Un libro del siglo XVI rezaba: "los magos dicen que si una persona se frota a sí misma con un diente de león será bienvenido en todas partes y obtendrá lo que desee".

lunes, 24 de diciembre de 2007

TORTUGAS DE POLVO Y ARENA (R. Creek)



Eva está triste.

No entiende que las tortugas tengan que morir.




Ha visto cómo se secaban los ojos de la que ha sido su amiga durante la mitad de su vida y no se resigna. No le satisface la idea de la sustitución: ella querría a su nuevo abuelo si su abuela, viuda, se enamorase de nuevo, pero eso no haría, de ningún modo, que ese amor reemplazase al que siente por su primer abuelo. Por eso otra tortuga no la va a resarcir, lo tiene claro.


Tampoco le consuelan las teorías celestiales: ella la dejó bajo tierra, sin vida, ayer mismo ¡¿cómo pretenden que piense que ahora está en el cielo?!, ¡¿flotando en las nubes, quizá?!


El que unos tengan que morir para que otros vivan, para que la tierra se nutra y renazca la vida sin fin, la convence sólo a medias, porque, aunque lo entiende, los darwinismos no le sirven de nada para consolar lo que ella siente. Razona: ¿Por qué no podría Tortu vivir para siempre? Si así fuese, no sería necesario en absoluto que hubiese una nueva tortuga; con ésta en el mundo, ninguna nueva tendría que sustituirla, porque, desde luego, el que la nueva superase a su Tortu del alma no entra ni en sus esquemas. Su lógica es aplastante. Y frente a ella pocos argumentos se le pueden ofrecer salvo los que tocan su propio logos (en nada diferente al tuyo y al mío): el de los afectos. No, no querría que Tortu viviese siempre si viviese enferma o sufriente; eso no. Acepta, sólo así, su ausencia material (emocional, nunca). Y decide que la nueva será una tortuga de arena, que viven tanto que superan el ciclo de los humanos.


Eva sólo tiene 7 años. Pero domina ya, a la perfección, toda una filosofía de tortugas e inmortalidades.