Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

sábado, 11 de julio de 2009

COLORINES (R. Creek)





A Vasil le gusta que le llame Colorines. Tiene una sonrisa clara, de permanente soñador inasequible al desaliento, un abuelo que canta y se carcajea a las tantas de la madrugada al amor del whisky, y una hermana que llora por las mañanas -demasiado, dice él- si no la espera para ir a la escuela.

Vasil es Colorines. Tiene el corazón irisado y la mente tan despierta como un amanecer; y unos padres que trasnochan y madrugan, sin que a veces se sepa a ciencia cierta si lo que hacen es madrugar primero para, acto seguido, trasnochar.

 
Vasil es alegría de vivir, y mi contagio durante breves pedacitos del día. No le gusta tanto la letra escrita como su rol de cuentacuentos infatigable. Le gustan las historias divertidas, le gusta engañarme y, sobre todo, le gusta reír y le gusta que me ría. Se parece al pirata Carapatata más de lo que quiere reconocer. Y no porque sea igual de feo, como le suelo decir riendo para que él se rebele a carcajadas, sino porque, como el navegante, se niega a dejar de soñar incluso a sabiendas de que, al llegar la mañana -sus mañanas del pasado y sus mañanas del presente- el sol se lleve sus sueños entre nubes de colores, de colores como él.

Vasil es ternura y vida, pasión, alegría y ensoñación. Mi narrador favorito, un mago que troca su vida en comedia con el único truco de las palabras que tan pronto ha dominado. No sé si él sabe todo esto. Lo que sí sabe es que es Colorines. Y también sabe que sólo la luz que desprende, incluso con la fatiga de apenas haber dormido 3 horas, lo convierte en el ser más bello del planeta. Él intuye que, desde que llegó desde esa tierra que tan desoladora ve en sus recuerdos, el slogan del sol español ha cobrado, al fin, sentido.
22 enero 2007

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