Mi madre no nos contaba cuentos. Estoy segura de que si se hubiese sentado a los pies de la cama un tiempo más prolongado que el de darnos un beso y arroparnos, habría caído rendida al sueño bastante antes que nosotros.
Mi padre era más cuentista, pero no tenía la paciencia suficiente como para entender que nosotros convirtiésemos un relato en una entrevista en profundidad a cuatro voces: ¿Y por qué le arrancó la oreja al hombre de la pipa? ¿pero qué le había hecho? ¿y por qué, si iba a arrancarle la oreja a lo Tyson, le daba permiso para subir del pozo ("¿Subo?" "Sube, hombre, sube")?... Sobre todo le molestaba cuando la historia se la iba inventando sobre la marcha y sin prestar mucha atención a lo que nos contaba: ¿por qué se fue la señorita guapa de la ventana y salió la gordísima cuando el conejito Mandarín iba a salvarla con la escalera de incendios? ¿y dónde se había ido la señorita guapa? ¿se quemó en el incendio? ¿quién la salvó?... Sus historias eran cosa de mañanas de sábados, cuando mi madre nos metía en la habitación de ellos mientras salía a hacer compras y gestiones, temerosa de dejarnos sin vigilancia (dicen que el gato escaldado del agua fría huye, y los cuatro ya le habíamos dado unos cuantos bañitos de agua hirviendo en no pocas ocasiones).
Lejos de lamentarlo, mis hermanos y yo estamos muy contentos de que no tuviesen esa costumbre del cuento para ir a dormir, y veréis por qué.
Recuerdo que una de esas tardes en las que mi familia paterna se empeñaba en que durmiésemos la siesta mientras mis padres respiraban un poco, nos acostaron en una habitación desconocida, en medio de la más absoluta oscuridad y, para facilitar la llegada de Morfeo, nos contaron varios cuentos. El primero fue la historia de "El castillo de Irásynovolverás". Ya el título prometía un estado entre el relax y el nirvana... El enlace corresponde a una versión muy light y muy corta de la narración que escuchamos: en el cuento de esa tarde sucedían aún más atrocidades, y mientras los niños del cuento del enlace crecieron antes de coger cuchillos, etc. y luchar contra brujas, monstruos de siete cabezas... los de nuestra historia no (éramos nosotros mismos). Además, en nuestra historia, uno de los hermanos traicionaba al otro y le quitaba la novia, y aun así había que verlo como compañero del héroe. Muy complicado para nuestras mentes de ¡4 y 5 años de edad! A todo ello tenéis que añadir abundancia de detalles (querían que nos durmiésemos) y una entonación propia de relato de Stephen King.
Para regocijo de mi tía, a la que le encantaba contar cuentos, y de mi prima, a quien le encantaba escucharlos, lejos de adormecernos, teníamos mi hermano y yo ojos de búhos con sobredósis de cocaína. Y llegó la historia más terrorífica que haya escuchado ningún niño nunca para ir a dormir, la historia de "Juan el de la Porra" (conocida por otros como "Juan el Oso"). Hay muchas versiones, pero la que más se acercaba a la que nos contaron es la del enlace. Como en la anterior, aquí también hay diferencias con la que escuchamos en vivo. El hombre del pozo tenía nombre, era "el hombre de la pipa". No contaban nada de él, sólo que estaba en el pozo y salía a robarles la comida, dándoles antes una paliza que los dejaba medio muertos. El Juaneldelaporra de nuestra historia, como en el enlace, distaba mucho de ser admirable: era un cafre de mucho cuidado. Nosotros no entendíamos que alguien así pudiese ser el héroe, el protagonista; era más carnicero y asesino que sus enemigos; y sus compañeros de fatigas, el Allanacerros y el Arrancapinos, no se quedaban atrás. Todos actuaban como por azar, o al menos nosotros no entendíamos los motivos de tanta burrada aquí y allá. Además (quizá fruto de que no recordasen algunas partes), aparecían personajes de pronto y no se sabía de dónde o para qué, o se narraban episodios a medias y esperabas en vano saber, en algún momento, en qué acababan. No parábamos de preguntar. Demasiada locura y brutalidad sin sentido.
Fue una historia tan terrible que, al acabar, y antes de que empezase a narrar otra más, mi hermano y yo, que a esas alturas pedíamos a gritos Valium en vena, nos hicimos los dormidos, logrando así escapar del horror, pero sin pegar ojo ni esa tarde ni las noches que siguieron.
Como si no fuese suficiente, ya que mi tía había cometido algunas imprecisiones y no recordaba algunos detalles, cuando vino mi padre ("Tu padre sí que se acuerda bien") le pidió que nos lo contase "bien". La escuchamos una vez más, ahora ya fuera de la habitación y con luz.
Nos impactó tanto que, a pesar de no recordar la trama, jamás he conseguido olvidar al hombre de la pipa ni a Juaneldelaporra, con sus voces roncas y tenebrosas: "¿Subo?" "Subehombresube".
No sé de qué materia estaban hechos los niños de las
generaciones de antes. Muy dura tenía que ser su piel para
que los cuentos que los distraían fuesen de un contenido tan brutal; o,
más bien, muy dura tenía que ser su vida como para considerar cuentos para dormir esas
terribles historias de pesadilla que constituían su vía de evasión.