Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

viernes, 4 de julio de 2014

ESTÁBAMOS, ESTAMOS... (BENEDETTI)



NOS OCUPAMOS DEL MAR (de Jorge y Javier Krahe, cantada por Alberto Pérez)




Cartier-Bresson


Igual que en televisión
interrumpen la emisión
para anunciar un brebaje
o un masaje,
interrumpo mi canción
y coloco aquí un mensaje.

Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea.
Ella cuida de las olas,
yo vigilo la marea.
Es cansado,
por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado,
mis ojos en su costado.

No habrá parecido mal
ya que no fue comercial
y es cosa que se agradece,
me parece,
en este mundo infernal
do quien no compra perece.

También cuidamos la tierra
y también con el trabajo dividido.
Yo troncos, frutos y flores,
ella riega lo escondido
Es cansado,
por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado,
mis manos en su costado.

Raro es que la verdad
mediante publicidad
alguna vez se abra paso
por si acaso.
Ahora es la oportunidad
cuando el público hace caso.

Todas las cosas tratamos
cada uno según es nuestro talante.
Yo lo que tiene importancia,
ella todo lo importante.
Es cansado,
por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
y mi voz en su costado.

ESPERADORES. BRÚJULAS DESIMANTADAS



Ayer encontré a la señora del 3º H llorando amargamente. Estaba desmadejada entre dos rellanos, convencida de que era el mejor lugar para invisibilizarse y dar rienda suelta a sus lamentos silenciosos. Y tendría razón si no hubiese sido porque ayer decidí (por 17ª vez en los últimos dos años) empezar una vida sana.

No la conozco, pero me conmovió tanto que me senté a su lado y le pasé el brazo sobre los hombros. Sin hablarle. Ella me miró agradecida y siguió llorando. Al contrario de lo que sucede con los llorones televisivos, su rostro se desdibujaba bajo una catarata de lágrimas, pero sin otro sonido que el de algún hipido recuperando aliento de vez en cuando. Me destrozaba el corazón sentir ese temblor corporal que acompaña siempre a las lágrimas inconsolables.

Como el silencio se me hacía brutal, pero no quería preguntarle nada ni derramarle encima tópicos banales, empecé a intentar imaginar qué podría haberle sucedido. Sólo sabía de ella por los cotilleos de aquí y allá: tenía cuatro o cinco carreras y trabajaba por temporadas en puestos mal remunerados; no tenía familia. Tampoco se le conocía pareja estable -parejas inestables era algo imposible en ese edificio porque, en las reuniones, los vecinos delataban a cualquiera de feliz fornicio acusándole de prostitución, con lo cual unas veces se trasladaba el señalado de turno y otras lo que trasladaba era su envidiable actividad fuera de su casa-.

Perdida en mis devaneos mentales, no me había dado cuenta de que, sin ningún signo de fatiga o consuelo que la llevase a detener su ahogado desahogo, ella había ocultado su rostro en mi manga ahora empapada. Seguí peregrinando, buscando entre elucubraciones, razones que iban desde lo lógico hasta lo novelesco y hasta ridículo: ¿se le habría estropeado algún electrodoméstico? ¿se habría muerto algún ser querido? ¿tenía un amante que la había abandonado? ¿habría salido al portal a llorar después de haberlo hecho en casa con tal intensidad que la había inundado? ¿sería una sicaria que, de pronto, había hecho un alto y se le venían todos los remordimientos de golpe?...

No entendía cómo una persona que, aparentemente, no tenía una vida que pudiese acarrear problemas "de los de verdad", podría estar tan inmensamente triste. Sobre todo porque la tenía asociada a una abierta sonrisa simpática que me dirigía cuando me la cruzaba, ya estuviese ella sola o con amigos. Y ahora caía en otra cosa: no había buscado a nadie para que la consolase, al contrario, se deshacía en soledad, como morían los ancianos en la cima del Narayama.

