No sabe por qué (quizá se deba a que el movimiento es circular, no lo tiene claro), pero, a pesar de que aparentemente no sufre problemas de lateralidad, nunca ha abierto/cerrado un grifo con otra técnica que la de ensayo-error: empuja la llave alternativamente en ambas direcciones y, cuando afloja y cede, descubre el sentido correcto, pero no lo memoriza; idéntico proceso (pero con distinto resultado) para cerrarla. No automatiza este movimiento y, puesto que siempre ha conseguido abrir/cortar el paso al agua o al gas o..., tampoco le ha dado importancia a esa anomalía tan suya. Hasta hoy.
Al terminar de ducharse esta mañana, en una suerte de inspiración metafórica, ha sido plenamente consciente de que los grifos se cierran hacia la derecha, como cualquier llave. Ha pensado que los giros a la derecha también llevan a sellar y cortar caminos. De ahí, su mente se ha paseado por ejemplos políticos variados, pero, más tarde, ha pensado que esta observación no sólo se puede traducir a la simbología política. También en lo vital, en lo cotidiano, hay actitudes y giros bloqueantes a la derecha en lo emocional, en lo afectivo: negar el acceso al pasado, borrar la memoria histórica/sentimental, es una rotación hacia la diestra, y tiene idénticas consecuencias en lo sensible que en lo político: tabica el umbral de lo venidero. Ignorar la memoria o, peor, trastocarla, reconstruirla al modo que ¿mejor? nos convenga, intentando escapar del dolor, no conduce sino a un mayor sufrimiento, porque el olvido no responde nunca a la voluntad. Los recuerdos más reales, sobre todo si van cargaditos de latidos, se empeñan, por sí solos, en brotar abriéndose paso como sea, y si el grifo sigue, pertinaz, inamovible en su tope derecho, esas evocaciones se abrirán paso a la fuerza, rompiendo, si es necesario, las cañerías, los canales rememoradores, inundando de sollozos todo el habitáculo ¡la casa entera!
Podría parecer un pensamiento inútil, uno más de sus devaneos mentales que a nada llevan. Y así es para quien tal reflexión no adquiera sentido. Pero para Edwige lo tiene. Lleva un tiempo más que irrazonable con todas las llaves cerradas: las de las puertas a otros mundos y otros cariños; también las del gas (las del óxido nitroso que provoca hilaridad, las del helio que aligera el lastre y permite el vuelo); y las del agua limpiadora-curativa. Ha creído, así, estar a salvo del infierno, convencida de que, para alcanzar el edén, habría de pasar un tiempo de duración indeterminada en ese purgatorio de reclusión/oclusión. Contrariamente a sus expectativas, el transcurso de los días no ha paliado ni un ápice su aflicción. Inexplicablemente para ella, el puño que estrangula su corazón no ha aflojado lo más mínimo. Estaba, en su ignorancia, dispuesta a penar el tiempo que hiciese falta. Pero el totémico cierre del grifo ha abierto sus ojos: paradójicamente, para dejar atrás el pasado hay que franquearle el paso. Al principio el agua es chocolate con olor a óxido; volver a cerrarlo en ese momento, huyendo de la herrumbre, es un error: no sólo no cambia las cosas sino que las estanca más aún, de modo que en cualquier posterior intento de apertura el aspecto del agua será aún más sombrío. ¡Hay que dejar que mane, que fluya, que hiera en sus primeros instantes de contacto con el aire y con la piel! Sólo así irá aclarándose, recuperando su transparencia y sus mejores propiedades.
Hoy Edwige ha tenido esa revelación y se ha quedado tan trastornada como ese infame diagnóstico del que le ha hablado su amiga. Traducir tal oráculo en hechos supone abrir una espita que a duras penas ella ha ido logrando lacrar... ¿y ahora va a desprotegerla y desnudarse? ¿Se va a quedar sin la fortaleza que tanto ha costado cerrar? Sí, va a hacerlo: la fortaleza no sólo no la protege, sino que la encierra con su dolor. ¡Ha llegado a declararle la guerra a la vida! Ha jurado incluso, en los momentos más lacerantes, matar (por no poder doblegarla) su inevitable propensión a la ternura.
El grifo se cierra a la derecha. Hoy ha sido fenomenológicamente consciente. Todo se enclaustra y emponzoña a la derecha. ¡El truco no está en la incomunicación! Las raíces van a crecer igualmente, pero podridas y hacia dentro, sin fruto, sin sol, sin calor. Sin más dilación, ha entrado en la ducha y ha abierto los grifos, pensando, incluso, en convertirlos en caños de fontana marroquí sin llave. No le importa ya que no salga nada, o verse cubierta de agua turbulenta y turbia; un solo lance la devolverá a la clarividencia inocente que es causa y efecto del olvido: ha iniciado una pequeña vuelta de tuerca... pero hacia la izquierda, que es el lugar del corazón.
Justo en cada punto crítico.
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