Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

domingo, 22 de julio de 2007

EL OLVIDO ESTÁ LLENO DE MEMORIA (BENEDETTI) - LA ÚLTIMA CENA (R. Creek)





Decía Unamuno que cuando se muere alguien que nos sueña se muere una parte de nosotros. Pero yo sé, como sabes tú, que rescatamos al soñante cada vez que nosotros lo soñamos, cada vez que nuestro olvido se llena de su memoria. Y para eso ha nacido este lecho, para recuperar esa parte de nosotros soñando al soñante para que nos vuelva a soñar. Para ti, princesa Comino, hija de princesa Comino.

Cruzó los brazos p’a no matarla, cerró los ojos p’a no llorar. Temió ser débil y perdonarla y se abrió la puerta de par en par. Caminó, caminó, caminó hasta agujerear sus alpargatas y, cuando se dio cuenta, al notar la tierra ardiente bajo su piel palmar, había llegado a la luna de Valencia. Huía del cierzo y lo acunó un levante con nombre de mujer de robustas entrañas y tiernos despertares.

Construyó un horno en el que incinerar su desengaño y terminó cociendo en él placas de arcilla esmaltada con el brillo de los ojos de su pequeña. ¿De dónde sacaría su princesa Comino tanta fuerza como para levantar esa pesada espada de paciencia contra el fuego de dragón devastador que a veces arrojaba su hermano? El infortunio no le concedió el tiempo necesario para hallar la respuesta, ni para comprobar todo el alcance que luego exhibiría esa arma gigante de la que ya nunca se desprendería su pequeña.

La princesa no ríe, la princesa no siente. Despadrada a destiempo, abandona sus oros, abandona sus tules, mas siguió en su custodia el dragón, ahora colosal coloso en llamas. De vez en cuando, cuando trina alegre, pobre jilguero atrapado que sueña con un vuelo apenas si intuido, vuelve a sus venas la sangre azul cielo libertario de las princesas verdaderas, y entonces se viste de criada en La tía Pepatona o de señora en cualquier otra, de madre asustada o de hija deslomada, de mujer-niña abandonada o de gorrión cojo que sale del nido, para entusiasmo admirado de un público entregado de antemano.

Quizá adivinaba ya, cuando, saltando a la comba en la carretera, recitaba a Rubén Darío

Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor.


Ella aún estaba cambiando los dientes cuando su caballero andaluz ya masticaba la amargura de ver cómo su padre se consumía entre barrotes de postguerra. Un día como todos, cuando apresuraba el paso para que la comida llegase aún caliente desde las manos de su madre al paladar reseco de miedo de su padre, chocó contra el muro helado de las palabras de Chano, el tabernero: No vayas, Antonio. A tu padre ya le dieron la última cena.

 
Cerró los puños p’a no matarlos, cerró los ojos p’a no llorar el llanto de su madre y sus hermanas y cuando se marchaba ni intentó mirarlas, ni lanzó un quejío, ni les dijo adiós. Entornó la puerta y p’a no girarse se hizo un duro callo en el corazón.

Anduvo, anduvo, anduvo hasta agujerear sus temores y, cuando se dio cuenta, al notar el aroma cálido del azahar, había llegado a la luna de Valencia. Huía del mitgjorn y lo acunó un levante con nombre de mujer, de trino melodioso, ojos lacados y corazón de princesa, un comino que luchaba contra un coloso colosal dragón con el espadón de la paciencia infinita, y a quien rescató, rescatado a su vez, para entusiasmo admirado de un público entregado de antemano.

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