
Hoy he visto La Ola y me he acordado de todo el hilo de pensamientos en que me sumió la de Los falsificadores: la obediencia ciega, el experimento de Milgram... Y es que resulta que esta historia está basada en hechos reales. Supongo que la parte más negra es un añadido para asimilarla a tantos casos de actualidad que no menciono para no destriparla.
Pero este mar que me ha traído estos restos de lo que yo escribía en un foro, me ha traído también, en una tercera oleada, los recuerdos de por qué dejé de hacer algo de lo que disfrutaba (compartir mis delirantes hilos sinfin) y, cómo no, esto me ha dado mecha para otro hilo sinfin.
Del mismo modo en que nos amparamos en la masa para perpetrar lo que no realizaríamos nunca en solitario, la mofa disfrazada de humor también nos sirve para arrasar lo que no nos atrevemos a incendiar a pecho descubierto. Con la máscara del humor-mofa conseguimos una serie de tres olas, o una sola ola que impacta en tres farallones: por una parte, nuestro ego se esponja al comprobar lo ingeniosos que somos; este efecto lo conseguiríamos igualmente si no dirigiésemos la inteligente payasada hacia nadie, pero haciéndolo así nos sentimos, además, poderosos, superiores al infeliz que recibe nuestro golpe (de humor, claro, sólo humor). Una segunda consecuencia es que, ante un efecto no deseado, nuestras manos están limpias: sólo bromeábamos; es una jugada perfecta pues en cualquiera de los casos el otro queda (o eso creemos) hecho un pelele: si no responde, prevalecerá nuestra burla; si lo hace y no está a la altura, reforzará la base de nuestra burla; pero si lo hace y la respuesta es un buenasnochesquedeustémpaz, también creemos salir victoriosos, pues queda patente que el otro no sabe aguantar una inocentísima broma. En tercer lugar conseguimos que, ante nuestro envite, el otro se marche por su propia voluntad, nadie lo ha echado (el sinoaguantaunabromamárchesedelpueblo que diría Gila); nos desprendemos de una molestia a carcajada (¿)limpia(?).
No es que piense o defienda que haya que callar las reacciones que el otro provoca en nosotros, pero sí pienso que expresar francamente la molestia que nos provoca su sola presencia es mejor que la burla.
Más allá de eso, me resulta incomprensible el hecho de que si alguien no se está dirigiendo a nosotros en absoluto, frecuenta poco nuestros salones, nos menciona con educación y distancia y a veces hasta con admiración, ¿hay necesidad de ir a buscarle donde quiera que se esté expresando para tirarle un tomatazo a la boca? Que lo hiciese Jiménez Losantos tampoco lo entendía, pero al menos él cobraba ¡y en qué cantidades! ¡Pero hacerlo gratis y gratuitamente...! No sé. ¿Qué mueve a alguien a perseguir a otro que ni siquiera camina en su dirección y que la mayoría del tiempo no aparece ni en su mapa/GPS? ¿Qué mueve a alguien a derruir de un plumazo lo que otro construye ladrillo a ladrillo? ¿Le tapa el sol? ¡pero si la pared es bajita y está en las antípodas!
Hay quien dice que el humor es un arma poderosa. Calificar al humor de arma me parece un oxímoron del calado de ése del texto de Enric González sobre la industria cultural. Preferiría llamarlo herramienta. El humor es una herramienta poderosa. La mofa sí. La mofa es un arma poderosa. Y, como sucede con cualquier arma, la esgrime sólo quien siente miedo, un miedo profundo, posiblemente irracional y, desde luego, inmotivado.
Quizá, después de todo, el origen de todo ese tipo de actitudes esté, como en la película, en un sentimiento de superioridad extrema que lleva a despreciar profundamente a quien no participa de la propia forma de ver la vida, al que disiente de nuestros modos y no responde a nuestras expectativas; un desprecio tal que lleva, primero, a no tolerar el encuentro con el inferior y, en rápida escalada, a no soportar siquiera el hecho mismo de su existencia.
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