Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

martes, 17 de julio de 2007

AHORA QUE MIS SUEÑOS SON UN CINEMA PARADISO (R. Creek)


Mi tío Alfredo, como el Alfredo de Cinema Paradiso, también era proyeccionista. También vio cómo su cine desapareció, no pasto de las llamas, sino de la insostenibilidad económica (extraño concepto siempre, pero más cuando se aneja al arte, a cualquier arte). Pero nos dejó nuestros recuerdos de cabina, como los de Totó, nuestros carteles y recortes -ya sólo mentales- de algunos fotogramas, y la emoción pícara de presenciar secuencias que sólo entenderíamos años después. Hace poco, tras muchísimo tiempo, volví al pueblo de mis primeras películas, de mi primer cigarrillo detrás de la iglesia, de mis primeros amores y mis primeros pecados de palabra, obra, omisión y, sobre todo, imaginación. Todo había cambiado y todo seguía igual. Sentí ganas de llorar. Aún no sé si por el tiempo detenido o si por el tiempo que ya no vuelve.

¿Por qué nos resistimos tanto a los cambios? El cambio a veces supone crecimiento, máxime cuando hemos llegado a un punto en el que el estancamiento es evidente. Eso lo sabemos todos. Sin embargo ¿por qué a algunos, a la mayoría, nos resulta doloroso hasta el punto de que incluso tras un desengaño profundo nos resistimos y tiene que ser el propio Alfredo quien nos eche del pueblo?

Pienso que es porque somos muy conscientes de que lo que dejamos atrás no son sólo los momentos de frustración, sino también los de ensueño. Tememos dar el paso hacia la primera vez porque eso puede suponer el olvido de otras primeras veces. Nos aferramos a lo que ya hemos construido y nos da miedo saltar y abandonar el regazo de lo familiar, de lo querido.

Para muchos de nosotros, la vida es un eterno y torturante dilema entre dejarnos seducir por nuestro amor a la aventura, por la pasión de lo desconocido, y permanecer en el arrullo de los aromas cercanos, en la seguridad de los afectos genuinos. Una constante disyuntiva entre el afán por explorar el sabor nuevo de los besos que nos dará la vida, y la nostalgia de los que ya dimos y seguimos degustando apenas cerramos los ojos (o los abrimos frente a una pantalla, incluso la del cine).


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