Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

miércoles, 10 de diciembre de 2014

TEMER


Quieras o no, quiera yo o no, pones en marcha conectiva a mis neuronas y me planteo muchas cosas nuevas sobre mi mismidad de siempre.
 
¿Qué temo, en general?- me he preguntado últimamente. Creo que, básicamente, temo la dependecia; es una sensación ambivalente, porque sé que esa dependencia incontrolada e "indeseada" de la que hablo y de la que huyo tiene componentes lo suficientemente atractivos como para zambullirme en ella y no querer volver a salir nunca más. Pero mientras mi cabeza continúa lo suficientemente cuerda, sé (o pienso, o creo,...) que no es un estado óptimo, el de domesticación. Y me tengo por alguien sumamente sensible a la domesticación; de ahí las luces de alarma que se encienden cuando creo encontrar al Principito y me veo susceptible de convirme en el zorro que le suplica que lo domestique.
 
Siempre he leído ese fragmento con fascinación y siempre, hasta ahora que me lo planteo desde mí misma, lo he sentido como algo sublime. Serás para mí único en el mundo, seré para ti único en el mundo. ¿Qué puede haber más deseable que singularizarse para el otro, para ese otro que se ha convertido en único para ti?
 
Pero ahora, desde la reflexión que implica la cuestión: ¿y qué pasa si te domestica un Principito?, ya no pienso en el zorro y en el niño de cabellos rubios, sino en éste y en su rosa. La domesticación nunca es un fenómeno recíproco; hay un domesticador/domador y un domesticado/domado. Y es, además, irreversible: el domesticado siempre dependerá del domesticador, por más que llegue a sufrir y lamentar la pérdida de su salvajismo. Para él su domesticador será único en el mundo, pero el domesticador tiene ese poder/saber que lo mantiene independiente del domado. La dependencia del Principito de su rosa amada, esa agonía por saberla bien, por haberla dejado sola, esos sentimientos de culpabilidad/responsabilidad hacia el destino de ella, todo eso... es aterradoramente hermoso, pero también desgarradoramente terrorífico.
 
Eso es, creo, lo que temo: que el juego acariciador de las algas sedositas se convierta, en un momento imprevisible e irreversible, en una red de filamentos de la que no pueda/quiera salir.
 


Sorolla
 

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