Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

domingo, 31 de mayo de 2015

ESPERADORES. TALÍAH Y ODISEO (III y fin) (R. Creek)





Esa mujer ya no era yo. Esperé tanto una mesa contigo, una sombra de ti, un paseo hacia mí,... una risa tuya sobre mi vientre o una lágrima impotente tras mis ausencias. Un pasaporte de ida sin vuelta a tu Ítaca, un rasgo mínimo de locura ante mis cantos sirénidos... Esperé tanto tan poco que terminé despenelopeizándome

Mientras destramaba, esta vez para siempre, mis delirios oníricos del telar imposible y enfermizamente eterno, interrumpió mi tarea un suplantador confuso y confundido que reclamaba la paternidad de tus hijos, el dominio legítimo de mis poemas, los derechos de autor sobre los atardeceres del pasado y el monopolio absoluto de mis futuros amaneceres. Lo tomé por lo que era: un pobre loco que, invistiéndome en Ariadna, venía a salvarme de este falso laberinto, un Teseo desubicado que contaba tan sólo con el ovillo de mis palabras, letras encadenadas en que alguna vez te inventé, mi inretornado Ulises.

No logró suplantarte y, sin embargo, esa convicción suya al decir ser el auténtico destino de cartas que no llevaban dirección aunque llevaran rumbo, esa facilidad para convertir en suyo lo ajeno, ese descaro al reclamar el protagonismo de mis sueños... me llevó frente a la esfinge y la vencí.

Jamás volví a querer un periquito, ni practiqué origami, ni me vestí de rosa. Ya nunca quise ser tu Magdalena, tu quiromante, tu adalid, tu peluquera... Dejé de perseguirte en todas ellas, dejé de desdoblarme y triplicarme, dejé de publicarme en tus buzones, de correr tras tu cartero, bucear en tu trastero y quedarme enganchada en tus rosales... Me cubrí del personaje de mi vida: pirata imazighen y sin remedio al asalto impenitente de tus pecios.



NO LO CONSEGUÍ, MAMÁ (Patricia Vitorique)


©Patricia Vitorique

No lo conseguí, mamá,
Pero no se lo digas a los hermanos,
Ni a papá.
Diles que llegue a ese lugar
del que tanto nos hablaba el abuelo
donde los tanques echan agua
y las balas son de caramelo
que aquí no me falta el pan
ni el dinero para pagar.
Que sigan luchando
Por un mundo mejor.
Diles que vivo en Italia
Y que mi barco no se hundió.

viernes, 29 de mayo de 2015

AVIONES PLATEADOS (El último de la fila)






Veo tu casa desde mi balcón,
chimeneas y tu ropa al sol,
aviones plateados rozando los tejados,
vestido y en la cama vigilo tu ventana.

Miro libros de pintura que robé,
no tengo hambre, hoy no comeré.
No sé de qué me quejo,
ya tengo lo que quiero,
soy libre ante el espejo,
no salgo ahora que puedo.

Y tú siempre dices que soy
un alma del averno,
tendré que darte la razón,
quizá sea cierto.
Siempre suelo querer lo que no tengo
y ahora que ya no estás aquí
me voy consumiendo.

Ropa sucia, cuadros que he pintao,
discos viejos, tó por ahí tirao.
Barba de 15 días,
no me levantaría,
desorden en campaña,
ahora sé que me engaña. 

Credenciales de posesión
¡qué tontería!
estos celos me han abrasao,
no sé qué me creía.
Y yo que decía: "por fin,
ahora la tengo",
y ya estaba a vuelta de tó,
a ver si aprendo.

Y tu carta me confundió,
ahora lo entiendo,
tu mirada me lo advirtió
nunca más vuelvo...

jueves, 28 de mayo de 2015

AZUL (Joseba Errota)



...ra azul. Azul. Más allá de sus ojos que, aunque grises, también, en ocasiones, llegaban a serlo. Y ella, azul. Sobre todo cuando íbamos a detenernos cerca del tiempo que se podía ver en las rocas. El tiempo le subía por las manos cerca del mar y ya no había nada que hacer. Las gaviotas se confiaban cuando era azul como todo. El mar, aquellos cielos, quizá sus ojos.

