Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

sábado, 3 de enero de 2015

DE NOCHE TODOS LOS GATOS SON FELINOS DESORIENTADOS (HELLÁS II)








Había leído, en lo que me había dado tiempo de las 814 páginas de la guía que no pensaba cargar como equipaje, que los alojamientos de la plaza Omonia eran los más baratos porque era un barrio de compra-venta corporal. Para nuestra primera salida, por supuesto, elegimos la plaza Omonia. Sí, ya sé que esto da lugar a malos entendidos, pero dejadme que lo aclare: siendo, como creíamos, una capital europea, de interior, mes de agosto y día de diario, probablemente sólo allí encontraríamos lugares abiertos para tomar algo y cenar.


Bien, a mitad de trayecto llamaron a Π y, como pasa bastante del concepto de “móvil”, se sentó en un resalte de un comercio a responder. Quiso la casualidad que, no habiendo llegado a Omonia, el descanso nos pillara en una antesala bastante premonitoria: una pequeña placita-museo del underground. Yo, que había comenzado por esperar a escasos metros pensando que sería una llamada de corta duración, terminé empezando a pasear arriba y abajo, atrayendo miradas primero y pseudofertas después. Abrumada por la indecisión, le comuniqué a Π que iba a seguir caminando hasta la plaza siguiente, al otro extremo de la avenida (una tiene que tantear bien todas las oportunidades, no hay que quedarse con el primer chollo que te encuentres ¿no?). Esto le sirvió para abreviar un poco y unírseme (¡qué mala es la envidia! XDD).

ώδεiον 'Hρώδης ó 'Aττικός - Odeón de Herodes Atticus

Mientras buscábamos Omonia, zigzagueando en lo que creíamos el itinerario exacto (sólo días después fuimos capaces de apreciar que para un recorrido recto trazábamos la bóveda celeste), pasamos por una estación de autobuses de países del Este. Uno acababa de llegar, así que presenciamos, sin pena ni gloria, la alegría de los reencuentros familares. Caminamos unos metros más y, tras una cochera de taxis, llegamos a la plaza Omonia. No me sorprendió nada lo que vimos porque correspondía totalmente a lo que decía de ella la guía: a pesar de significar concordia, no era sino una plaza ganada por el asfalto, y con tráfico infernal. Callejeando mucho llegaríamos a saber, casi en el momento de abandonar ya Azina, que ésa era la plaza Omonia sólo porque nos había dado la gana. Aún no sabemos con exactitud qué era eso que rebautizamos con tal nombre, pero lo cierto es que no había ni un árbol, ni un alma tampoco (esto último fue lo que, con posterioridad, nos resultó algo extraño, al leer en otra guía que era lugar de encuentro multicultural -como también llegamos a comprobar cuando aparecimos allí por casualidad en otra ocasión en que buscábamos 28 de octubre odós-). Bien, no sabíamos ni por dónde atravesarla y nos dio rabia que las guías, como las madres, siempre tengan razón para lo murphysta. 

Este enlace lleva dedicatoria: Para divi con agapi.

Estábamos armándonos de valor para cruzarla como si de una avenida china se tratase (esto es, corriendo con los ojos cerrados y gritando “Tengomieeeedoooo” hasta chocar con el bordillo del otro lado), cuando nos abordó quien nos dijo ser un yugoslavo recién llegado. Por supuesto, no nos dio ninguna pista el que no llevara ningún equipaje. Nos bastó con haber visto, metros atrás, el autobús recién llegado, y su mapa de Azina en las manos, para no tener ninguna duda de que así era. Nos preguntó la procedencia y si sabíamos de algún hotel. Curiosamente acabábamos de dejar una calle transversal atestadita de hoteles (esto también nos confirmó, claro, que estábamos en Omonia), así que, aunque acabábamos de decirle que no podíamos ayudarle porque no conocíamos nada (antes siquiera de que nos preguntase), resultó que sí que podíamos. Le indicamos la calle. Él no parecía tener intención de ir a verla, lo cual nos sorprendió ligeramente, y siguió mostrándonos el mapa y repitiéndonos lo mismo que ya nos había dicho: yugoslavo, recién llegado, y buscaba hotel. Nos miramos con cara de alunice, pero, conscientes de que podíamos no estar entendiéndonos mutuamente, volvimos a repetirle todo: lo de la calle plagada de hoteles y lo de nuestro absoluto desconocimiento sobre nada más.

