Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

sábado, 1 de septiembre de 2007

UN CUENTO (R. Creek)



A mí siempre me han gustado los Guido Orefice, los George Baily, los Eduardo Manostijeras, los Alfredo (no los Corleone, sino los proyeccionistas), los Tiberio Claudio, Paco el Bajo, los Yuri Zhivago, etc. Me gustan, sí, qué le voy a hacer. Son seres que razonan las emociones, y las canalizan, no les importa parecer “débiles” cuando muestran su faceta humana, lloran en público por nimiedades porque sus tragedias no pueden/quieren llorarlas ni en privado. Razonan ¡pobres debiluchos! incluso con el “enemigo” y ¡pasmante! buscan ¡mendigan! el aprecio de éste en reciprocidad al que ellos le profesan; no dan nunca por perdido un afecto que fue sincero. Un poco a lo Quijote, quieren encontrar razones incluso en el reino donde sólo gobiernan las emociones desbocadas.

Pero, puesto que nunca he sido acólita de banderas del “conmigo o contra mí” y nunca he aceptado dicotomías creadas artificialmente, con o sin intereses de por medio, también les encuentro su encanto a los Brutus shakespearianos, a los Dmitri Karamazov, a los Stanley Kowalski,... que actúan emocional, radical (de raíz), visceralmente, por impulso y, esto los hace semejantes a los del primer grupo: con corazón, asumiendo ¡solos! -no precisan de la camarilla que inevitablemente los sigue sin ser llamada- las desmedidas consecuencias precipitadas de sus errores. Ellos emprenden o aceptan sus propias peleas, esgrimen sus armas abiertamente, y echan lo que haya que echar. Aciertan o se equivocan, pero son protagonistas de ambos, de atinos y desatinos, y no se esconden de los segundos ni se vanaglorian en exceso de los primeros. Son pasionales, todo o nada, no perdonan ofensas ni atienden a razones, viven los tropiezos como afrentas dolorosas. Comparten con el primer grupo corazón -como ya he dicho- y nobleza.

Entre ambos tipos, alrededor, arriba, abajo, inmersos, mezclados,... hay todo tipo de personalidades (incluidas las de "a río revuelto", que me interesan menos en general, porque suelo aprender poco y -llamadme acarajotá- me parecen siempre de idéntico guión y pobre registro). Probablemente todas tienen su encanto, pero hay, en la vasta tipología de seres y enseres, una categoría a la que no he soportado nunca: la de los ventajistas-arribistas-aduladores-correligionarios de todo. Sólo actúan tras la iniciativa de, nunca inician -aunque instiguen y/o provoquen su permanencia- el conflicto; esperan agazapados para saltar, pero nunca son abiertamente los protagonistas, aunque, si de ellos depende, una contienda nunca terminará en tregua o entendimiento; el botín es suculento y la inversión que hacen nula, puesto que los que arriesgan son los otros; espolean al “fuerte” visceral y asumen siempre las ofensas a éste como suyas propias; aunque, si se quedan solos, siempre encuentran recursos dialécticos para quedar en el mejor campo. Nunca nadan ni a favor ni contra corriente, se quedan siempre entre dos aguas, a la espera para valorar cuál es el curso favorable. Son astutos e inteligentes, pero nunca les mueven ni el corazón ni la razón, sino el propio interés. Juegan un papel destacado de vengador, pero guardan la ropa de cordero por si hay que plegar velas. Exhiben magnos estandartes con sus batallas ganadas, y nunca con las perdidas, porque ellos no se equivocan nunca: se les malinterpreta. Sí, sé que hay que respetar (y lo hago) incluso a éstos, pero nadie puede pedirme (porque es superior a mi voluntad) que inhiba un sentimiento, digamos eufemísticamente, de disgusto ante los Casio, los Iván Karamazov, los Vitelio, los Mae Pollit, los Victor Komarovsky...

A pesar de todo, no quiero que los Daniel da Barca se conviertan en Taras Bulba; ni quiero que los Antipov se enfunden la piel de los Pierre Bezukhov. Sin éstos no hay cómo apreciar a aquéllos y sin aquéllos y éstos la vida pierde matices. Lo que sí sería muy útil ¡y puede ser que hasta divertido! es que ambos, éstos y aquéllos, reconociesen perfectamente a sus Sénecas, a sus marquesas de Marteuil...

¿A que es un cuento muy bonito? Pues es el de nunca acabar.
Agosto 2005


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