Me proponía que siguiera así. Que en mis cuentos la gente hablara poco. Prefería que la gente fuera. En mis cuentos, que contaran, que fueran. Azules, por ejemplo. Me gusta que no haya guiones que marcan diálogo, que la gente hable escondida entre los párrafos, que sean párrafo. Habla tú, decía, que dijera por ellos, que los pintara a mi antojo, como ahora, azules.

La gente se muere. También eso aprendí de ella. Que muriese en un relato me dijo. ¿Matarte? También me convenció de que yo no podía matarla nunca. Lo dijo con esas palabras sin peso que se te ponen como mariposas de piel en la piel y entonces son piel, las mariposas. Que no podía matarla nunca, pero sí que quería morir en mi cuento. Que así viviría para siempre. Claro, cuando alguien es azul, esos tópicos son como más mariposas. Otras mariposas, de papel.

martes, 5 de mayo de 2015

NEPAL. EL BIEN DE ALTURA (Susana Soria Ramas)


“Fui por las montañas pero me atraparon quienes las habitan. Un lugar para volver, mochila al hombro, sin prisas y con un contacto local como nuestro Ra. Cicerone mágico, tanto como las miradas de todos y todas que nos acompañaron en el camino del Anapurna y entre callejones de ciudades imposibles. Hoy, se me encoge el corazón pensando en ello.” Susana Soria Ramas, profesora de fotografía de la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Soria

© Susana Soria Ramas

lunes, 4 de mayo de 2015

ADIÓS, QUERIDA INFANCIA (R. Creek)


©McCurry


Sabes que es hora de despedir la infancia cuando empieza a partir a gente que perteneció a tu adolescencia.

Hasta dentro de un ratito: Hermida, Ben E. King, Percy Sledge, amante Galeano, inolvidable García Márquez, añorado Benedetti,...

domingo, 3 de mayo de 2015

ESPERADORES. TALÍAH BAJO EL INFLUJO DE CALÍOPE (II) (R. Creek)


Mi plan A había fracasado. Pero, como descubrí enseguida, sólo en apariencia. De mis largos y lentos paseos por la caligrafía de tus emociones surgió la idea loca del plan B. Y no fui yo, esta vez, quien se disfrazó de musa, pues la mismísima Calíope decidió apoderarse de mi mente y de mis dedos, trazando la más épica estrategia de conquista que los humanos (y algunos dioses perezosos) hayan conocido. Estudió la amalgama de enseres que daban cabida a tus canciones: libretas y libretos, retales de cortinas, servilletas del bar Juli,... Memorizó tus hábitos, tus movimientos, tus pasos y hasta
la precisa dirección de todas tus miradas.

En ratos absortos de mi espíritu, tomó mi mano abandonada y empezó con ella a garabatear petites histoires sobre soportes peregrinos: hojas de castaño, rollo de cocina, plantillas de zapatos y hasta alguna cáscara de fruto seco, imitando tu letra. Después las deslizaba subrepticiamente entre tus rutinas: aplastadas debajo de la almohada, hechas una bola dentro de tu zapatilla izquierda, saliendo del tubo de pasta de dientes...

Tú les echabas apenas un vistazo y, creyéndolas tuyas, las depositabas en tu montaña de fertilidad, sedimentada sobre la mesa y contra la pared aledaña, colándose entre los huecos de la vieja estantería.

Fue decepcionante. La trama estaba bien ¡muy bien, diría yo! pero no conducía a un desenlace ni remotamente próximo al esperado. Calíope, lejos de rendirse, se limitó a cambiar un par de detalles sin importancia e hizo aparecer sus/mis petites histoires en el tablón de anuncios de tu portería, en el planing semanal de tu oficina, en la sección de deportes del periódico local, en la pizarra de tapas de tu bar del mediodía, entre tus dos canciones favoritas del Spotify, sobre una ficha del mahjong, en la ventanilla de tu asiento en el tren de cercanías...

