
Para los que no hemos vivido nunca un terremoto, el temblor de los cristales al paso del camión cisterna nos anuncia el fin del mundo. Para los que aún no hemos sufrido terribles pérdidas, el que se afloje levemente la presión de la mano que nos acaricia nos presagia la más oscura de las desolaciones.
Por eso es que amo a Einstein y sus relatividades casi tanto como detesto las manzanas newtonianas. Y por eso es que le rezo a la estampita de Copérnico, garante de que el sol seguirá saliendo tras cada negritud, no importa cuánto dure. Y por eso es que, si me pierdo, prefiero mil veces, como guía, los abrazos Galeanos y sus señales luminofueguinas antes que cualquier satélite gpsiano o cualquier Campsa actualizada y con alojamientos.
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso - reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende. (Eduardo Galeano. El libro de los abrazos -fragmento-).
Por eso es que amo a Einstein y sus relatividades casi tanto como detesto las manzanas newtonianas. Y por eso es que le rezo a la estampita de Copérnico, garante de que el sol seguirá saliendo tras cada negritud, no importa cuánto dure. Y por eso es que, si me pierdo, prefiero mil veces, como guía, los abrazos Galeanos y sus señales luminofueguinas antes que cualquier satélite gpsiano o cualquier Campsa actualizada y con alojamientos.
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso - reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende. (Eduardo Galeano. El libro de los abrazos -fragmento-).
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