Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

sábado, 15 de marzo de 2014

FELICIDADES, GRAN PULGARCITO. (R. Creek)


Seguro que seguiremos alejándonos, más que por la distancia, por los años, que parece que se empeñan en enterrar lo que fuimos cada uno. Pero por mucha tierra que nos eche encima el tiempo, siempre serás el niño que silbaba conmigo a las nubes para hacer creer a las gallinas que no vigilábamos su huida cuando les dejábamos la puerta abierta, el mismo que corría conmigo a meterlas cuando aparecía el milano y nos hacía presagiar la tragedia en una broma tantas veces repetida.

El niño que se quedó sin sitio en la escalera del sobrao y, como Pulgarcito y tantos otros hermanos pequeños de la literatura, nos salvaba de los cerdos escapados por un descuido pactado e ideado por la mente exploradora de nuestro hermano mayor.

El niño que me hizo volar por las escaleras del poli (y casi matarme) y soltar el alarido de dolor que tú no diste cuando te lesionaron el brazo en judo.

Siempre estás y estarás, cuando veo en una película un niño a quien sus hermanos martirizan diciéndole que es adoptado. Tú eras nuestro gitanito adoptado, el mismo por quien terminamos todos registrando por primera vez el cuarto de los padres en busca de nuestros propios papeles de adopción y por quien descubrimos, sin querer, quiénes eran los Reyes.

Y estás también en las siestas obligatorias en las que imaginábamos que nuestra abuela resbalaría con una piel de plátano y se caería con todos los cacharros por querer ahogar a los gatitos que teníamos escondidos.

Estás en mi niñez de tómbola de rosarios de garbanzos, en la cabaña de la Araña y sus contraseñas, en los "bautizos" de "la" Tini cuando se iban sus padres, en mi resistencia a ser novia "del" Rodol cuando yo estaba enamorada "del" Cuco, en los hoíyos, en las carreras de chapas, en el churro-mediamanga-mangotero (y no mangaentera), en la mula que salta a la una y a las dos tira su primera coz, en el balontiro, en el mepidolachurrera y yolacuchara, en las lluvias alubieras desde un cuarto piso.

Fuiste el primero en irse de casa en la infancia, cuando al pasar el piso de "la" Pitu olía a lentejas, y seguiste siendo el Pulgarcito de la adolescencia: el más pequeño y el más valiente, abandonando el primero el nido, y haciéndome ver, por primera vez que se nos acababa la infancia, que no íbamos a estar todos juntos para siempre, que la niñez se iba en un barquito velero de cáscara de nuez o en un Alfa Romeo rojo con salpicadero de madera y elevalunas (de destornillador) eléctrico; el adolescente con el que me igualó el tiempo, convirtiéndonos en amigos, pasando de cómplices a confidentes.

Estás (y a partir de aquí ya siempre será "estáis") en mi barba de tres pelos, y cuando me sobrevuelan recuerdos de carnavales gaditanos, o de primeros amores locos intensos y efímeros, en los partidos de volei contra la selección coreana en plena calle, en los looks imposibles de regalos promocionales en los bares que nos hacían llevar en las madrugadas de agosto chubasqueros de JB con cascos de albañil amarillo, o sombreros de paja de Ron Negrita, camiseta de Cacique, y cestita de peluches, linternas, relojes... Estás en mi borrachera no buscada del garrafón del Gatsby, rescatándome del asiento trasero de mi ranita, pero también intentando asesinarme (con la ayuda de Carlos) tras la improvisada del Juglar, (y tras tu paso "discreto" por la verbena, y tu "discreta" parada en el callejón, lleno de vecinas), primero contra la escalera y luego contra la bañera. El bourbonero "yosóloquieromorirme", ya siempre va a ser sólo tuyo. Estás en mi bola de bolera magnética atraída por los petacos, en la movilización del hermano de Marta por el efecto 2000, y en el premio de vacunas gratuitas para su niña; estás, estás... ¡vaya que si estás! lejos, pero siempre aquí. Estás en mi primer viaje a Italia, y estás/estarás, en mi primero a los USA, ya verás. Estás en mi infarto al corazón cuando conocí al amigo que vino a recoger el paquete de Reyes...

Pero, sobre todo, y más allá de en mi cerebro, estás donde tienes que estar: en mi corazón.

Te quiero.

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