En su consulta, desnuda, la doctora
y un tuareg tendido en el diván.
No es mala forma de empezar un plan
aunque ella se resiste, por ahora.
El árabe susurra que la adora
y la doctora tiembla como un flan.
Parece claro que se acostarán
porque la cosa está muy tentadora.
Pero el amor de ella, que es muy lista,
se atrinchera detrás del parapeto
de su diploma de psicoanalista.
¿Podrá el amante superar el reto?
Desde mi puesto de comentarista,
les mantendré informados. Lo prometo.
En improvisada cocina, la doctora,
devorados tres mil libros de recetas
-¡de cocina tunecina, hasta las... cejas!-
maldice a cualquier ave ponedora.
El montón de cascarillas rotas
de poca habilidad dan testimonio
y como quiera que ya está hasta el mismo moño,
declara, sin vergüenza, su derrota:
Si los briks se me dan como el rimar
y el rimar es tal que ni soneto,
ni cuarteta, ni quintilla, ni panfleto,
me da que nos quedamos sin... probar.
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