Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

jueves, 13 de septiembre de 2007

LAS PERSONAS PARARRAYOS (R. Creek)




Hay personas que, por su constitución o forma, atraen las descargas. Son personas pararrayos. La tormenta se forma a decenas de kilómetros, se va cargando de electricidad por el camino, y acude hacia la persona pararrayos como consecuencia de quién sabe qué azarosa atracción (el electromagnetismo es así de peculiar en lo suyo). Una vez allí, no unos metros más allá ni más acá, precisamente allí, sobre la persona pararrayos, el cúmulo tormentoso se deshace de toda esa sobrecarga iniciada a distancia y alimentada por el camino.

El cruel destino de las personas pararrayos es tal que incluso puede sucederles el verse sacudidas a través de un beso. Son esas personas que, al ir a recibir a un ser querido, le tienden los brazos al verlo salir del coche, brincando de alegría; ponen los morritos y… ¡zzzmmmmmmzzzzzmmmmm! ¡toma electricidad estática almacenada desde Burgos!

Es terrible.

Las personas pararrayos a menudo ignoran su condición de invento frankliniano y están ahí en lo alto, tan visibles, tan felices, tan ignorantes de lo que se les avecina. Si las personas pararrayos tuviesen la más mínima noción de su fatal estructura y composición, no se quedarían tan anchas, tan oreadas, en los tejados mirando estrellas. Vivirían -ocultas, pero protegidas- en sótanos, en refugios nucleares o en la fosa de las Marianas. O se conseguirían otra persona pararrayos con que cubrirse. Pero son bastante... digamos irracionales, e incluso después de varias descargas, siguen trepando a los aleros a maullar. ¡Si es que parece que lo pidieran a gritos, no me digáis! Alguna gente las llama, eufemísticamente, ilusas, románticas, "inocentes". Otras, quizá más realistas, las llaman inconscientes, temerarias o hasta piradas. Se les cuelgue el sambenito que se les cuelgue, lo cierto es que pasman (incluso a sí mismas). Tras la confusión del impacto que las derriba lanzándolas al suelo, con escayolas en el pensamiento, muletas en el corazón o collarín en el desánimo, vuelves a ver a las personas pararrayos encaramadas en un nido de cigüeña, en las torres Petronas o en el campanario de la iglesia del pueblo, totalmente ajenas a las palabras de Mario Picazo sobre borrascas tormentosas aproximándose desde el centro de la península.

Son terribles.

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