Sembró y sembró y sembró, tu barrio, tu ciudad y tu planeta. Y nos sentamos Calíope y yo, diente de león en mano, a esperar que un cálido haz de amor solar las germinase.





viernes, 1 de mayo de 2015

ESPERADORES. TALÍAH (I) (R. Creek)


Nunca estaba en tus poemas.

Te leía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez buscándome y, entre el millar de mujeres que poblaban tus libretas, no encontré nunca la menor traza de mí. Una tenía un periquito en la terraza y sus colores avivaban los tuyos como le hace el amanecer abrileño a las amapolas (jamás creí la patraña de que fueran los colores del periquito los que te volvían locuaz y buhonero). La rubia era judoka y aunque hablabas de cómo te distraían del sueño tus deseos de perderte en sus cabellos, yo leía, entre líneas, que querías ser tatami en sus mae ukemi, contrincante en sus renraku wazu. A veces hablabas del hanami. Otras de grillos y farolas. En ocasiones le cantabas a los Alpes y en otras buceabas buscando calamares.

Y yo sabía que el hanami, los grillos y farolas, el Tirol y la sima de las Marianas, el loco y su pérfida mascota, el loro y la escalera del portal 47, y el atardecer y hasta el tañir de una campana,... todo ¡todo! llevaba nombre de mujer. Y no era el mío. Nunca.

No obstante, empeñada, como estaba, en buscarme y encontrarme entre tus sábanas de tinta, si no entre los lienzos de tu cama, decidí, yo misma, ser farola, escalera del portal 47, hanami ¡y hasta el mismo Kurosawa!

Y así, todos los días te buscaba y leía en qué había de tornarme tu poesía. Tuve gato, loro y periquito, fui VIP en la tiendita de mascotas. Llegué a comprarme iguanas y hasta anfetas por si un día tu musa era Nirvana. Desfilé en Cibeles, desayuné en Praga, aprendí origami y andaluz cerrado, recité a Borges de corrido como quien repite los afluentes del Don por la derecha y acudí a un curso de cocina boreal sin colorantes (que yo misma tuve que impartir al enterarme de que tal cosa no existía).

Fue un error de cálculo nefasto. Tragarme a toda musa en muselina no me convirtió en absoluto en tu Erato preferida. Seguí siendo una anónima en tu vida, una de esas farolas anodinas que empiezan a alumbrar cuando es de día.






TENÍA 20 AÑOS Y UN GATO (R. Creek)


Tenía un gato que me estaba matando de asma sin ser yo tan consciente como pareció volverse él.

De crío me adoraba, venía a despertarme, me buscaba, me (ron)roneaba... Pero, a medida que creció, como si un sexto sentido le avisase de que se estaba convirtiendo, junto con mis cigarrillos, en cómplice de mi asesinato silencioso y paulatino, dejó de venir a mí. Yo no sólo no dejé de seguir yendo a él, sino que, no tan inteligente como él, cada vez que lo atraía hacia mí terminaba aligerándolo de esa alfombra de pelo a renovar que le cubría, en una conducta claramente suicida.

Pelu era toda una experiencia vital y, como tal, cada uno de los que lo conocimos describiría su carácter a través de su propia vivencia, que dista mucho de tener nada que ver con la de los demás. Pelu quería a mi padre y mi padre quería a Pelu; creo que era más consciente de su ausencia cuando salía de sus lugares habituales, que de la nuestra. Pelu adoraba a mi madre y mi madre adoraba a Pelu y, como no podía ser de otro modo, le regaló la pena infinita de verlo partir en su último viaje. Mi cuñada desconfiaba y recelaba/temía a Pelu, pero Pelu no le devolvía el sentimiento y buscaba en ella un regazo cálido, ignorando el rechazo de ella y ganándosela a su pesar. Y es en esta última actitud, sobre todo, donde adquirí plena consciencia de su infinita inteligencia, paciencia y savoir faire. No sé bien si fuimos nosotros quienes acabamos imitándolo o si fue él quien no hacía sino mimetizar nuestras conductas; lo cierto era que sus dinámicas eran también, de algún modo, las mismas que manteníamos entre nosotros.

