Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

domingo, 4 de noviembre de 2007

DE AVISPEROS Y COLMENAS (R. Creek)


Huyo de los avisperos. Las avispas pican por picar, se alimentan del hinchazón ajeno. Del dolor. Para crecer(se) convierten, a quien es vulnerable a su veneno, en vulnerado por él. Sólo atraviesan la dermis (eso creen) y no miden si la consecuencia será un simple prurito o todo un shock cardíaco.



Casi siempre he vivido en un avispero. Avispas familiares, avispas filiales, ignotas avispas, y, las que dolían más: avispas pericardiales. Por eso he aprendido a huir de ellas. Mi organismo, además, ha creado contra sus picaduras, mecanismos de defensa tales como la callosidad, el endurecimiento absoluto, y hasta casi la insensibilización. Suelo reconocerlas cuando llegan a mi vida; me enfundo, entonces, el traje de apícolastronauta y las evito sobrevolándolas. A veces no. A veces me pillan desprevenida y sufro ¡qué remedio! mientras se alimentan de mis hiper e hipotensiones, mis algias, mis –itis,… mis padecimientos todos hasta el infarto. Sí, el infarto. Porque, después de un número determinado de picaduras, mi corazón se niega a volver a latir por nada.



No puedo con las avispas. Acaban conmigo, me matan, cuando no por sus picaduras, agotada en mis vanos intentos de protección o de huida. En cambio, como le sucedía a Idgie, soy buena encantandora de abejas. De hecho, yo más abeja que nada: sólo pico cuando estoy realmente amenazada y, cuando lo hago, es para matar la relación, y morir con ella. Por eso prefiero a mis semejantes. Prefiero un dolor insoportable y mortífero una sola vez que una agonía constante de la que, cuando parece que voy a resucitar, es sólo para recibir aún una tanda más de aguijonazos inopinados e inesperados.

Sí, a mí denme una abeja y endulzaré melíficamente el mundo.



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