La serendipia ha tenido mucho que ver en que yo viera esta película de 2012. Apareció como recomendación en Aularia y, al buscar si pertenecía al circuito comercial, no sólo vi que no (al menos no actualmente), sino que tenía 5 días para comprar la entrada porque la iban a poner dentro de un ciclo de cuatro películas de una asociación (la primera ya la habían pasado y ésta era la siguiente), Salamanca Acoge.
Me ha gustado mucho. Nos la presentaron ya con una premisa atractiva: Rodada en Arabia Saudí, la directora, Haifaa
Al-Mansour, tuvo serias dificultades para conseguir su sueño, su
bicicleta verde, y en no pocas ocasiones, especialmente en exteriores,
tuvo que dirigirla oculta en una furgoneta y dando instrucciones a su
equipo por walkie-talkie.
Además fui a verla con dos de mis personas favoritas en el planeta, lo que contribuye al buen recuerdo que me deja ya
Es
una película de trama (que no de filmación) sencilla, no apta para
quienes no pagan para ver en cine la cotidianidad, lo que de
extraordinario tiene el día a día y, en mi caso, exactamente el tipo de
cine por el que doy por más que bien empleado el dinero.
Me ha recordado mucho a la fantástica Buda explotó por vergüenza.
Pero
también a mi propia infancia en colegio de monjas, y concretamente a un
episodio hilarante y ridículo que hacía mucho tiempo no recordaba:
Durante
un recreo saltaron al patio dos chicos amigos de no sé quién. La
reacción de las monjas al verlos fue difícil de creer: Mientras dos de
ellas se pusieron a perseguirles, escoba en mano, intentando conservar a
muy duras penas la toca y la dignidad mientras ellos las driblaban, el
resto de las monjas nos arrinconaban (a 400 alumnas) contra el porche y
pretendían que no nos riésemos de la situación al grito de: "¡Tenéis el
diablo dentro!". Yo ya tenía 14 años y, posiblemente, el diablo dentro,
de modo que me pareció una de las escenas más surrealistas y locas que
he vivido nunca. Sus reacciones reaccionarias convirtieron una anécdota
que jamás habría tenido trascendencia para mí, en algo inolvidable.
Al
ver esta película he vuelto al pensamiento que me asalta cuando
viajamos y veo a los europeos quejándose o valorando como anomalía
insana la vida en los países visitados: el pensamiento de que tenemos
una memoria muy breve y, por ello (o como causa de ello, no lo sé) una
discapacidad alarmante para reconocernos en los otros. La sociedad de
Wadjda, tan lejos de nuestro presente que nos parece irreconocible y
ajena; tan cerca de nuestros recuerdos que cualquiera de nosotras
podríamos haber solapado su infancia con la nuestra, haber confundido a su madre con la nuestra, espoleando nuestros sueños para superar la realidad limitante y convertirnos, a contracorriente, en insumisas voladoras; aconsejándonos acomodarnos sólo para usar lo inamovible como trampolín para saltar a por lo imposible.
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