Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 7 de abril de 2014

¿OS ACORDÁIS DEL BAUTIZO DE ALBERTO EN LUMBRALES? NO IMPORTA, YO OS LO CUENTO... (R. Creek)


Bueno, pues no todos van a ser relatos de ateos resignados con coronita prestada. También los hay que se decantan por lo nada protocolario, como veréis a continuación.

Llegado ya el milenio en que el pequeño había de dejar de ser morito, y aburridos hasta la saciedad por los aciagos augurios de la abuela, los padres concertaron al vuelo una cita vespertina en la parroquia del pueblo para celebrar, al día siguiente, la ceremonia de cristianización.

Sería un acto rápido y sencillo, nada de faldones y gorritos para el pequeñín (ni siquiera lo intentaron, pero intuyo que habría resultado harto difícil encontrar faldones para niños de tres añitos y medio). Nada de catequesis ni clases preparatorias, etc. Sólo había que cumplir dos demandas: llevar una vela y una pañoleta. El más entrenado era el niño, que llevaba semanas ensayando el ritual con sus hermanos: Ya sabes, en cuanto te moje, le sueltas: ¡Monkiki!, que era una palabra que el niño usaba mucho cuando le tocaban las narices. Bueno, a D. Andrés, por supuesto, se le presuponía la preparación, después de toda una vida dedicado a los ritos litúrgicos y sacramentales del pueblo.

La gran hora llegó. Allá fueron los 16 en desenfadada procesión. Todos penetraron hasta la cocina, para encontrarse con la sorpresa de que, ya acomodados en los bancos, el cura les indicaba que debían volver a salir para el primer rito de la tarde: la recepción. Ahí fue cuando preguntó por la vela y el pañito. Todos se miraron, inquisitivos y, al más puro estilo anuncio-rancio-de-Donuts, pronunciaron mentalmente, cada uno de ellos: ¡Ahívá, el paño. Ahiváaaa, la vela! Uno de ellos hizo de Eolo y volvió a los cinco minutos, ante el alivio de todos por la prontitud, ya que, para los que se quedaron a soportar la mirada reprobatoria de D. Andrés, esos minutos parecieron siglos. El alivio se convirtió rápidamente en estupefacción, al soltar, el improvisado dios del viento: ¡No los he encontrado! Y allá que fue un nuevo voluntario más avispado que, esta vez sí, volvió con los requisitos. Prueba superada.

Conseguidos los artilugios, comenzó el mencionado rito de bienvenida. Huelga decir que ahí nadie sabía de qué iba nada, por lo que D. Andrés anticipaba: Ahora decid blablabla..., y cuando los que debían responder eran los padres, lo hacían los padrinos; pero si era el turno de los padrinos, se precipitaban los padres. El nivel de presión arterial contenedora de la explosión en carcajadas era bestial, toses disimuladas a diestro y siniestro para evitarlo... ¡y sólo estaban empezando!

El padre encendió, por su cuenta y riesgo, la vela que había de recibir luz sólo del cirio eclesial, simbolizante de la fe de toda una comunidad. ¡Y el padre iluminándola con un mechero Bic de propaganda! ¡Qué maltrato a la simbología! Por supuesto, recibió un nervioso: Ahoranoahorano, emitido entre dientes por Don Andrés. La familia, un poco avergonzada, y un mucho consciente de que, a este paso, un simple bautizo podría terminar convirtiéndose en el gag más absurdo de los hermanos Marx, y no muy segura de que pudiese aguantar las explosiones hilarantes mucho más tiempo, se apresuró a soplar la llama, con más fuerza que si se tratase de la tarta de un 75º cumpleaños.

Ya casi estaban a punto de entrar. Sólo faltaba un pequeño trámite. Don Andrés demandó: Háganle la señal de la cruz, y cada uno se presignó como supo o pudo, eso sí, rápidamente, en la esperanza de que, una vez relajados en los bancos, todo iría mejor. El párroco se impacientó: ¡No, hombre, no! ¡Al niño, al niño!; y hacia pecho y cabeza del niño se abalanzaron 15 manos presurosas. ¡Sólo los padrinos! ¡Sólo los padrinos! Joé, pues eso se avisa y se termina antes... ¿no?

Bien, como se había previsto, los sucesos posteriores transcurrieron perfectamente: era el turno de D. Andrés. Todos admiraron su representación, sin una fisura, sin un tropiezo, sin un olvido... ¡Qué hombre más curtido en estas lides, pordiosanto! ¡Qué bien dado dejó el óleo! ¡Artista, que eres un artista! -tuvieron ganas de gritarle.

Ahora volvía a tocarle entrar en escena a la familia: el padre -ahora sí- debía, simbólicamente, iluminar la fe (vela) de su hijo con el alimento espiritual de la luz de la fe de TODA LA COMUNDIDAD CRISTIANA, esto es, del cirio pascual situado ante el altar. Allá fue el padre decidido. No contaba con que el artefacto medía una cuarta más que él. Empinándose, buscó esa luz que iluminase la fe de su hijo... ¡y, aplastándola, apagó la luz cristiana de una comunidad de millones de fieles! Las toses eran de mayor volumen que el de una reunión anual de asmáticos anónimos. ¡Qué agonía! La contención de risas era ya de tal calibre que amenazaba salir por los orificios nasales, al más puro oiiiiiiiiiink porcino. A continuación, miradas al techo y respiración profunda. Los ooohmmmm ohhhhmmm mentales incluso parecían audibles, tal era su intensidad.

El tío Zumosol de la criatura se acercó al artefacto cirial y, finalmente, fue el mechero Bic de propaganda el que iluminó, primero, a la cristiandad mundial y, luego, la fe del pequeño.

Nueva fase de distensión: era el turno del profesional, Don Andrés. De nuevo los dejó atónitos con su letanía benedictora del agua bautismal. ¡Qué porte ante la pila! ¡Qué donaire en sus palabras! ¡Qué bendición más larga, coño, con las ganas que hay de escuchar el Monkiki!

Lenta y ceremoniosamente, el artista del verbo litúrgico hizo descender la vieira hacia la gran y antigua pila bautismal de piedra. Al punto, sus ojos salieron de las órbitas y se le escuchó exclamar: ¡El agua! ¡Me cago en Geli! ¡Joío sacristán, para una cosa que tiene que hacer! Y salió defecando lácteos a por ella. Ahí sí que la explosión en carcajadas fue unánime, aunando las contenidas durante todo ese tiempo. Con el agotamiento consecutivo, vinieron las preguntas a lo bajini: ¡¡¿Y ahora va a repetir todo el texto de la bendición?!! ¡Pero si ha sido lo único extenso!

Ni hablar, este cura estaba muy curtido en estos imprevistos (amén de que lo esperaban para echar la partida) y trajo el agua ya bendita. Nadie dudó de su palabra. Después de todo ¡era un cura! (y, dicho sea de paso, a ellos también los esperaba un piscolabis). Duchó al pequeño que, según comentó luego, agradeció, en pleno agosto, ese refrescamiento capilar (por lo que el momento más esperado del ¡Monkiki! no se produjo y, la verdad, vivido lo vivido -con saltos de bancos y todo, a la hora de darse la paz-, nadie lo echó especialmente de menos).

¡¿Qué queréis que os diga?! ¡Pues que no hay nada como una ceremonia sin ceremonias! 

(2006 sobre hechos acaecidos allá por 1987)

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