Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 23 de julio de 2007

LA PRINCESA QUE HUÍA DEL MAR (R. Creek)

(Cuento para Sissi. Continuación del de la princesa que no aprendía)

Érase que se era una princesa que no sólo sí sabía sonreír, sino que lo hacía a menudo; tanto, que todos en el reino creían que lo que no sabía era llorar, salvo de risa.

Por supuesto, no estaban en lo cierto, pues la princesa tenía almacenes completos de lágrimas de todos los tamaños y colores. Las lágrimas negras, silenciosas, especiales para las hojas que volaban más allá de las nubes, las guardaba en el cofre del "Vives en mi corazón". Las lágrimas rojas de rabia, con forma de grito desesperado e impotente, en el del "Injusticias que me superan"; cristales salados y azul celeste para las cosas bellas, en el pequeño de "Dulces e irrepetibles ocasiones"; y así hasta mil setecientos cuarenta y ocho tipos. Sí que es cierto que la princesa, que se llamaba Gusanito, los abría poquísimas veces. Tenía los preciosos cristales siempre bajo llave y aun en las ocasiones en las que los necesitaba, solía encontrarles sustitutos del tipo: ira, enojo, enfado, muda tristeza o incluso con su mejor amiga: la sonrisa.

Entre todos esos baúles inundados, había uno que ofrecía un aspecto de fortaleza inexpugnable: el del "Mar de lágrimas", que contenía las que brotaban por el desamor y el desengaño. Éste lo tenía cerrado con ciento un candados en cada una de las seis puertas blindadas, porque sabía que era uno de los más descontrolados y poderosos; no se reducía a mero arroyuelo: se desbocaba en mares y mares sacudidos por todas las fuerzas de la Tierra.

Bien, Sissi: a Gusanito le ha vuelto a suceder. Llegó un mago cargado de ilusiones, frases maravillosas que reflejaban sentimientos hermosos como un arco iris; traía en su chistera millones de besos cálidos y amantes, promesas de amor eterno, palabras y besos y besos y palabras, y más besos seguidos de palabras y más palabras alcanzadas por besos y besos perseguidos por besos... Gusanito descuidó su fortaleza y volvió a amar, con mayor intensidad de la que hubiese creído nunca, y fue dejando caer un cerrojo tras otro hasta dejar abierto el cofre marino, deseosa de que esos amargos cristales no escaparan nunca, franqueados por la inmensa dicha que sentía.

Fue tonta, tonta, tonta como siempre, tonta, tonta, tonta como nunca: el ilusionista, quizá por placer masoquista, quizá por sincera misericordia, decidió que era hora ya de mostrar que ese amor tejido de besos y palabras no era magia auténtica, como había conseguido que creyera Gusanito, sino fruto del ilusionismo mismo: todo tenía truco; la verdad que había enmascarado con tanta habilidad no era más que una dolorosa certidumbre: el mago no amaba; el mago sanaba su propio corazón valiéndose del amor sangrante de Gusanito y, ahora, ya restañadas las heridas del mago, y más lacerantes que nunca las de Gusanito, la dejaba caer de la nube en la que la había hecho levitar, haciéndole ver que hay besos que son sólo palabras y palabras que son sólo eso: palabras.



30/3/01

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