
Qué pocas palabras y cuánto contenido en lo poco que se dice, en cómo se dice, en lo que no se dice...
Hablar en pasado, en un pasado tan remoto y tan acabado, me dice que hace tiempo, tiempo verbal, tiempo cronológico, ¡tiempo afectivo! que formo parte de una nebulosa ensoñadora que a duras penas ayuda a discernir si todo fue realidad o fue sueño; me dice que hace tiempo ya, bastante antes de que cerrásemos la puerta, tenías tú abiertas las ventanas. Me insinúa incluso que, realmente, tú jamás abriste nada más allá de la verja comunitaria (¡de la comunidad autónoma, ni siquiera la vecinal!).
Hablar en un tono tan conciliador, con tanto de fuebonitomientrasduró, me dice que las páginas de tu libro son apenas un álbum de fotos bajado de internet: evoca cosas, pero nunca te han sucedido a ti, te son ajenas, son una añoranza de la de Princesas, de esa añoranza "a cuenta" por si un día te toca añorar de verdad, añorar como añora quien tiene su nombre hecho jirones si se mezcla con el tuyo, añorar como quien se amputa la pituitaria por no olerte más, añorar como quien se vuelve loco deseando que venga una paloma que haya estado en tus manos y, a la vez, queriendo despertar de una vez y para siempre de su propio espejismo y ver que nunca hubo palomas en tus manos, más: que nunca existieron tales manos.
Sobre todo me duele el dolor de siempre, el dolor más profundo, el dolor de oír el modo en que me nombras (¡cuando se te escapa por error!) ante oídos ajenos, el oír mi nombre hecho ridiculez y sombra, aventura tonta, nadería, apenas si una pluma que un día de viento viste pasar por tu ventana. Cuando dudo y me duelo, y siento quéhubierasidosi, me re-presento la cruenta canallada que soporto cada vez que sé de ti: verme a mí misma también, pero a través de ti, que es lo mismo que no ver nada, o, peor aún, nada que valga la pena nombrar, nada que haya que gritar cuando el alma escapa por la boca. Nada específico, en fin. Ni especial. Ni especiado.
Hablar en pasado, en un pasado tan remoto y tan acabado, me dice que hace tiempo, tiempo verbal, tiempo cronológico, ¡tiempo afectivo! que formo parte de una nebulosa ensoñadora que a duras penas ayuda a discernir si todo fue realidad o fue sueño; me dice que hace tiempo ya, bastante antes de que cerrásemos la puerta, tenías tú abiertas las ventanas. Me insinúa incluso que, realmente, tú jamás abriste nada más allá de la verja comunitaria (¡de la comunidad autónoma, ni siquiera la vecinal!).
Hablar en un tono tan conciliador, con tanto de fuebonitomientrasduró, me dice que las páginas de tu libro son apenas un álbum de fotos bajado de internet: evoca cosas, pero nunca te han sucedido a ti, te son ajenas, son una añoranza de la de Princesas, de esa añoranza "a cuenta" por si un día te toca añorar de verdad, añorar como añora quien tiene su nombre hecho jirones si se mezcla con el tuyo, añorar como quien se amputa la pituitaria por no olerte más, añorar como quien se vuelve loco deseando que venga una paloma que haya estado en tus manos y, a la vez, queriendo despertar de una vez y para siempre de su propio espejismo y ver que nunca hubo palomas en tus manos, más: que nunca existieron tales manos.
Sobre todo me duele el dolor de siempre, el dolor más profundo, el dolor de oír el modo en que me nombras (¡cuando se te escapa por error!) ante oídos ajenos, el oír mi nombre hecho ridiculez y sombra, aventura tonta, nadería, apenas si una pluma que un día de viento viste pasar por tu ventana. Cuando dudo y me duelo, y siento quéhubierasidosi, me re-presento la cruenta canallada que soporto cada vez que sé de ti: verme a mí misma también, pero a través de ti, que es lo mismo que no ver nada, o, peor aún, nada que valga la pena nombrar, nada que haya que gritar cuando el alma escapa por la boca. Nada específico, en fin. Ni especial. Ni especiado.
Lloro el haberte dado un día mi nombre, tan devaluado en tu boca desde entonces que hoy apenas si quiero conservarlo si tú vas a volver a pronunciarlo, a darle ese sonido sordo que lo pervierte y abarata, que lo alimenta con desechos para después desmigajárselo a los cuervos. Lloro no poder editarme entera de tu boca y de tu memoria (de lo que atesoras he estado siempre más que ausente), no ser capaz de resetearme y restaurar mi sistema hasta el día aquél en que, por empatía, escribí mi primera frase sobre frutas isleñas.
Cómo duele y cómo ayuda acabar igual que empecé: con el vano intento (por parte de un fatuo enterrador) de ocultar con papel de fumar (tras haberla asesinado con el repertorio completo de trucos de Hitchcock, de King, de Heidegger,...) toda una presencia latente, todo un corazón delator de relato de Poe.
No hay comentarios :
Publicar un comentario