
No eres jugador profesional. Te has enganchado porque quieres una reina. Llevas partidas y partidas esperando que te toque. La reina. A veces piensas que en esa baraja no hay reinas, y te cabreas con la moira croupier por hacerte creer lo contrario, y con el zeus director de casino, que te dice que no sólo está ahí, sino que puede ser tuya. Desprecias cualquier otra carta a la que des la vuelta, incluso las figuras; ni las juegas. Sólo esperas esa reina. ¡Vamos reinita, que yo te vea! Cuando estás empezando a plantearte dejarlo (aún no sabes si serías capaz), desfallecido, agotado por la espera que empieza a parecerte inútil, aparece ella, cerca, a punto de rozar tus yemas.
Llevas años obsesionado con tocarla, haciendo apuestas cada vez más fuertes. No te queda nada sino tu tesón enfermizo, no te queda ni tu mismo yo. Pero el deseo de que pase por tus manos es directamente proporcional al número de partidas que llevas sin haberlo conseguido ni una vez tan siquiera. Es una trampa cada vez más engañosa y esclavizante. Una trampa de tu propia mente, cada vez más asfixiante, y más cautivadora cuanto más crees poder escapar ganando.
También la reina flaquea a veces, y está a punto de rendirse en tu mazo, pero cae en el siguiente y se descubre, para que veas lo cerca que has estado de tenerla. Cuando desaparece por un tiempo, empiezas a jugar con una frecuencia febril, creyendo así aumentar las probabilidades de verla otra vez.
Un día la suerte te pasa un comodín, el bufón, el loco. ¡Qué suerte la tuya! ¡Por fin! ¡Podrás jugarla como reina! Pero no te encaja en la partida. Quieres jugarla, quieres hacer el comosifuera, pero no consigues engañarte. Justo ahora no necesitas una reina. No esa reina. No consigues que el eres tú lo que quería suene veraz. ¡Vaya mierda! ¡Un comodín! y sigues jugándolo de reina. Vaya mierda, sí. Vaya mierda para el comodín, que se ve, republicano omnivalente, en polisón y con ridícula corona, teniendo que hacer de tu reina. Vaya mierda para el bufón, condenado a fingir creerse soberana, condenado a hacer que cree en tus palabras de que no deseabas otro naipe en el mundo, cuando sabe que estás maldiciendo tu mano y su estampa.
Ora lo doblas, inmisericorde, cuando ves sonreír a tu reina sobre el tapete. Ora lo exhibes ante ella como el mejor de los trofeos, pretendiendo humillarla tanto como la deseas. Al comodín-reina, en su dolor, le dan ganas de saltar y hacer monadas, atracción de feria; pero calla y sigue fingiéndose tu reina elegida, soportando tu mirada insatisfecha que lo convierte en ridículo remedo con el que la fatalidad se ríe de ti.
¡Vaya mierda!- repites, incapaz de ver en el loco al guerrero, a la reina, al rey, al as de todas las armas... El comodín-reina también piensa ¡¡vaya mierda!!, pero te sonríe como si creyese tus palabras (eres mi reina), y se repite que es un maldito infortunio que no te toque de una puñetera vez tu reina para poder liberarse. Y grita, pero por dentro, que qué podrida suerte ser la reina postiza en unas manos que no saben jugarlo de otro modo, y que ¡qué desdicha que te lloren encima y te hagan llorar, y tengas que hacerlo p'adentro, y seguir sonriendo cual emperatriz encantada de su suerte! ¡Qué mierda sentirte una mísera reina de pega, cuando sabes que en otras manos lo valdrías todo! ¡Qué trampa ser, sin serlo, una carta de mierda y no saber, poder, querer escaparte de esta partida endemoniada en la que te has dejado atrapar y de la que no quieres salir por no dejar de ser su reina, aunque sea de pega! Es una trampa cada vez más engañosa y esclavizante. Una trampa de tu propia mente, cada vez más asfixiante, y más cautivadora cuanto más crees poder escapar ganando.
¡Vaya mierda!- repites, incapaz de ver en el loco al guerrero, a la reina, al rey, al as de todas las armas... El comodín-reina también piensa ¡¡vaya mierda!!, pero te sonríe como si creyese tus palabras (eres mi reina), y se repite que es un maldito infortunio que no te toque de una puñetera vez tu reina para poder liberarse. Y grita, pero por dentro, que qué podrida suerte ser la reina postiza en unas manos que no saben jugarlo de otro modo, y que ¡qué desdicha que te lloren encima y te hagan llorar, y tengas que hacerlo p'adentro, y seguir sonriendo cual emperatriz encantada de su suerte! ¡Qué mierda sentirte una mísera reina de pega, cuando sabes que en otras manos lo valdrías todo! ¡Qué trampa ser, sin serlo, una carta de mierda y no saber, poder, querer escaparte de esta partida endemoniada en la que te has dejado atrapar y de la que no quieres salir por no dejar de ser su reina, aunque sea de pega! Es una trampa cada vez más engañosa y esclavizante. Una trampa de tu propia mente, cada vez más asfixiante, y más cautivadora cuanto más crees poder escapar ganando.
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