el flujo de saneamiento residual canalizado. Dos o tres ratas se suicidan lanzándose a la riada. El efecto de la evaporación hace que el virus vuelva a sumarse a la pandemia superficial, al filtrarse el vapor lacrimal/-ógeno por los orificios de las tapas de las alcantarillas de todo el municipio. Un atractivo moreno que se está riendo a carcajadas de un mal chiste, aspira, en inspiración, una enorme bocanada que lo lleva de Talía a Melpómene, y se deshace, ahora, en el paroxismo del llanto. Cuando se vacía (no sin antes haber arrastrado a la empatía al niño del carrito y a su madre que cree que no lo educa bien, quien a su vez…), cuando se vacía, decíamos, se convierte en recipiente y es, entonces, cuando esa bocanada ingerida/indigestante se expande cual argón en su interior, extendiéndose por todo el flujo de saneamiento sanguíneo canalizado. Dos o tres lípidos se suicidan tirándose a la corriente. El efecto de la evaporación hace que…
La madriguera tórrida donde se abrazan nuestros susurros con-fundió al glaciar de primavera.
LA TORMENTA
Nos convertimos en ceros sin valor aceptando lo que no entendemos (ni queremos).
Primero borramos las esperanzas; aceptamos no soñar que soñamos y así vivir la realidad del otro; pero no da igual; no es igual; no acarician lo mismo las manos y la voz. Aceptamos convicciones ajenas, cambiamos ilusiones por momentos felices.
Después nos borramos la posibilidad de recibir. Nunca es el momento del afecto. Siempre hay ojos ajenos que escudriñan y esperan, primero, ruegan, a continuación, y exigen con tiranía siempre. Nos borramos. Nos invisibilizamos. Nos minimizan. Nos desaparecen. Y es en nombre del amor.
O en nombre de... Los nombres, muchas veces, no designan nada.
Los focos iluminaron el centro de la pista mientras él descendía de una tela roja a modo de maroma. Todos los ojos fijos en él -ave transformada en humano para el breve número circense-, que volaba en círculo, apenas sujeto por sus pies a aquella llamarada hecha tejido, mientras sonaba la bella melodía de Colorful Clouds Chasing Moon. Su cabeza girada de pronto hacia la derecha, con el brazo extendido y la palma abierta, anunciaron su llegada: un ovillo dorado, pendiente de un columpio tejido de los hilos de la intangibilidad, se fue desmadejando dando paso a una hermosa ibis en vertiginoso aleteo.
Él, tensos sus músculos en el esfuerzo, pretendía en vano alcanzarla. Había instantes en que ella parecía esperarlo, detenida boca abajo, enredado su frágil tobillo en el columpio de seda. Y cuando parecía él rozarla ya con sus yemas, alzaba el vuelo a mayor altura aún. Él, cansado de anhelar su captura, se rindió y relajó su cuerpo, abandonado al balanceo de la seda que lo sujetaba. No así su mirada, que seguía penetrándola más allá, incluso, de la absoluta desnudez.
Y fue entonces cuando el vuelo de ella empezó a trenzar ambas telas y destinos, y cuando el extremo mismo de su columpio no se distinguió ya del de él, se dejó enlazar por la cintura. Envueltos en las melodías de sus gemidos, fueron enredándose más y más, ardiendo sus alas tras sus columpios, y fue tal el calor generado que disolvió la piel que contenía sus materias y no fue más el vuelo de dos totems, sino una sola figura de magma, en baile cadencioso en las alturas.
Él, temeroso de una huída intempestiva, apretó de pronto el abrazo, tanto que arrancó sus lágrimas. La lava de hacía unos momentos, volvía a convertirse en dos sólidos colores, aún más helados que cuando iniciaran el número circense. Ella se sacudió, decepcionada, destrenzando su tela bamboleante, y, en un giro amplio, muy breve, desapareció sobre los focos.
Fue tan sólo un número de circo en una tarde de fieras y payasos.
Nuestro árbol de tesoros se ha desvencijado a martillazos de una malentendida confianza. Por las rendijas de la dejadez y el desmimo han empezado a filtrarse esquirlas de realidad, cada día más grandes y pesadas, que no han hecho otra cosa sino agrandar las heridas de una corteza otrora exultante de la frescura de los ilusionistas. La roya de lo cotidiano y la carcoma de la incertidumbre amenazan con hacer de nuestro árbol su presa.
Me niego. No pienso cometer la negligencia de dejar morir o rematar lo que aún late. Qué digo. Lo que late como loco aunque agonice. No quiero dar la extremaunción a la esperanza: yo aún guardo emociones que verter en su hueco, aún me siento en comunión con el canibalismo cuando me desnudas, aún tengo agapornis que hacer volar hasta el corazón de ese tronco que empieza a amenazar desgraciada e ingrata graciosis.
Me he pasado tres noches rastreando en el Google de mi memoria. “Remedios para el dolor de alas”, “Cómo volar con lastre”, “Manual para pilotos con plomo en el talón de Aquiles”, “La levitación en tiempos de Phytophthora cinnamomi Rands”… Creo tener la solución. La cura más rápida, según todas las fuentes consultadas, es hacer deslizar, por el hueco de nuestro árbol, once caricias de islas griegas, quince besos calientes de sol, dos poemas de Benedetti, una enciclopedia sonora, veintitrés risas ahogadas bajo las sábanas, doscientos kilómetros del Anda de Aute envuelto en film de silencio contenido, siete moles de sorpresa y tres láminas de cristal transparente para tequieros y destemores. Debe administrársele en cucharaditas, nunca de golpe, poco a poco hasta que, henchido, abombe su corteza y salgan despedidos los hongos que quieren morarlo. A continuación, y para restañar sus grietas, se hace una masa de miedos, futuribles, sóloparamíydemí e imposibles, trabajándola bien con manos de madera de roble y ayudándose de un rodillo especial para indiferencias y desganas, y se le aplica suavecito, en leve masaje erotizante.
¡Yo voy a probarlo!
Ay, mi bien, qué no haría yo por ti,
Por tenerte un segundo, alejados del mundo y cerquita de mí.
Ay, mi bien, como el río Magdalena,
Que se funde en la arena del mar, quiero fundirme yo en ti
Hay amores que se vuelven resistentes a los daños.
Como el vino que mejora con los años,
Así crece lo que siento yo por ti.
Hay amores que se esperan al invierno y florecen
Y en las noches del otoño reverdecen,
Tal como el amor que siento yo por ti.
Ay, mi bien, no te olvides del mar
Que en las noches me ha visto llorar tantos recuerdos de ti.
Ay, mi bien, no te olvides del día
Que separó tu vida de la pobre vida que me tocó vivir.
Hay amores que se vuelven resistentes a los daños.
Como el vino que mejora con los años,
Así crece lo que siento yo por ti
Hay amores que parece que se acaban y florecen
Y en las noches del otoño reverdecen,
Tal como el amor que siento yo por ti,
Yo por ti, por ti, como el amor que siento yo por ti.