Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

viernes, 4 de julio de 2014

ESPERADORES. BRÚJULAS DESIMANTADAS



Ayer encontré a la señora del 3º H llorando amargamente. Estaba desmadejada entre dos rellanos, convencida de que era el mejor lugar para invisibilizarse y dar rienda suelta a sus lamentos silenciosos. Y tendría razón si no hubiese sido porque ayer decidí (por 17ª vez en los últimos dos años) empezar una vida sana.

No la conozco, pero me conmovió tanto que me senté a su lado y le pasé el brazo sobre los hombros. Sin hablarle. Ella me miró agradecida y siguió llorando. Al contrario de lo que sucede con los llorones televisivos, su rostro se desdibujaba bajo una catarata de lágrimas, pero sin otro sonido que el de algún hipido recuperando aliento de vez en cuando. Me destrozaba el corazón sentir ese temblor corporal que acompaña siempre a las lágrimas inconsolables.

Como el silencio se me hacía brutal, pero no quería preguntarle nada ni derramarle encima tópicos banales, empecé a intentar imaginar qué podría haberle sucedido. Sólo sabía de ella por los cotilleos de aquí y allá: tenía cuatro o cinco carreras y trabajaba por temporadas en puestos mal remunerados; no tenía familia. Tampoco se le conocía pareja estable -parejas inestables era algo imposible en ese edificio porque, en las reuniones, los vecinos delataban a cualquiera de feliz fornicio acusándole de prostitución, con lo cual unas veces se trasladaba el señalado de turno y otras lo que trasladaba era su envidiable actividad fuera de su casa-.

Perdida en mis devaneos mentales, no me había dado cuenta de que, sin ningún signo de fatiga o consuelo que la llevase a detener su ahogado desahogo, ella había ocultado su rostro en mi manga ahora empapada. Seguí peregrinando, buscando entre elucubraciones, razones que iban desde lo lógico hasta lo novelesco y hasta ridículo: ¿se le habría estropeado algún electrodoméstico? ¿se habría muerto algún ser querido? ¿tenía un amante que la había abandonado? ¿habría salido al portal a llorar después de haberlo hecho en casa con tal intensidad que la había inundado? ¿sería una sicaria que, de pronto, había hecho un alto y se le venían todos los remordimientos de golpe?...

No entendía cómo una persona que, aparentemente, no tenía una vida que pudiese acarrear problemas "de los de verdad", podría estar tan inmensamente triste. Sobre todo porque la tenía asociada a una abierta sonrisa simpática que me dirigía cuando me la cruzaba, ya estuviese ella sola o con amigos. Y ahora caía en otra cosa: no había buscado a nadie para que la consolase, al contrario, se deshacía en soledad, como morían los ancianos en la cima del Narayama.

La miré al percibir que había dejado de llorar. Se levantó y yo con ella. Me dirigió una mirada de infinito agradecimiento y me dijo, como sintiese que, en pago, tuviese que darme alguna explicación: Me he protegido tanto que no tengo ni enemigos de los que huir. He controlado tanto mi rumbo que he perdido definitivamente el norte. Buscando no aferrarme a nadie demasiado, me he deshecho de tantos imanes que he extraviado hasta mi propio magnetismo. Huyendo del fuego, me quedé también sin luz. Sólo puedo decirte que, en mi torpeza, he estudiado tanto que no he aprendido nada.

Y desapareció lentamente, escaleras abajo, mientras que, boquiabierta como si me hubiesen desvelado un arcano sagrado, empezó a asomarse a mis ojos la última lágrima que ella había contenido.

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