Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

martes, 17 de julio de 2007

¿CEGUERA O IDIOCIA? (R. Creek)


De pronto, a cuenta de nada, generas un terremoto con hipocentro en tu mismísima víscera vital, cuyos efectos, inevitablemente, padeces, ¡y cómo! porque los de este tipo, a diferencia de los seísmos al uso, tienen epicentros múltiples que sacuden/convulsionan/destrozan diversos órganos sensitivos, si no todos, tras haber demolido barreras ¡muros titánicos! que habías ido fortaleciendo desde tiempos inmemoriales.

A veces sucede el milagro de que uno de esos epicentros coincida exactamente con el punto de origen de otro terremoto ajeno, generado justo en la víscera que hizo nacer el tuyo. Si eso sucede, la confusión es mayúscula, puesto que las sacudidas son de ida y vuelta y, así, la fuerza de tu propio terremoto colisiona con la del otro, y ya no se sabe si los temblores los provoca uno, otro o, lo más probable, ambos. Si se produce este extraordinario fenómeno, no resulta extraño escuchar el rugido de las sacudidas bipolares desde confines insospechados de galaxias remotas, siendo ésta la única música capaz de expandirse por el universo (un misterio más, como el eco de los graznidos del pato, pero éste sin explicación científica).

Mas esa coincidencia es rara; muy inusual. Lo más frecuente es que tu propio terremoto haga vibrar a la persona que te lo provoca y concluyas, cegada por ese estado caótico, que a ella también le está sucediendo lo mismo. Cuando descubres tu error, la sensación que experimentas es una mezcolanza de autoburla lacerante -por la estúpida falta de previsión- y profunda tristeza por el desastre de jirones en que, a continuación, lo encuentras todo. Esa nefasta sensación es aún más terrible si los temblores del otro tienen su hipocentro en una tercera víscera. En realidad te culpas porque piensas que podrías ¡deberías! haberlo evitado; te sientes idiota por no haber visto lo que ahora, cuando tus propias sacudidas se han calmado un poco, aparece ante ti en carteles luminosos que harían sombra a Las Vegas. No sabes si ha sido ceguera o idiocia. Con el tiempo deja de importarte y piensas, tras el muro de hormigón armado que en esos momentos estás reforzando con acero, que no te va a pasar más. No te das cuenta de que, en realidad, es ésa tu genuina ceguera-idiocia: volverás a destrozarte entero ante la mínima posibilidad de encontrar ese doble tsunami que se escuchará en los confines del universo.



No hay comentarios :

Publicar un comentario