La miré al percibir que había dejado de llorar. Se levantó y yo con ella. Me dirigió una mirada de infinito agradecimiento y me dijo, como sintiese que, en pago, tuviese que darme alguna explicación: Me he protegido tanto que no tengo ni enemigos de los que huir. He controlado tanto mi rumbo que he perdido definitivamente el norte. Buscando no aferrarme a nadie demasiado, me he deshecho de tantos imanes que he extraviado hasta mi propio magnetismo. Huyendo del fuego, me quedé también sin luz. Sólo puedo decirte que, en mi torpeza, he estudiado tanto que no he aprendido nada.

Y desapareció lentamente, escaleras abajo, mientras que, boquiabierta como si me hubiesen desvelado un arcano sagrado, empezó a asomarse a mis ojos la última lágrima que ella había contenido.

CANCIÓN DEL ELEGIDO (Silvio)




Siempre que se hace una historia
se habla de un viejo, de un niño, o de sí,
pero mi historia es difícil:
no voy a hablarles de un hombre común.
Haré la historia de un ser de otro mundo,
de un animal de galaxia.
Es una historia que tiene que ver
con el curso de la Vía Láctea.
Es una historia enterrada.
Es sobre un ser de la nada.

Nació de una tormenta
en el sol de una noche,
el penúltimo mes.
Fue de planeta en planeta
buscando agua potable,
quizás buscando la vida
o buscando la muerte
—eso nunca se sabe—.
Quizás buscando siluetas
o algo semejante
que fuera adorable,
o por lo menos querible,
besable, amable.

Él descubrió que las minas
del rey Salomón
se hallaban en el cielo
 y no en el África ardiente
como pensaba la gente.
Pero las piedras son frías
y le interesaban
calor y alegrías.
Las joyas no tenían alma,
sólo eran espejos,
colores brillantes.
Y al fin bajo hacia la guerra...
¡perdón! quise decir a la Tierra.

Supo la historia de un golpe,
sintió en su cabeza
cristales molidos
y comprendió que la guerra
era la paz del futuro.
Lo más terrible se aprende enseguida
y lo hermoso nos cuesta la vida.
La última vez lo vi irse
entre el humo y metralla,
contento y desnudo.
Iba matando canallas
con su cañón de futuro.


DESPUÉS DEL VACÍO



Una vez conocí a un hombre que, con los años, perdió toda capacidad de cariño. Sucedió que, a lo largo e su vida, como el Principito de Exupéry o el Elegido de Silvio, fue de planeta en planeta, pero buscando una dueña de quien hacerse esclavo.

Por el camino, con cada error, con cada desilusión, con cada caída, lejos de hacerse más fuerte, su corazón se iba debilitando, secando, haciéndose cada vez más pequeño, progresivamente incapaz de bombear lo suficiente como para remontar el desánimo.

Herido de mil llantos, enfermo de amor desamado, solo y sin sol: de-sol-ado, se enfrentó al espejo y se vio tan mermado que supo que había perdido, no sabía en qué vuelta del camino, su esencia vital: sus ganas de crecer, de dejarse invadir.

Ante el espanto de tal certeza, la poca sangre que quedaba en sus venas huyó en estampida impulsada por un último y vigoroso latido. Cuando su cuerpo se quedó vacío de rencores y amarguras, sucedió algo insólito: quedó tanto espacio libre, que se le empezaron a colar los sueños.

martes, 1 de julio de 2014

ÁNGEL PARA UN FINAL (SILVIO)





Cuentan que cuando un silencio
aparecía entre dos,
era que pasaba un ángel
que les robaba la voz.

Y hubo tal silencio el día
que nos tocaba olvidar
que, de tal suerte,
yo todavía
no terminé de callar.

Todo empezó en la sorpresa,
en un encuentro casual,
pero la noche es traviesa
cuando se teje el azar.

Sin querer se hace una ofrenda
que pacta con el dolor
o pasa un ángel,
se hace leyenda
y se convierte en amor.

Ahora comprendo
cuál era el ángel
que entre nosotros pasó.
Era el más terrible,
el implacable,
el más feroz.

Ahora comprendo en total
este silencio mortal.
Ángel que pasa,
besa y te abraza,
ángel para un final.

(1977)

LO MALO DE MI LADO OSCURO