Ana llegó a pintarlo de colores, como pintó los carísimos zapatos sin estrenar de su padre y como pintó la exclusivísima muñeca que le regalé, dándome una impagable lección: la de la diferencia entre valor y precio. No sé si habría relación entre los tres objetivos de su pintura más allá de ser lo que parecía: el intento de un comino de dejar sus primeras huellas en el mundo. Si juzgamos el hecho de que, 20 años después, sus hazañas acaban de ser plasmadas por escrito, podemos concluir que, sin duda, sus intentos y sus intenciones fueron exitosos.

Solía decir de Pelu que era un perro camuflado, tal era la imagen "prototópica" que nos habían transmitido sobre los gatos, sus arrebatos y sus "ariscatos". Él desmitificó esa fama y dejó tal impronta en nosotros que, durante los últimos años de mi padre, no pude menos que hacer un paralelismo con la imagen de gato que tuvimos a partir de Pelu: mi padre era un gatito sumiso que se dejaba hacer e, incluso, querer, y que, a su vez, quería y no le importaba demostrarlo, como si ya no fuese fundamental (como nunca lo fue para Pelu) fingir otra pose.

Cómo duele hablar de mi padre. Con qué facilidad omito referirme a él, como si ya no formase parte de mi mundo, a sabiendas de que cada vez que me dejo llevar dejándolo re-presentarse, me asoma a los labios, a los lagrimales, a la tinta, al borde del diafragma oprimido...

A veces pienso que me habría dolido menos si se hubiese ido cuando yo lo odiaba para enmascarar el dolor que me producía que me invisibilizase o minimizase. Prefería ser su enemiga a su nada. Pero se fue cuando había dejado de esforzarse en fingir que le importábamos un huevo yo o mis circunstancias. Nos dejó ver su vulnerabilidad durante unos años, su necesidad de cariño al desnudo, sin disfrazarla, no como antes, de reproche. Y justo cuando empezó a experimentar que bajar la guardia no era peligroso, que nunca había tenido ningún monstruo del que defenderse, justo cuando empezaba a interesarse por las personas que integraban su vida, justo cuando fue emocionalmente capaz de comprender perdió la capacidad cognitiva de comprender. Suena a ironía, pero quizá haya una ignorada relación que le da sentido a todo, que convierte lo paradójico en lo más lógico.

Se fue cuando más cariño pedía y cuando más dispuestos estábamos a dárselo sin temor al coste emocional de sus antiguos cambios repentinos. Se fue cuando había disuelto al padre enemigo y empezaba a dejar salir al niño desvalido. Se fue no cuando más lo queríamos, sino cuando más dispuestos estábamos a admitirlo.




Tenía diez años y un gato
peludo, funámbulo y necio,
que me esperaba en los alambres del patio
a la vuelta del colegio.

Tenía un balcón con albahaca
y un ejército de botones
y un tren con vagones de lata
roto entre dos estaciones.

Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines
y una historia a quemar temblándome en la piel.
Era un bello jinete
sobre mi patinete,
burlando cada esquina
como una golondrina,
sin nada que olvidar
porque ayer aprendí a volar,
perdiendo el tiempo de cara al mar.

Tenía una casa sombría,
que madre vistió de ternura,
y una almohada que hablaba y sabía
de mi ambición de ser cura.

Tenía un canario amarillo
que sólo trinaba su pena
oyendo algún viejo organillo
o mi radio de galena.

Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,
una acequia, un establo y unas ruinas al sol.
Al viento los ombligos,
volaban cuatro amigos,
picados de viruela
y huérfanos de escuela,
robando uva y maíz,
chupando caña y regaliz.
Creo que entonces yo era feliz.

Tenía cuatro sacramentos
y un ángel de la guarda amigo
y un "Paris-Hollywood" prestado y mugriento
escondido entre mis libros.

Tenía una novia morena,
que abrió a la luna mis sentidos
jugando los juegos prohibidos
a la sombra de una higuera.

Crucé por la niñez imitando a mi hermano.
Descerrajando el viento y apedreando al sol.
Mi madre crió canas
pespunteando pijamas,
mi padre se hizo viejo
sin mirarse al espejo,
y mi hermano se fue
de casa, por primera vez.

Y ¿dónde, dónde fue mi niñez?