
Hacía más de un año que Betina Benavídez no conseguía levantar los párpados.
El médico del hospital creyó que podía ser un caso de
miastenia, una enfermedad rara; pero los análisis de sangre y todos los
exámenes decían que Betina era una joven saludable. Tampoco el oculista
encontró nada; y Betina seguía día y noche con los párpados caídos,
encerrada en la chacrita de su familia, en las afueras de Montevideo.
¿Sería una huelga de ojos? ¿Los ojos se habían cansado de
mirar, y habían perdido las ganas de seguir mirando? Vaya uno a saber:
el hecho es que después también el corazón se cansó de latir, y perdió
las ganas de seguir latiendo.
Ciega del mundo, Betina murió a la medianoche del 31 de
diciembre de 2000, mientras morían el año, el siglo y el milenio, quizá
cansados de mirar y ver lo que veían.
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