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©Allan Teger |
Además, en pleno ombligamiento, veo palmas abiertas hacia mí, y pienso, emocionada: qué bonitas manos, qué inmerecidas, qué gente, ésta, propietaria de unas manos tan… manos. Y el gesto también me pone melancólica y sartriana.
Aunque suene a perogrullada, yo, cuando me ombligo, soy muy yo, muy mía, muy enyoizada, y no hay quien me rescate sino ese yo umbilicado y existencialista que, sin ton ni son, tal y como se ombligó, se desombliga solito. Ridiculeces que tengo.
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