Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

miércoles, 25 de julio de 2007

OMBLIGARSE (R. Creek)



©Allan Teger
Cuando estoy triste me ombligo. Me ovillaría. Pero no. Me ombligo. No hay pena que sienta mayor que la mía, aunque sepa que cualquier causa es más merecedora de lamentos que ésa mía. Mis penas son siempre penas tontas, como de juguete, penas de no venir a qué, penas de risa, ¡pero qué sartrista me ponen! ¡y qué baldada me dejan!

Además, en pleno ombligamiento, veo palmas abiertas hacia mí, y pienso, emocionada: qué bonitas manos, qué inmerecidas, qué gente, ésta, propietaria de unas manos tan… manos. Y el gesto también me pone melancólica y sartriana.

Aunque suene a perogrullada, yo, cuando me ombligo, soy muy yo, muy mía, muy enyoizada, y no hay quien me rescate sino ese yo umbilicado y existencialista que, sin ton ni son, tal y como se ombligó, se desombliga solito. Ridiculeces que tengo.

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