De nuevo bajo las tejas y no sobre ellas aullando a la luna. De nuevo enterrada en lodo; lodo cocido, pero lodo al fin y al cabo. De nuevo, pies amarrados por un ¿ cuyo cabo es el ? que esposa sus manos. De nuevo latido escayolado, que no de escayola como sería ahora su anhelo. De nuevo bebé a gatas que no sabe levantarse. De nuevo y, no obstante, tan nuevo todo.
¿Cuál es el destino de alguien cuyo cerebro no es lo suficientemente lúcido como para huir de la llama, pero cuyas terminaciones sensitivas son lo suficientemente agudas como para no huir tampoco de la atracción de su calidez? Sin duda, el destino de la polilla. Quizá logre superar un par de veces más, a lo sumo tres, la constante abrasión de sus alas; pero un día de éstos, el menos o el más pensado, terminará, además de hecha polvo, hecha cenizas.
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