Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 18 de abril de 2016

LAS SEMILLAS SUICIDAS (Galeano)

Desde hace unos trescientos sesenta millones de años, las plantas vienen produciendo semillas fecundadas, que generan nuevas plantas y nuevas semillas, y nunca han cobrado nada por ese favor que nos hacen.
Pero en 1998, fue otorgada a la empresa Delta and Pine la patente que santifica la producción y la venta de semillas estériles, que obligan a comprar nuevas semillas en cada siembra. A mediados de agosto del año 2006, la empresa Monsanto, de sacro nombre, se adueñó de la Delta and Pine, y también de la patente.


Así Monsanto consolidó su poder universal: las semillas estériles, llamadas semillas suicidas o semillas Terminator, integran el muy lucrativo negocio que también obliga a comprar herbicidas, pesticidas y otros venenos de la farmacia transgénica.

En la Pascua del año 2010, pocos meses después del terremoto, Haití recibió un gran regalo de Monsanto: sesenta mil bolsas de semillas producidas por la industria química. Los campesinos se juntaron para recibir la ofrenda, y quemaron todas las bolsas en una inmensa hoguera.

(De Los hijos de los días, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.)



lunes, 4 de abril de 2016

LAS CUARENTA (Francisco Gorrindo y Roberto Grela, 1937; por Antonio Carmona y Concha Buika)



Con el pucho de la vida apretao entre los labios,
la mirada turbia y fría, un poco lerdo el andar,
dobló la esquina del barrio y, curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno, esto se le oyó acusar:

Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso,
vuelvo a vos gastado el mazo en inútil barajar,
con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,
que me rompió en un abrazo que me diera la verdad.

Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo,
sé del beso que se compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,
y sé que con mucha plata uno vale mucho más.

Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran,
y si la murga se ríe, uno se debe reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corres el riesgo que te bauticen gil!

La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron;

cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar;
la experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo...
Toda carta tiene contra y toda contra se da.

Hoy no creo ni en mí mismo. Todo es truco, todo es falso,
y aquél, el que está más alto, es igual a los demás
Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche, borracho,
me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.

Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo,
sé del beso que se compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,
y sé que con mucha plata uno vale mucho más.

Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran,
y si la murga se ríe, uno se debe reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corres el riesgo que te bauticen gil!

Puerto moruno de Cai y puerto que te vi pasar...
con la esmeralda en el cielo, con la esmeralda en el mar...

Le pregunté yo a los santos,
una noche que llovía.
Le pregunté yo a los santos,
una noche que llovía,
a ver si tú me querías
tanto como me decías,
y los santos me dijeron
que era yo quien no sabía
si quererte.
ay ay ay, ay ay ay corazón...(bis)
échale semilla a las maracas p'a que suenen...(bis)

 
©Alberto Arroyo

domingo, 3 de abril de 2016

EL HOMBRITO DE ZAFRÓN


Ayer volví a recorrer el camino hacia el pueblecito de mi infancia. Siempre me ha dado pena volver (excepto cuando vino la Peña Alcohólica Gaditana). Me sucede en otros sitios y/o situaciones, pero especialmente allí: como una nostalgia de niñez perdida, de tiempos irrecuperables, de alma en pena. A esa tristeza se une, desde hace dos años, la de otra pérdida más, y así voy recorriendo todo el camino con una voz interior que hace que se me desangre el corazón de pura compresión. Todo lo pesado que se nos hacía por repetirnos siempre lo mismo, hace que ahora no pueda evitar escucharlo siempre, distrayéndonos con verdades o con tomaduras de pelo: la mina de Golpejas, casi única porque es a cielo abierto: ¿y de qué es, papá? ¡ah, pues yo qué sé! ¿cómo voy a saberlo? se conoce que en su día fue muy importante,... de arena será... Villarmayor, donde había que encontrar a la Guardia Civil escondida antes de que te encontrara a ti. El desvío de Ledesma, donde tocaba la cantinela del compañero que atrochaba por allí, pero que no sabía él si era cierto que se ahorraba tanto porque nunca le había dado por cogerlo, hasta que eligió probarlo ¡YA! aunque tuviese que frenar el autobús de línea para no tragarnos; pero también el pueblo de un nefasto recuerdo para siempre, el pueblo en el que pasamos una tarde de risas para regresar y encontrar a un hombre a quien había secuestrado la Risperidona para no devolvérnoslo jamás. En contraste, Villar de Peralonso y su gente siempre en fiestas, pasásemos en enero o en septiembre, ¡Mira, otra vez están en fiestas! nos decía riéndose y dejándonos alucinados y llenos de preguntas y propuestas para trasladarnos allí a vivir. Y todo porque jamás se tomaban la molestia de retirar unos banderines más castigados por el sol que las dunas del desierto. Ya no están los banderines, como tampoco están ya nuestras almas de fiesta cuando lo atravesamos. Vitigudino, donde siempre nos recordaba que le dio el nombre al Viti y el trágico accidente en el que un conocido atropelló y mató a un niño en bici. El cañito de Bebeyvete ¿ves? ¡siempre tiene un hilito! ¿has visto, has visto? Y había que parar. Siempre. A pesar de la curva y los sustos de mi madre. Y aunque ya no está en la ruta (la desviaron mucho antes de que él nos dejase), nosotros siempre lo vemos. Todos. Y lo nombramos. Y la cuesta hacia la calle Peligros, donde hay que pitar dos veces, aunque ya no sea necesario. También pité esta vez, haciéndole un brindis al cielo, y el muy cabrito hizo aparecer tres coches seguidos por los que tuve que esperar.

©Alberto Arroyo
He saltado el que da nombre al relato, Zafrón, donde también hay que pitar dos veces. En Zafrón se frena bruscamente porque empiezan, simultáneamente, una curva cerrada y el pueblo. Lo más fascinante es que detrás de la curva, indefectiblemente, está el hombrito de Zafrón sentado en el poyete de su casa, a la fresca o a la solana. E indefectiblemente también, el hombrito de Zafrón levanta el brazo derecho para saludar y nosotros le respondemos con un pitido doble y con nuestras manitas agitándose hasta que lo perdemos de vista. Creíamos siempre que conocía a mi padre, y nos encantaba verlo y saludarlo. Cuando, de adulta, he vuelto a pasar con otros compañeros, he visto que el hombrito de Zafrón es un lugar común: todo el que haya pasado con frecuencia por allí, espera verlo y saludarlo. Y todos sentimos una corriente inmensa de simpatía hacia él, por el mero hecho de que nos lleva saludando toda la vida. Nos ha saludando yendo a fiestas, viniendo de entierros, esperando con ansia la Navidad, volviendo encantados con los regalos de Reyes, yendo a celebrar cumpleaños casi centenarios, volviendo del trabajo... Es de nuestra familia. Y cuando no lo vemos, especulamos: hoy hace mucho frío, estará malito, se lo habrá llevado algún hijo... Y nos alegra inmensamente volver a verlo cuando internamente, sin verbalizarlo, habíamos temido lo peor.

El hombrito de Zafrón no está. Desde que se fue mi padre, he vuelto a recorrer esa ruta con frecuencia y no lo he visto más. Y a la angustia que arrastro todo el camino de ida y todo el camino de vuelta, se le une la pena de no poder saludar pitando dos veces en Zafrón. Seguro que mi padre lo hará por nosotros, donde quiera que estén los dos. Pero, por si acaso, y para que vuelvan, o para que me oigan, como yo los sigo oyendo/viendo a ellos, yo también seguiré pitando dos veces.