Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

martes, 18 de noviembre de 2014

ESPERADORES. LA POBRECITA ESPERADORA


Un día jugué a que me dejaban plantada. Salí de casa con un libro de amor en la mano y una peonía muy visible en la solapa, como he leído/visto en tópicas citas a ciegas decenas de veces.

Entré en una cafetería, me senté en una mesita con dos sillas, me abstuve de descargar mis cosas en la vacía y pedí dos cafés al camarero cuando vino a atenderme. No hice nada más en el tiempo que siguió. Esperar. Mejor dicho, hacer como que esperaba...

El camarero insistió en invitarme a mi cuarto café, mientras yo pedía, por cuarta vez, que no retirase la taza fría, gélida, de mi supuesta cita.

Las miradas habían ido haciéndose más numerosas y frecuentes, más soslayadas, vestidas de una expresión o más triste o más jocosa. Llegó un momento en el que incluso parecía que los que entraban por primera vez desde la calle venían ya con su mirada compasiva puesta. Si hubiesen existido los móviles, habría llegado a creer que era efecto de un "Pásalo".

Si bien al principio no me sentí mal en absoluto y tuve que esforzarme en fingir una secuencia de desilusión no exagerada, progresivamente, acompañando al cambio en las miradas ajenas, empecé a contagiarme. A mí también me daba lástima esa hipotética pobrecita ¿desesperada como decían los ojos extraños? ¡al contrario! una pobrecita esperadora, incapaz de desesperar por más que pasasen otras 2 horas más.

De pensar en la pobrecita a convertirme en ella medió sólo un paso. Primero me la imaginé extraña, disociada de mí, como si la estuviese viendo en otra mesa, mimetizándome con los que en ese momento me miraban a mí creyéndome la pobrecita esperadora. Me dio por pensar: ¿qué sentirá? ¿No se levanta porque espera o porque el peso de las expectativas de los demás se lo impide? Le di entidad, creé lo que no tenía existencia previa sólo por el hecho de darle forma en mis pensamientos. Empezaron a asaltarme otras preguntas a las que sólo podía responderme poniéndome en su piel: Si yo fuese ella ¿cuál sería mi estado de ánimo? ¿qué impresión tendría de él, el que me había plantado? ¿seguiría esperándole tanto tiempo? Había pasado a empatizar con un ser que minutos antes ni siquiera existía. Empaticé tanto y tanto, y durante tanto tiempo, que terminé bajo su piel sin darme cuenta, autosugestionada, convertida de verdad en una pobrecita a la que habían plantado. Estaba a punto de echarme a llorar, y no había ya nada de ficción.

Me levanté cabizbaja, evitando enfrentar las emociones de los otros, demasiado abatida como para soportar el abatimiento empático del resto. Caminé lentamente hacia mi casa, autocompadecida, sin apetito, con ganas sólo de esconderme acurrucada bajo el edredón.

Llevo dos días metida en la cama, escuchando lo único que ahora me resulta soportable: soul. Deprimida y convencida de que no pienso volver a tener una cita más en mi vida.

 
Gürbüz


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