Esa mujer ya no era yo. Esperé tanto una mesa contigo, una sombra de ti, un paseo hacia mí,... una risa tuya sobre mi vientre o una lágrima impotente tras mis ausencias. Un pasaporte de ida sin vuelta a tu Ítaca, un rasgo mínimo de locura ante mis cantos sirénidos... Esperé tanto tan poco que terminé despenelopeizándome.
Mientras destramaba, esta vez para siempre, mis delirios oníricos del telar imposible y enfermizamente eterno, interrumpió mi tarea un suplantador confuso y confundido que reclamaba la paternidad de tus hijos, el dominio legítimo de mis poemas, los derechos de autor sobre los atardeceres del pasado y el monopolio absoluto de mis futuros amaneceres. Lo tomé por lo que era: un pobre loco que, invistiéndome en Ariadna, venía a salvarme de este falso laberinto, un Teseo desubicado que contaba tan sólo con el ovillo de mis palabras, letras encadenadas en que alguna vez te inventé, mi inretornado Ulises.
No logró suplantarte y, sin embargo, esa convicción suya al decir ser el auténtico destino de cartas que no llevaban dirección aunque llevaran rumbo, esa facilidad para convertir en suyo lo ajeno, ese descaro al reclamar el protagonismo de mis sueños... me llevó frente a la esfinge y la vencí.
Jamás volví a querer un periquito, ni practiqué origami, ni me vestí de rosa. Ya nunca quise ser tu Magdalena, tu quiromante, tu adalid, tu peluquera... Dejé de perseguirte en todas ellas, dejé de desdoblarme y triplicarme, dejé de publicarme en tus buzones, de correr tras tu cartero, bucear en tu trastero y quedarme enganchada en tus rosales... Me cubrí del personaje de mi vida: pirata imazighen y sin remedio al asalto impenitente de tus pecios.
No logró suplantarte y, sin embargo, esa convicción suya al decir ser el auténtico destino de cartas que no llevaban dirección aunque llevaran rumbo, esa facilidad para convertir en suyo lo ajeno, ese descaro al reclamar el protagonismo de mis sueños... me llevó frente a la esfinge y la vencí.
Jamás volví a querer un periquito, ni practiqué origami, ni me vestí de rosa. Ya nunca quise ser tu Magdalena, tu quiromante, tu adalid, tu peluquera... Dejé de perseguirte en todas ellas, dejé de desdoblarme y triplicarme, dejé de publicarme en tus buzones, de correr tras tu cartero, bucear en tu trastero y quedarme enganchada en tus rosales... Me cubrí del personaje de mi vida: pirata imazighen y sin remedio al asalto impenitente de tus pecios.
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