Φιλοπάππου - Colina y monumento de Filopapos, desde la Acrópolis
Él nos señaló el mapa y repitió lo ya repetido varias veces. Nuestras caras eran todo un poema. Nos preguntábamos mutuamente: “¿Pero qué quiere? Yo no lo entiendo. Ya le estamos diciendo que no somos de aquí...", etc. Sí, sí, bonito (yesyespretty) pero es que no sabemos lo que quieres. Él no tenía ninguna prisa y, sin abandonar su sonrisa, nos repitió lo mismo. Π ya, para romper ese círculo infernal, ese agujero repetitivo en el tiempo en el que parecíamos habernos metido los tres, le señaló un pedazhotel que se veía enfrente. El hombre dijo que era demasiado caro, y le repetimos lo de la calle con hoteles con aspecto normal, ahí al ladito. Él ni siquiera miraba la dirección de nuestros dedos y señalaba el mapa. No nos llegó a chocar que un tipo recién llegado fuese más capaz de orientarse por un mapa que por unos índices apuntando a una calle. Somos así, ya veis. Esas cosas las pensamos después. Así que, siguiendo sus indicaciones, nos acercamos a un escaparate porque, al parecer, necesitaba luz sobre el mapa para saber dónde ir. Tampoco se nos ocurrió coger un boli e ir marcándole en el mapa todas las H que, a buen seguro, aparecerían. Lo hubiéramos dejado de una pieza. Pero ya digo, no se nos ocurrió sino seguirle hasta el escaparate con cara de estupefacción y diciéndonos: “Si es que no sé qué quiere, sí, sí, luz, pero si ya le hemos dicho que no somos de aquí, qué quiere este tío...”.

Προπυλαια - Propileos de la Acrópolis

Nadie sabe el tremendo daño que han causado las series policíacas de los 70 a las mafias actuales. Baste deciros que, mientras estábamos ya riéndonos abiertamente del hecho de vernos repitiendo la toma (ahora en un escenario más luminoso, eso sí) del yugoslavo recién llegado que intenta encontrar alojamiento barato preguntándole a dos guiris que tienen que orientarle en un plano, apareció a la carrera un joven delgadito, camisa blanca, vaqueros negros, y se nos plantó delante con las piernas abiertas, una mano hacia arriba, haciendo como si fuera una pistola que apuntase al aire (pensado después, quizá emulando a Tony Manero en la discoteca), y mostrándonos, con la otra, una cartera vieja de cuero negro abierta y con una placa, mientras gritaba, también repitiendo su escena una y otra vez, como por contagio: POLIIIIIIIIIIIICE POLIIIIIIIIIIICE, PASSPOOOOORT, PASSPOOOORT!!!!!!! Yo flipé. Hasta llegué a pensar que nos estaba pidiendo que lo invitásemos al famoso whisky. Le dije, como una novia despechada reprendiendo a su novio exalcohólico: “¡No! A ti no. ¡Ni hablar!”, por supuesto en castellano. Cuando una se rebela no tiene tiempo para morondangas idiomáticas. Y me dirigí, dándole la espalda, muy digna yo (la nariz apuntando hacia el luminoso hotelero que minutos antes habíamos indicado a modo de sugerencia al yugoslavo persistente), hacia el lugar inicial por el que habíamos estado pensando cruzar aquella plaza de tráfico infernal, nuestra plaza Omonia, antes de que nos tragase ese bucle del tiempo.


Al ver que Π no me seguía, me sorprendió comprobar que seguía con el plano del tío en sus manos, alunizando mientras nos miraba alternativamente a él, a mí y a Starsky -que seguía pidiendo a gritos música de los 80 y alcohol, pero un poco más alejado y desconcertadísimo al ver que no le habíamos hecho ni caso-. El yugoslavo ni se había inmutado. Era su primera vez en Azina y ya parecía más que acostumbrado a estos numeritos de la “policía” ateniense. Vamos, que ni se sobresaltó por los gritos ni hizo, en ningún momento, ademán de buscar documentación alguna. Vale que ninguno de los tres lo hicimos pero ¡yo qué sé! qué menos que una cara de fingida sorpresa, ¡¡qué menos!!

Το Ερέχθειο - El Erecteión

Cuando le sugerí a Π que nos fuéramos, respondió que ya, pero que no sabía qué quería el yugoslavo, ni de qué iba todo esto; dedujo, finalmente, que por mucho que repitiésemos la escena no llegaríamos a comprender nunca dónde quería llegar ese hombredediox, así que le dijo, a modo de despedida: lo siento, no somos de aquí; y ahí lo dejamos con su plano, a la luz del escaparate, y sin que pareciera afectarle ver alejarse a ese tipo de enfrente, nervioso, que no dejaba de saltar y gritar POLICEPOLICEPASSPORTPASSPORT mientras mostraba una estrella de sheriff de 3 kg. de peso y encima de color azul marengo, como para darle más realismo.

Καρυατις - Cariátides




En fin, que menos mal que somos muy de Siniestro (antetodomuchacalma) si no… los arrestamos a los dos allí mismo y los metemos en el sótano del Diethnes hasta que el uno aprenda a localizar las H en el plano de Azina y a sobresaltarse cuando su compinche (de eso no tuvimos ninguna duda) le pida el passport; y hasta que el otro se dé cuenta de que un policía nunca llega a un sitio tranquilito, donde no hay más que tres personas en amor y compaña, gritando como un poseso y haciendo como que pega tiros al aire con la uña sucia de su índice, y mucho menos cargado con una placa que pesa el doble de su masa corporal, con la inscripción “Fuerte Grant. Juguetes Comansi”; nunca salvo si salta por una puerta del "tomate rayado", o si, mientras, TJ sube al tejado.



No hay comentarios :

Publicar un comentario