Arrastraba un carrito de palos de golf y enseguida atrapó mi mirada. El carrito estaba repleto, pero no de hierros, sino de un totum revolutum que no acerté a encasillar porque sólo sobresalían ropa, algo que parecía un parchís, una baguette,... Ralenticé mi paso para no tener que sobrepasarlo y averiguar más de esa extraña situación. Me lo imaginé abriendo un deportivo y metiendo dentro lo que sería una maleta de vacaciones original.
Llevaba un buen rato tras él sin que apareciera el deportivo, de modo que recuperé la marcha normal para seguir mi camino. A medida que me iba acercando buscaba otro ángulo de visión que me permitiera descubrir su cara, pero me detuve en su mano, que sostenía un hierro no sé de qué número, pero muy elegante. Las ganas de ver su rostro se frenaron por la renovada curiosidad de saber su destino, de modo que volví al caminar paseante y sin prisa, aumentando la distancia.
Casi me decepcionó ver que cruzaba la calle hacia un contenedor de basura. Después de todo, sólo se iba a deshacer de unos trastos. Abrió la tapadera y, en una décima de segundo, sufrí un metafórico golpe en la cabeza con ese elegante palo de golf cuando vi que, lejos de lanzar nada dentro, removía el contenido con el bastón y atrapaba lo que creía que faltaba en su carrito.
No pude verle la cara, pero le imaginé una expresión como la mía propia después de la sacudida: reconcentrada a la vez que perdida.
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